Don Francisco fué un Titán


El árbitro era Hanz Aguila. El Dr. Karate contra El Comendatore Benito Durante. La Momia Blanca antes de la perversa Momia Negra versus Peucelle y la ignomioniosa terna arbitral mientras que sobre el cuero tensado rodaba el gordo William Boo. El hombre de la barra de hielo entraba al bar por un pasillito lateral, arpillera al hombro y oliente a sudores caballunos, la chata hirviente como advertencia que lo que se rozara apenas fuera ardido por el troley que tenía que torcer la cornamenta para ni hacerle sombra siquiera. Chichita de Erquiaga traicionaba a Doña Petrona de Gandulfo, moviéndole el espacio. Pavita a la York. Juanita, la esclava alcanza cosas. ¿Qué significaría la "C" metida como cuña antes de Gandulfo?. Carrizo, el nombre del arquero de River. Y Colomba presentando una momia indígena en La Campana de Cristal.

Arriba, entre flores, el televisor entre el mármol, y la madera y con ese plástico delante para ver en colores. El padre de Carlos era albañil, luego se hizo contratista y era muy petizo y le gustaba estar con nosotros los pibes, los amigos de sus hijos. Fumaba mucho, Clifton creo y echaba el humo mirando la tevé con la mano apoyada en la barbilla, entre melancólico y cansado. Siempre andaba de blanco, oreado por el sol y con manchas eternas de pintura o de mezcla a bordo de un jeep y nos llevaba al campo, a La Carolina, un campito vaya a saberse de quien era y nos hablaba de "Titanes en el Ring" con un entusiasmo infantil. Creía en lo que propalaba el aparato y el mismo era un actor secundario, un héroe de la clase trabajadora, esmirriado y fuerte, con ojitos de laucha feliz, allá arriba entre los andamios y el cielo. Un semidios sin físico de atleta pero con ángel. Cuando no estaba allí, en la altura, se metía en el traje de astronauta porque cultivaba abejas. "Cultivar" se decía a eso que tenía en una entrada perteneciente a la familia por la calle de enfrente y espiar desde fuera, porque se nos estaba prohibida la entrada, él andaba con su disfraz entre las celdas de madera, entre flores de un verdín que hacía de telón de fondo y las abejas como otras florecitas moviéndose al silbido de él, su amo.

El Caballero Rojo perdió su primer pelea y Don Francisco abandonó su entusiasmo, porque según su credo, los buenos no perdían, Central no se iba nunca al descenso y sus hijos solo serían artilleros del equipo. Uno fue bailarín y el otro se perdió con atorrantas que lo único que hacían era sacarle el dinero que ganaba en la pinturería. Un día enfermó de un cáncer al pulmón y lo lloramos retroactivamente, mientras Karadagian en la próxima pelea que antecedió a su partida, casi pone de espaldas al oso que le habían tirado como rival.

Vino por última vez al Estoril a tomarse un fernet, pero ya la muerte lo seguía y él sabía y todos los sabíamos pero, en el fondo, esperábamos, como cualquier héroe cualunque, que la Muerte le temiese y no se lo llevara. Se despidió de mi tocándome la cabeza y augurándome iba a salir bueno y se subió al jeep por última vez antes de entrar al Hospital y perder la batalla que ni se televisó porque ya el rating elegía que era lo que vendía más o menos. Luego, en un tiempo que no pude medir se supo que tenía una hija en un pueblo, una hija de otra, una tal Florencia cuya mamá había muerto antes que él y que la viuda, la mamá de Carlos fue y deshizo la tumba a palazos y lo vedó del descanso final, traspasándolo al panteón de los hermanos. La tal Florencia fue, durante un verano tema de conversación en todo el barrio, pero luego, con el vértigo de las clases ella misma desapareció de la escena donde se había colado y nunca le pudimos ver la cara. Mi amigo Carlos una vez nos habló y dijo querer conocerla. Es mi hermana al fin y al cabo, pero, nunca a los chicos se les abre la puerta de la verdad y quedó la historia trunca, sin encuentros, ni regalos ni película. Allí en los altos andamios debe andar bebiendo grapa don Francisco, que así se llamaba el hombre. Dejó su ropa salpicada entre un montón de cosas, el traje de astronauta enlutado y las abejas que se mudaron de barrio. Carlos viajó a Europa a encontrarse con su destino, cambió de sexo y se perdió en los canales de Venecia para reaparecer en postales. El otro hermano progresó, adquirió un lote y puso un bazar enorme que luego fundió por culpa de las putas.

Don Francisco, a pesar que no compitió nunca en las luchas, fue sin dudas mi mejor Titán.

Los Jettatores mueren dos veces


Tito la Spada se ha muerto de golpe y lo velan en la peluquería de la vuelta, la bandera de Ñuls sobre el cajón le tiende un aúrea marina por aquello de los films donde el ataúd cae al mar. Se ahorran la bandera. En cambio, por los dichos de los mayores descenderá a la tierra con él, abrazada a las maderas del cajón y la foto de todos los muchachos que luce agarrada artificiosamente entre los dedos del finado. Es nuestro primer muerto y no nos perdemos nada. Ni los percherones en la puerta, ni el crespón sobre los espejos, ni el aroma de las calas y las coronas saturando de muerte el recinto entabacado. Es nuestro primer muerto y nos lo dejan ver a través del vidrio: el espejo lo devuelve y se parece un poco a Boris Karloff con su barbita en punta, su frente alta, blanca, ya en otra dimensión. Empieza a garuar y como nos impiden quedarnos dentro nos cruzamos al alero de la carnicería cerrada, donde en los domingos solemos armar un cabeza a cabeza debido a la dimensión perfecta y las marcas de cemento en la vereda que delimitan el perímetro exacto para el match. Alguien aporta una de goma, de esas duras, negritas, que dejan un chichón invisible hasta que uno se acostumbra. -Jueguen respetando el luto, nos amonesta Doña Coquito, con su culo enorme de avispa señorial paraguas en mano, cruzándose hacia el velatorio. Lo hacemos, la pelota pica encabritada y como absorbe manchas de humedad detecta con perfección el sitio donde picó, convalidando el gol o no. Hoy está hecha una bengala heridora, como un animal rústico de piel brillosa que estuviese confinado en los bosques durante milenios y saliera hoy a la luz por algún encantamiento. Se nos escapa de las manos, nos ataca, nos perfora el pecho y la frente. Decidimos cambiarla, buscar una más suave y grande, una de plástico pero el ruido resultaría descortés. -Falta un gol, se queja Azuli que tiene el partido controlado y está jadeante bajo la garúa. Un solo golcito y la gloria de haberle ganado al Antonioni, el gigante negro imbatible. Se asiente y se prosigue, faltan segundos: un tiro corto para el pecho de Azuli que remata ya solo frente a un rival vencido y la pelotita como un demonio que brinca en un cascote, pega en el reborde de un balcón, salta al medio de la calle y al ser embestida por un Siam Di Tella que pasa justo sale disparada como bola de acero hacia el vidrio de la peluquería y hace estallar los vidrios como si se cayese de pronto un océano de cristal y hierro. Hay un silencio atroz; corremos hacia Alsina que ya es una boca negra ensimismada en las sombras de los altos plátanos y la casi ausencia de luz. La negrura nos hunde, nos protege. Recién nos detenemos en el centro de la plaza Buratovich, donde en la fuente reseca una venus de bronce parece acogernos. Nos tiramos bajo ella como en una trinchera: se oyen nuestras respiraciones afanosas. Arriba, sale la luna, ya escampó y advertimos el frío en nuestras remeras empapadas de sudor. -Deben estar buscándonos, articulamos como si fuésemos una patrulla de Combate. -Cagamos, aludo yo con mi optimismo lozano. Y saltamos la redonda fuente hacia la gramilla emprendiendo el retorno a la crucifixión: hay una mansedumbre de entregarnos, hartos de lucha y escondrijos. Vamos hacia nuestro destino -!Que ninguno arruge!, grito yo, que me gustaría huir a la luna. Al llegar hacia el velatorio nos recibe un camión de bomberos, agua por todas partes y vecinos atribulados. No sabemos qué sentir, si alegría por la muerte, por el suceso extraordinario, por la fortuna que tapa las pistas. Resultó que en el momento de entrar la pelota por el vidrio, se desmoronó el techo sobre los presentes y tras un cortocircuito se incendió el local. Afuera vemos a Troilito, el peluquero acongojado por la doble pérdida, la de su amigo y la de su local.
-No hay que lamentar víctimas, dice alguien.Suerte inusitada la nuestra, justo en el momento del impacto ardió Troya. -Se murió dos veces el Tito. -!Que lechuza!- No podía con su genio, se oye entre susurros.
Mi tío que ha estado fumando con otros en la esquina comenta por lo bajo ?Era el campeón de los yetas el finado, si hasta muerto dejó su legado, ¿eh?
Agradecemos a todos los mufas, los jettatores, los fierros del barrio y del mundo. -Lo único que no sé es que hacía esta pelotita cachuza dentro, dice un tipo gordo. Y nos descubre -¿Es de alguno de ustedes?, mostrándola averiada de calor. Negamos, negamos mientras hacemos los cuernos por detrás.