Hace poco más de nueve años, el 25 de marzo de 2001, partía hacia otras geografías Lalo de los Santos. Músico indispensable a la hora de trazar el mapa de la identidad de estos arrabales, el bajista, cantante y compositor rosarino sobrevive junto a sus canciones a ese exilio definitivo, la muerte. Quizás porque vivió acostumbrado a gambetear olvidos, y porque supo desde siempre que los partidos se definen sobre la hora, en un vuelo cotidiano de ternuras y afectos
EXILIOS
"Irse cuesta poco y nada / siempre una puerta alcanza y un adiós. / Pero al cruzar el umbral / nos damos cuenta recién que los caminos son sólo de vuelta / que uno nunca se fue..."
Así definía Lalo de los Santos esto de las despedidas. Se acostumbró desde joven a las partidas, a las valijas donde siempre caben "ropa vieja, sueños, amores y penas". Supo aprender una y mil veces "el idioma otra vez, la huella de cada señal". Y por eso, también, supo descubrir que "irse no es más que empezar a volver".
Lalo de los Santos nació en Rosario, el 17 de enero de 1956, hijo de un padre guitarrista y cantor de tangos. Ligado desde muy pibe al arte, fue uno de los músicos que construyeron la magia de la llamada Trova rosarina, muchos antes que las canciones explotaran en la garganta de Juan Carlos Baglietto. Desde la mítica banda "Pablo el Enterrador", y junto a Rubén Goldín, comenzaron a definir una identidad musical que iría más allá de las calles rosarinas. Corría la década del 70. Y surgía una música de puertos, mezcla de vinos en un mismo vaso, sangre nueva de rock, tango y chacarera. Música urbana, parida en encuentros que desafiaron a su modo el terrorismo de Estado, la represión y la asfixia.
Cuando la década del 80 recién despuntaba, en mitad de un invierno, Lalo de los Santos decidió que estaba bien ya del arte y su condena, y partió hacia Buenos Aires, desafiando al dolor que "crecía a medida que el tren se alejaba". Allí trabajó de oficinista, hasta 1982, el año del desembarco de Juan Carlos Baglietto y su banda en el Estadio Obras. Esa noche estuvo entre el público, un espectador más. Sin embargo, como contaría años más tarde, cuando escuchó la canción Mirta de regreso "la conmoción interna que sentí hizo que me planteara mi rosarinidad, reconociera mi grupo de pertenencia y me dejara embriagar por ver a cinco mil monos gritando 'Rosario, Rosario...'".
Allí comenzaría otra historia, en la que Lalo de los Santos dará forma a canciones como Al final de cada día, No te caigas campeón y Tema de Rosario, que se convertirá en el himno no oficial de la ciudad preñada por ese pariente del mar, el Río Paraná. Tres discos solistas, uno más con Rosarinos (junto a Jorge Fandermole, Adrián Abonizzio y Rubén Goldín), infinitas colaboraciones con otros artistas (desde Silvina Garré a Rubén Juárez), y una fe de hierro en la solidaridad -que supo mantenerlo en pie en épocas del peor individualismo- han trazado una marca de fuego en la memoria colectiva.
BROTES
El hijo de Lalo de los Santos, Iván, señala a Prensa Regional que "papá vivió el movimiento de la Trova desde un lugar muy particular. Si bien tuvo sus proyectos solistas durante la época de más auge de la Trova, siempre buscó asociarse con los demás miembros para lograr algo en conjunto. Me parece que siempre terminó priorizando sus colaboraciones o proyectos compartidos por sobre su propio material. Vivió con un orgullo inmenso el hecho de pertenecer a un grupo de personas que se identificaron bajo una misma ala rosarina", cuenta Iván, que -como su padre- es también músico, y sabe de despedidas y valijas.
Y completa: "a medida que fui creciendo empecé a descubrir la poesía que me iba rodeando, tanto en recitales como en ensayos o esbozos de canciones que mi viejo estuviera preparando en casa, y me abrió la cabeza. Por darte algún que otro ejemplo, siempre desde pequeño me llamaron la atención frases de diferentes canciones, que por ser chico no terminaba de entender: 'no hay rima que rime con vivir', o 'y como tantas mis manos se hartaron de golpear las puertas, y por no derrumbarme con ellas me tuve que ir'. A medida que pasó el tiempo y las experiencias de vida, esas canciones que escuchaba día y noche de pibe, comenzaron a tomar otro color mucho mas maduro".
Ivan recuerda que "Rosario siempre fue un lugar de calidez y tranquilidad para mi viejo. Tuve la suerte de acompañarlo infinitas veces y recuerdo que siempre lo vivió con una ternura increíble, expectante de reencontrar viejos amigos, contarme anécdotas en cada esquina, como por ejemplo el Tío Ramón perdiéndose en tranvías por la ciudad, o cómo se iba a tomar helados con mi abuelo a La Uruguaya. Me transmitió su amor incondicional por Central también, y luego de esparcir sus cenizas en el Gigante de Arroyito mi fervor es mayor aun cada vez que miro un partido..."
Y consigna que entre las canciones de su papá, "definitivamente el Tema de Rosario es el más influyente. Leí en entrevistas que mi viejo escribió el Tema de Rosario (o simplemente Rosario, como a él le gustaba) luego de un recital de Baglietto en Obras en el cual la vibración entre el público y los músicos fue tal que al verse desbordado emocionalmente por esta situación, la terminó volcando al papel y la compuso casi en el momento. Justamente la canción habla de nostalgias, de la adaptación a un nuevo ambiente o territorio casi desde un punto de vista de exilio. Me parece que logró plasmar en una canción la mezcla de sensaciones que vivieron no solamente él, sino tantos otros, al dejar su lugar de origen por un mundo nuevo. En su momento hubo mucha gente que se identificó con este tema".
De los Santos compuso varias canciones en las que habla a su hijo. Entre ellas, Tibio brote de amor y Duérmase mi amor. Iván cuenta que "aunque te parezca mentira, hoy por hoy sigo escuchándolas y siento que me están ayudando a crecer, o que me aconsejan a lo largo de mis días... Tanto ‘Tibio Brote’ como ‘Duermase mi amor’ son palmaditas en la espalda que me acompañan en cada momento de decisiones importantes. Saber que alguien va a ‘saltar los muros’ por mi, o ‘darme un sol con sus manos’, se siente lo mas emocionante del mundo, y agradezco tener la suerte de poder acudir, tanto a esa como tantas otras grabaciones, para sentir que mi viejo esta siempre cerca, que su voz me acompaña siempre".
Y dice que en los últimos meses "papá estaba trabajando en una canción que no llego a terminar. Tenía la música, pero no la letra. Una tarde, me la mostró... y la única frase que tenía como boceto era ‘no tengas miedo, hijo’. Es el día de hoy que la sigo escuchando en mi cabeza o me pongo a tocarla en la guitarra cuando lo extraño".
MORIR DE VIVIR
Lalo de los Santos murió en la tarde del domingo 25 de marzo de 2001.
Tenía 45 años, le peleaba a una enfermedad de las bravas desde varios meses atrás, y había dado su último recital junto a Goldín, Fandermole y Abonizzio, una semana antes, el 17 de marzo, en su ciudad, Rosario.
"La verdad que parece mentira que ya hayan pasado 9 años", confiesa hoy Iván. Y cuenta que "lo recuerdo siempre con un amor inmenso. El mejor amigo que no pude disfrutar lo suficiente. Tuve la suerte de poder subirme a escenarios con él, juntar figuritas de fútbol juntos, romper veladores y portarretratos en definiciones interminables de penales inatajables en un departamento minúsculo, entre tantas otras cosas. Siempre fue mi cómplice, mi primer gran amigo y lo extraño muchísimo".
"Si es que llega la muerte quiero morir de vivir / no de la que quiera algún tirano..." había pedido Lalo en su "Pequeño tango escrito en invierno".
Y como se sabe que el verdadero cementerio es la memoria, Silvina Garré abraza la ausencia de este tipo entrañable: "lo recuerdo como un gran ser humano, sensible, inteligente, generoso. Además de un músico excelente, multiinstrumentista, que disfrutaba enormemente del encuentro con sus pares. Fuimos muy amigos y su opinión fue muy importante y decisiva a la hora de animarme a mostrar mis canciones", recuerda.
Nueve años después, su compañero de crónicas, músicas y batallas, Adrián Abonizzio, lo describe "como a un hermano mayor, un confidente, un preclaro, un luchador por la unión entre los músicos, un maestro del humor y fundamentalmente, alguien con quien confiarse en las miserias y las alegrías íntimas. Me hace mucha falta aún hoy".
LA MEMORIA EN DONDE ARDÍA
Largos años atrás, Lalo de los Santos aseguraba a este cronista que hay que mantener viva la memoria, "el ejercicio de la memoria, para que no volvamos a repetir siempre los mismos errores. Y por otra parte es lo menos que podemos hacer por todos los muertos, porque el peor castigo es precisamente el olvido..."
Hablaba, claro, de un tiempo cierto de impunidades cotidianas.
Tiempos que seguramente no han terminado.
"Nuestra voz, -decía Lalo- "nuestra presencia, si bien no va a hacer que disminuya automáticamente la impunidad, son voces que se van alzando y demostraciones que se van haciendo para que los que detentan el poder no sientan que están tan libres para moverse como quieren".
Y señalaba entonces que "el gran compromiso que tiene cada artista es con la gente. Primero que el sustento del artista es la gente. En definitiva, si uno escribe canciones las escribe para la gente. Y las escribe como una especie de espejos en donde la gente pueda ver reflejado sus sueños, sus esperanzas, pero también sus miserias, su pobreza y su impotencia frente a determinadas cuestiones. Y es una manera, también, de no sentirse tan solos".
Corría 1997.
Y Lalo de los Santos elaboraba el manifiesto de la resistencia del arte en tiempos de condenas: "hoy veo que el sistema que se ha instalado como propuesta de vida, digamos, el modelo de joven argentino, es cada vez más cercano a un criterio de vida utilitario. Es decir: elegir como valores de vida las cosas según su uso. Y de ese modo habría que preguntarse, y está jodido preguntarse, para qué sirve una canción, en ese contexto. Por lo tanto creo que hoy es mucho más heroico que estemos vivos, resistiendo y cantando todavía".
Jorge Cadús