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 Adrián está terminando Tangolpeando, su esperado CD del sello Blue Art que sale a fin de año definitivamente para el arbolito, junto con " Cuando llueve". Edit.Ciudad Gótica- relatos de contratapas del Rosario 12.

Somos todos como niños


* Ambos son jovencitos implumes y atienden un kiosco de revistas de calle Córdoba. Dibujan con frenesí pero sin arte en los ratos libres que son muchos. Caballos dibujan. Caballos criollos. De cuerpo entero. Cabezas. Cuando recibieron una revista con las reproducciones de Dalí uno dijo -¿Los relojes chorreando es como de los faloperos, no?- No, eso se llama subrrealismo, le respondió el otro. Y empezaron a copiar al español. -¿Por qué no dibujan lo de antes en vez de esas boludeces?, les inquirió el padre, tutor artístico y asignador del sueldo de ambos. Como respuesta ahora dibujan caballitos chorreantes: Son espantosos, pero les asegura la dignidad vulnerada.

* Escuchó hablar del reloj biológico; El, quien tiene horarios rotativos y trabaja una semana de mañana, la otra de tarde y la restante de noche. Escuchó delirios sobre mutaciones. De mañana es un hornero, de tarde un cascarudo y de noche un murciélago. En las horas libres duerme, hibernando como un oso. Se aparea cada dos meses. Es el único animal que paga por tener sexo.

* La noche era escandalosamente bella, salieron a la terraza tras un ensayo. El patio, las plantas en la altura, los pigmentos fosforescentes cercanos al farolcito amarillo. Y la luna que creció de golpe, llena, redonda. Esos momentos sublimes donde nadie dice nada. Hasta que el brillo delató a un nuevo cartel, más grande que la luna que dejó ver una hamburguesa horrible, gigantesca y la leyenda chorreante de "un cuarto de libra de queso". El asco los invadió a todos.

* Ella es una maestra que llegó del campo, ya mayor, y vino a dar a una escuela exigente, con chicos avispados y padres paranoicos. Los chicos la abruman y los padres la cuestionan. Confunde ser atacada con su incapacidad absoluta para gobernar con arte y eficacia el grado. Se victimiza pero ni le salen lágrimas, no sabe llorar. Es incapaz de indignarse y de sentir océanos profundos en su alma hueca. Por todo ello, para sí, se suele decir ?me discriminan porque vengo del interior.

* Hay sitios que dan miedo porque nos reducen al confinamiento y la prisión: Las comisarías. Y hay otros de implícita ternura desde su fachada como guarderías infantiles o tiendas de bebés. Los primeros suelen estar atendidos por gentiles y los segundos por personas horrorosas. Así es la vida, incongruencia pura.

* Le ocurrió algo exótico y de aire fatal: Llenó sin mirar dentro del termo con agua y mateó hasta terminar el contenido. Cuando vació el resto para llenarlo nuevamente vió caer en la pileta un escorpión muerto, calcinado por el calor hirviente. Hace dos días que aquello sucedió y cada marea o escozor o tensión que siente en su cuerpo lo atribuye al poderoso influjo del veneno que siente circularle por toda su anatomía y que lo terminará fulminando. Pero los días pasan y no se atreve a una consulta.

* "Por favor espere a ser llamado", lee impreso en el vidrio. En esos lugares de trámites ella ha comprobado que inevitablemente las ventanillas son siempre seis. Y dos son los que atienden. Hay un tercero, flotante que los charla, se sonríen, pierden el tiempo, la fastidian y enervan. Hablan de sus cosas. El que los distrae siempre lleva una taza de café en la mano, al descuido. Los ametrallaría, haciendo saltar los vidrios, salpicando todo de rojo. Pero hace palabras cruzadas para no tentarse.

* Es una señora que vive en un pasillo, cuida de su perra, baldea el pasillo y escucha la radio. Laprida al fondo. Se indigna de pronto con las noticias: Las potencias saquean y hacen explotar las ciudades de Medio Oriente cada día. Y nadie hace nada. Para quitarse de encima el odio y la incredulidad, para rebelarse y no sentirse cómplice va hasta el club de la vuelta y se inscribe en un curso de danzas árabes.

* La vendedora de tarjetas magnéticas de Entre Ríos y Urquiza es observada por un caballero que desde el tercer fijo la ojea por la ventana: La posición oblicua cae en un ángulo que le permite ver el rostro y los senos. Ella, un día, lo advierte, mira hacia arriba y lo sorprende, como llamada por un pálpito. Lejos de indignarse a la jornada siguiente se pinta de rojo furioso los labios y se calza una blusa blanca ajustada. En cada señor que adquiere una, ella cree ver que es él quien se ha atrevido a mirarla cara a cara.

* Un niño de seis años lee a Max Cachimba, le gustan los Monty Pyton, Les Luthiers y Cha Cha Cha. En el colegio lo acusan de no "prestar atención". La queja llega escrita a sus padres. El los interroga y se explaya. -Se volvieron locos en mi escuela...¿cómo se presta una atención si capaz que no la devuelven?. Festeja el chiste, pero los papás saben que tienen por delante el enigma mayor de sus vidas, ¿qué hacer con él, cómo explicarle, cómo va a aprender a moverse en la selva donde gobiernan los más estúpidos de la cadena zoológica?

* Tiene caspa y además es semicalvo. El sobrino, jugando sobre él, descubrió el sembradío y le ha dicho que lleva miguitas para que los pajaritos coman. Por la noche, su novia le advierte en la cama sobre la ceniza escamosa. El cuenta lo de su sobrino. Ella hace un mohín. -Lo que quieras, pero es asqueroso igual. Esa noche decide abandonarla.

Quién entiende a las mujeres


* ¿Es acaso una campaña del Imperio Informático para meter miedo? En su hotmail primero sale escrito. Advertencia: cuide su cuenta. Luego: Cómo defenderse con alarmas. Y la definitiva: Aviso, te han eliminado. ?Hay gente de vida cretina que juega a la guerra del miedo, se dice, metiéndose de lleno en el sol de la calle. Y sabiendo que esto no es nada en comparación.

* Casualidad pigmentaria: El conteiner es verde y el pibe que entra, trabando la exclusa con un palo está vestido color loro. Sería Linterna Verde si no fuese morocho, aindiado, anduviera sucio y extrajera de la caverna plástica un par de zapatillas grises que se empieza a probar. Es más ágil que el superhéroe, pues ha salido en segundos y ya está saltando sobre el calzado: Precisa volar por la ciudad y carece de efectos especiales.

* Cada seis meses lo mismo: Se empieza a desmoronar. Es un ciclo perfecto. Siente mareos, depresión, cansancio y abulia. Se hace chequeos que le dan invariablemente mal pero nada grave. Después de pasar por médicos y autorizaciones de órdenes decide un día curarse y se reestablece, aburrido de sentirse mal. -Hasta que un día no salga más y venga la muerte, se comenta para si fatalista y previsible. Pero sabe que no es verdad: Sólo debe aprender a soportarse.

* Ella es como la caja negra de un avión. Así son los secretos de la que cuida el rectángulo lleno de guita del banco español rojizo y aromatizado, mientras afuera bulle la primavera y los reflejos de los autos veloces parecen retazos de filmes que se proyectaran sobre las cabezas de los clientes. Nada de esto dice, con nadie habla de sus imágenes. Algún atardecer va a reventar de colores y la encontrarán en su cama, traslúcida y sin nada adentro. Ese día, recién valorarán su poética.

* Le suena el celular en la cintura, donde ya hace meses ha dejado de usarlo en ese lugar por temor al cáncer. Pero le suena, lo siente reclamarle. Alguien le habla del síndrome del miembro fantasma pero él descree. No obstante, el costado le vibra cinco o seis ves al día. Incluso cuando está desnudo, durmiendo.

* En la ciudad no hay más clásico de fútbol pero lo revive cuando dos empleados de correos, repartiendo correspondencia se cruzan en una ochava. El rubio lleva la auriazul y el morocho la rojinegra, en el diseño de sus uniformes.

* Todo empezó con un casual "-señor, me dice la hora" desde la voz de una jovencita. Luego la notificación que ya falta muy poco para empezar los trámites jubilatorios. En los colectivos ni mira a los chicos sentados por temor a que alguno le ceda el asiento.

* Nunca pensó ni remotamente en la posibilidad homosexual de que gustase de un hombre. Pero ahora que la posibilidad inversa existe -alguien gusta de él, se lo han confirmado-, lejos de horrorizarse se siente calladamente halagado. Sabe que nunca dormiría con otro hombre ni lo besaría, pero gustarle a alguien no deja de ser un viento de nutritivo polen inmerso en la adrenalina del bienestar. Lo reconfortante es que no siente pavor.

* Es rubia, bonita y habla con su celular. Habla apoyada en el semáforo de Santa Fe. Del otro lado la secreta dicha parece estar contestándole. Y sucede que con cada gesto de afirmación de la buena ventura cambia la luz con mayor entusiasmo.

* El la quiere retener en Rosario. Es su hija pero ni la atiende. Lo hace de rabia porque su ex esposa se fue a vivir a España con otro. La mamá, necesita tenerla con ella, pero la hija extraña a ambas familias carnales. Para que entren en razones el juez debería proponerle a los padres que la hija en común se quede a vivir en medio de océano, en una islita donde ellos no la perturben con sus miserias. Pero no tiene imaginación ni sabiduría.

* Sólo su perro y su analista conocen a fondo su doble vida. Ambos a veces lo miran, pero el bicho es el que menos parece cuestionarle alguna cosa. A los dos alimenta puntualmente.

* Ese no encarna más, extiende ella desde el trono arrogante de su soberbia belleza de reina de la videncia adquirida. -¿Por qué?, inquiere él, quien le gustaría atragantarla de un beso o de un baldazo de agua saborizada. Señala a un viejo -es cruel esa basura, susurra. El se siente insignificante y paralizado de tanta altanería. Están bajo una luz violácea y ella le comunica que la rueda de la vida gira en sentido estricto. El suspira -con todo lo que tengo por hacer. -A vos te falta mucho todavía, culmina ella con un apio en la boca. El clima esotérico poco favorece a su idea de llevarla a la cama. Por eso, recio, con la noche perdida, sorprende con un eructo. -!Fantástico! se alboroza ella, !Los espíritus liberan los malos efluvios!. Ahora sí confirma para sí la oración fundacional del macho criollo: "¿Quién entiende las mujeres?".

Por pudor se mezcló entre la gente



* Sube la pendiente natural de la vereda por Maipú hacia San Lorenzo y se sorprende en una vidriera, encorvado como un alpinista ?La vida tendría que tener más de estos altibajos terrenales, así no se notan a simple vista los defectos corporales.

* Cuando alguien cierra el mensaje a su celular con un "bs" que significa besos él deduce que en Buenos Aires el epígrafe resultaría una redundancia abreviada.

* Recibe invitaciones por correo para hacerse crecer el cabello. Alguien le comentó que hay un método que consiste es extraer pelos del culo, de la zanja oscura, para implantarlos pues crecen más firme. Aún no sabe si es una joda o qué. Por las dudas, ayer mientras se bañaba tomó un espejo y se examinó el trasero: Comprobó que de ser necesario tiene de sobra: Luego se avergonzó por ser tan crédulo. Y más aún cuando su novia le preguntó qué había estado haciendo con su espejito que dejara olvidado sobre el borde del bidet.

* Martín le dicen, o Luis algunos. Cualquier nombre que le pongan él acepta pues el suyo es intraducible. Cantonés chino. Lo hicieron de un equipo fantasmal: Tiro Federal y a él le gustó el emblema del tigre pues de donde proviene constituye un animal sagrado. Pero lo que hace no tiene nada de sagrado: Cuenta y recuenta las botellas de vinagre y al llegar a la heladerita con quesos siempre comprueba que le faltan trozos pues se los distraen demasiado algunos clientes veloces ?!Chirizos!, explota en su media lengua. Y refunfuña, pretendiendo decir "chorizos". ?¿Chizitos? ¿Qué pasa con los chizitos?, le contesta la cajera, burlona y parapetada detrás de la registradora gris que conserva su perfume y su aburrimiento.

* Una vez al mes, por motivos laborales se reúnen algunas horas para intercambiar ideas y proyectos en un bar de Barrio Martin: pero hablan de él, terminan haciéndolo. Son ex novias suyas. El lo sabe. Lo que le da mayor aprensión no son las infidencias o que lo destruyan en el recuerdo sino porque tiene la poderosa sensación de que se juntan a hablar como de un difunto.

* Vió a una señora momificada, pero encorvada caminando con cara de mona y progmatismo ?mandíbula saliente? que se le cruzó en la peatonal y llevaba en brazos como ofreciendolo a un bebé de quien no quiso fijarse en el aspecto. Temía encontrarse un feo cuadro de Goya. A veces contempla sin maldad lo espantoso del mundo y se arrima a preguntas tales como? ¿Por qué la alguna gente tiene hijos? ¿Para qué?. Se averguenza un poco pero olvida rápidamente.

* Descubrió en la multitud con la detección certera de rayos X a una ex compañera de la primaria, deteriorada, casi senil y le dió un vuelco el corazón. Por pudor, se mezcló entre la gente y se cruzó de vereda. La sorpresa fue mayúscula: Ella había hecho lo mismo y en sus ojos vió la fingida sorpresa que tenía Lucrecia Bernardi, que así se llamaba, al encontrarse cara a cara.

* Encuentra los parecidos de una gran familia invisible. Sube al colectivo una chica y detrás un señor mayor: por el perfil, el aire similar deduce que son hija y padre respectivamente. Pero no sucede lo que preevé. Ella pasa la tarjeta y él la suya. Y se sientan separados. La genética no existe ni existe el presentimiento, menos aún el golpe de visión. O bien todas estas cosas hermanadas que no dejan de asombrarlo. Somos una interminable manada mutante y a la vez iguales, muy iguales quienes no se hablan entre sí por miedo a que las devore un lobo ancestral.

* La doctora es joven alta, atractiva y levemente andrógina. Se han hecho amigos. El juega en el consultorio, le pide medicación exótica y se pesa distrayéndose con la balanza: Le cuenta chistes, enigmas; ella sus experiencias de guardia. De pronto, en un alto de la charla mientras le mide la presión, ella se confía. ?Vos que sabés tanto, tenés que ayudarme?. El atiende ?Preciso algo para el alma, algo que me cure. El se conmueve y se decepciona. Le da la mano y se apena por la soledad que suele haber tras los títulos y los guardapolvos blancos.

* En televisión hay un coro de hipoacúsicos dirigidos por una señora que ladra, destrozando sucesivamente Merceditas y el Ave María. Será un coro de señas, sordos plenos pero ignoran que quien las conduce es una burra que las conduce al naufragio auditivo. La gente, tal vez se conmueve más, pero él siente un hormigueo de verguenza en el pómulo que lejos de causarle gracia lo apena. ?Hay que avisarle a esta gente, se dice. Y toma la dirección del coro. Cuando era chico fue a cantar para los ciegos y le rayaron con unas pezuñas de peludo la guitarra flamante. Y sintió, con culpa, una leve repugnancia que no supo identificar y menos aún poner en palabras.

* El cortejo fúnebre pasa despacio por el Parque Independencia pero a la vez como una exhalación tortuosa. Distingue a un gordo morocho al volante que preside y que llena toda la ventanilla con su corpachón; detras otros autos y cerrando la fila tres taxis: Toda la gente va apretada, encimada, con la ventanillas cerradas por el frío. El único que viaja cómodo es el muerto.

* Hablando de muertos, el portero limpia todas las mañanas un rectángulo de mármol, marrón veteado, recién puesto. Es cerca de la cortada Verano, al sur. Parece el lateral de un gran panteón. Dentro, ?era el piso seis? en otra década de sangre joven el supo acostarse con una señorita que podía hacer revivir a los muertos. Pero ya esa loza y la falta de recuerdos la han sepultado y las únicas flores posibles son el rememorar aquellos melancólicos polvos del atardecer, mientras su esposo abría el restaurante.

* La felicidad es leve, poderosa, menguante e inhallable. Se la puede descubrir acccidentalmente, impalpable pero rotunda. Es una felicidad sin testigos que le va a durar todo el fin de semana: Dos chicas al pasar; la más bonita lo miró de lleno al cruzarse en la entrada de una tienda. Son esas miradas que liberan del dolor de sienes y la ausencia de besos. Salvan la vida. Por eso a la tardecita, mientras oía pesares se encontró sonriéndole a quien los contaba porque estaba recordando esa mirada. Lo han amado en segundos y sin testigo alguno. Le están narrando un infierno, pero la avenida Pellegrini se parece a la puerta de un Edén.

Fotografiando la zona


* Se suele despertar en los albores del día con nombres de jugadores de fútbol retintineando en la oscuridad. -Vanderley, le dice la voz. Y lo ve con la camiseta de Peñarol. -O Willington o Candau o Bernao. No sabe qué significa el llamado de esos nombres. Tal vez un anhelo del fútbol pausado, como el andar de los astronautas. El jugar elegante y práctico de otra epoca. O aludirán a un pasado de radio, sin cuerpos ni siluetas ni colores. Pero lo que más lo inquieta es el relato de un anónimo cronista que susurra!. "!..Viene..viene el centro cruzado, un buscapie propiamente!". A veces en esos momentos abre los ojos y otea por las hendijas de la ventana que aún no es de día y él está despierto, malgastando esa media hora previa al campanazo del reloj, enredado en figuritas viejas, en el álbum que nunca pudo completar porque la difícil era Didí.

* Las mujeres lo desesperan. El ve belleza donde nadie la ve, él siente acordes complejos donde hay apenas un instrumento intocable, él sabe lo que hay dentro de cada mujer y a la vez no sabe nada. El completa sus vidas cuando las ve de espaldas. -Una nuca, la cadenita, el pelo húmedo camino al trabajo o volviendo de él. Y presume que en esa cabellera sin rostro lo espera la felicidad que le es negada desde el comienzo de los tiempos.

* Se encuentran en la calle. Son dos amigas. -Estemos en contacto, dice una. -!Dale!- chorrear de entusiasmo lleno de dientes -!A ver si nos vemos un día de estos!, retruca la otra. Se sonríen. El afirma que se volverán a ver seguramente, pero claro, en otra dimensión o dentro de una década. Le dan ganas de acercarlas y regalarles una hora de café para que se pongan al día con sus mundos y no necesiten mentir tanto

* -Ja,ja, le responde la amiga por el mensaje que él ha enviado y que a ella le causa gracias. Ese ja,ja congelado en letritas cuadriculadas lo desespera. -Qué ja, ja, pelotuda, se dice, pero no lo pone, claro. No hay ningún ja, ja. La risa no se escribe. Los libros se leen y la voz es la voz siempre, no esos arrebatos comunicacionales donde se escribe sin sonido, se transpira sin correr y se hace el amor sin desnudarse.

* Hay ropa tendida en un patio, toda violeta. Uniforme de un restaurant. ¿Cómo se lavarán las manchas de grasa, tuco, vino, sopas, manteca?. Tarea imposible. Habría que quemar cada pila con cada lavado: Una fogata azulina y gris y rehacer toda esa humanidad manchada de los efluvios de una civilización que engorda como un cerdo. Pobre, se dice. Distingue a la madraza lavando a mano toda esa torre de ropa mugrosa y construye un mal tango de piletón y viejita que lo desanima. Por suerte el lavadero simplifica todo. Que lo hagan todo las máquinas que para eso le damos de comer fichas manoseadas.

* Tiene cerca de cuarenta y aún hoy se sigue preguntando sin resolver el enigma de dónde afloran esa gotitas de agua pernennes que están en todas las farolas encastradas en el cemento del piso y que suelen enmarcar las entradas de algunos edificios. Y ni hablar de los insectos muertos atrapados en los globos de vidrio: Un misterio todavía insondable.

* Hay una dama que le escribía por el messenger que el descartó porque andaba con la panza llena y además que no lo satisfacía físicamente. Le parecía vulgar y ansiosa de un encuentro. Ahora que volvió a estar solo, se arrepiente y la añora, transformándola en la más atractiva de las mujeres, la mas apetecible y la más misteriosa. Pero ella lo bloqueó.

* Por la Plaza Montenegro, domingos a la mañana en la cola del 137 esperan siempre un grupo de negros haitianos. Pertenecen a una congregación que viene de rezar por allí cerca. Siempre la ve: es una reina ancestral, diamantina, de piel azulina. Viste de violeta y de negro. Zapatos en punta y una cara preciosa. Siempre anda con un chaperón que puede ser su hermano o su novio. Cree que lo mira, pero no sabe cómo acercarse. Sueña con cambiar de vida rotundamente y este cambio la incluiría si no mediaran las distancias.

* El colectivo tiene una barra a la altura de las caras que al estar dispuestas en una elevación errónea, hace que para ver por arriba uno tenga que estirar el pescuezo y para ver debajo encorvarse. Cuando le toca uno de estos modelos suele meditar acerca de la crueldad humana como la una acechanza brutal y sin arreglo.

* Obama aparece en el noticiero: Tiene las sienes grises. Ya empezó con los crímenes, y no toma helados en su Hawai natal o besa a los niños: ahora apunta a las barriles de petróleo y continúa la saga de cowboys. -Un sherif negro, piensa. Un Ku Kux Klan al revés. Le hace acordar a Antonioni, el morocho cabeza mota de la cuadra de su niñez que en busca de aventuras se fuera a Norteamérica a trabajar de sastre en Hollywwood. Mira a Obama y se pregunta si no será su amigo de la infancia con la identidad cambiada.

* En el parque las parejas jovencísimas sueltan el mantel y toman mate, como lo hacen los viejos. Ella, la chica vestida de aldeana tirolesa tiende con practicidad la mesa sobre el césped, saca mermelada, unta, ceba mates. Parece su madre cuando lo llevaba al Parque Alem y deduce que todos, más allá de los almanaques, nos terminaremos pareciendo a alguien.

* Lejos, en alguna parte del final del domingo suena la sirena de un barco y el aullido de un gol en la garganta de un locutor. Reconoce que están en mismo tono y eso lo amansa como si al fin hubiese en el universo un poco de certeza, cordialidad y un abrazo entre las cosas invisibles.

* Cuando piensa y siente en la posibilidad de ser plenamente feliz lo inunda una generosidad que le permite ver a sus enemigos con un odio mesurado, objetivo y hasta fraternal. Pero le ocurre muy, pero muy pocas veces.

* El día es soleado, apabullante de pajaritos,luz. -¿Cómo está el día?, pregunta ella, aún en la cama y bajo las colchas, depre y con la culpa a flor de piel. -Para los optimistas es un día perfecto, contesta él para reconfortarla en algo.

* Recuerda que tiene que llevar el lunes sin falta la partida de nacimiento para un trámite. ?Toda partida es un nacimiento y todo nacimiento es una partida, escribe en su cabeza. Igual a la pintada del Parque España: El cuerpo tiene fecha de vencimiento, el alma no. Le da pudor, quisiera no ser tan obvio. Al fin se toma el 128 hacia los confines de Rosario.

Aldo busca un horizonte


-Tengo la que me cuelga que parece un bonzai, se reconoce en el espejo, chanchina rosadita, de orificios oscuros con pelambre amarronada. -Cuanto hace que no la meto, a ver...y enumera hasta perderse en los polvos malhabidos; abonados entre las mesitas de luz con vidrio encima, el vaso de alcohol dulzón en la petaca, el tabaco apretado en los pulmones, los cortinados que simulan discreción pero ocultan vidrios agujereados y refaccionados malamente con diarios, el olor a perfumes no tan desagradables pero que el resume como aromas de la pobreza disimulada mientras ella invariablemente gira su cara, siempre la misma, por más que las modelos de su sombra de pesadilla sean siempre diferentes: Achinadas, mofletudas, solas damas pérfidas maduras de corazón helado y pasados luctuosos, muertas a la deriva en el océano donde el mismísimo Aldo navega en una balsita de alcahofa y pasto obligado condescendiente a espiar en la soledad ajena. Ellas controlando el relojito o repasando mensajes de su celular o a lavarse si se puede pero rápido e irse por el pasillito y hasta siempre mi amor, mi gordi querido, chau chau, volvé pronto.

Se mira -Arco superciliar izquierdo, se dice, hinchado por la piña que le pegara el cana antes que el otro, el grandote policía de apellido Mendiolaza aparecido quien sabe de donde, se apiadara o comprendiera todo ese merengue y lo sacara, destrabándolo del infortunio. Las muñecas con unas marcas de acero que lo indignan y que solo vió en las películas de torturados. Ahora está de pie, con sus patas de búfalo, desnudo frente al espejo, recién bañado, a punto de salir para la terminal y subirse al de las 16.30 con destino a Runcal, donde según el aviso piden personal de vigilancia para empresa ribereña de producción de pescado. Huir de la yeta, rajar, ofenderse pero sacarle el cuerpo al dolor intenso de no poder dar un paso sin salpicarse. Nada más: Un adiós indiferente de los dos. Inteligente era ella, tanto como para darse cuenta que él debía huir del encierro de los dos, se corrige mientras se pone las medias y el calzoncillos y se contempla frente al espejo largo del ropero y se dispara con el dedo hacia el medio del pecho; un tiro certero que lo desnuca y la sangre salta y su nombre que aparece mal escrito en el periódico local, con errores de tipeo y todo el trámite hasta que reconozcan el cadáver y el epílogo funerario.

-Lo haría para darle un disgusto a Mary, y siente temor al evocarla porque ha entendido que el solo pronunciamiento de su nombre le agrisa los rasgos y le da una puntada en el corazón pese a que ya ha sido destrozado de un balazo propio -¿Cómo se verá la cara de ella ante mi, fiambre en la morgue, sabiendo que no tengo nada y debe cargar con el muerto?. ¿Lloraría?. ¿Podría comer después, tendría acidez, pena, depresión, lástima, arrepentimiento? ¿Pensaría en los gastos?. Se persigna como antes de entrar a una cancha y sale de la habitación a la que nunca más retornará. Hotel San Carlos, mufa, baba del diablo, trampera de buche.

Afuera el sol le hace caricias en su narizota colorada y estornuda de placer. Detiene con el brazo un remis blanco, del año de Onganía -A la Estación, le dice al chofer. -¿Cuál? ¿Tren o micros?. Tiene un instante aéreo, de liviandad. Tomo un tren, quien sabe para donde y me bajo quien sabe donde o voy en busca del destino escrito en el diario en el guión que estoy tecleando desde lejos, mientras que desde arriba sobre él, Aldo, Aldito solitario se ve morirse de miedo ante la aventura o ante la posibilidad de no conseguir empleo que le permita comer. -De colectivo, gracias. Y parte, se parte ya mil veces partido en varios pedacitos que saltan y rebotan en el piso de madera lustrada de la terminal con olor a lustre a la vez que llega el colectivo verde y gris plateado que lo lleva hacia un confín donde nunca estuvo y que promete calor, ciénaga y olvido. Eso por sobre todo, olvidar, ser nadie, ser otro, ser padre de dos nenas como de figuirín, lejanas, recortadas en cartón y de una esposa a la que trata de difuminar pero no lo logra porque sabe que sin ser gladiador ni héroe está haciendo lo correcto: Partir, romperse en fragmentos para evitar que todos, que cuatro almas lo hagan en lugar de la de él solamente. Aldo, Aldito, fantasma y angelito de las terminales que de aquí en más habrán de ser tu sino como si fueses ya una hinchada golondrina enferma de pelaje impermeable y habrás entendido que no te deben doler ni la ausencia, ni el horizonte terroso ni el pago que perdiste como también lo perdiera Martin Fierro, allá lejos, en las hojas de un librito que caprichosamente recordás ahora de pronto, con el pie en el primer escalón del colectivo que te lleva quien sabe donde.

Mediolaza salva a Aldo


Algo en su olfato de perro de la policía le dijo que debía seguir al patrullero hasta la taquería. Sabía que habría de desarrollarse algún hecho que él palpitaba molesto, por eso los mantuvo cerca y cuando se detuvieron y bajaron al gordito con las manos en la espalda sencillamente dió un portazo al auto y subió la escalinata. Lo saludó el cabo de entrada quien le preguntó a quien buscaba. El respondió con un apellido japonés y el tipo se rió, moviendo la cabeza "Estos son así. Se les dice cualquier cosa y por tener uno mayor autoridad apoyan aunque no hayan entendido ni jota el chiste posible". Caminó por el pasillito y se sirvió agua helada con una mano: en la otra llevaba la tacita de plástico que le ofreció al reo que estaba en el banco cabeza gacha, todavía con las manos esposadas. -Ey, gritó con voz de trueno que hizo dar un respingo a Aldo. -Vení, vení le dijo al cabito rubión. -Decime, ¿Así se trata a un sospechoso? Mirá: tiene las muñecas hechas mierda, ¿O no ven que le pusieron un talle menor?. Yo, yo...Yo, las pelotas, comprate un yo-yo para el caso. Una mano le detuvo el gesto que señalaba al policía joven- Eh,defensor de solitarios. Era El Colo, el del teléfono, su compañero de apenas 48 horas atrás, cuando dejara la dependencia. Lo llevó a su oficina. -Ja, ¿Ahora defendés pobres y ausentes che?. -Mendiolaza suspiró; nunca se había sentido así, libre, pero con un cuerpo ajeno. En otro momento le hubiesen empezado a doler las sienes y hubiese desentreñado el kilombo en un ratito de análisis pero ahora estaba fuera de la institución y su amigo, el Colo era quien ocupaba su escritorio.

Sacó un cigarrillo y sin preguntar lo encendió. El Colo, por cortesía solo abrió la ventana. -Mirá vos, ya te instalaste en mi lugar rápidamente. -¿A ver? Fotos de esposa, hijos y perro. Yo no tuve ni de Perón, pero son estilos. -Sí, se rió el Colo. Mi estilo es la familia y el amor. -El mío es haberlos perdido. Y ambos carcajearon por las frases que ya parecían de una telenovela. -Dale, servite de este café verdadero que ese parece tinta. ¿Qué te pasa que venís detrás del gordito del pasillo? -No sé, pálpito profesional, a lo mejor mi primer caso como particular. ¿Qué hizo además de robarse una torta?. -¿Torta, que torta?. No sabemos; ayer amasijaron un agente durante el robo a la joyería Lux y el gordito este, Aldo Zampapiglietta como se llama, estaba siendo interrogado por el mismo tipo que lo detuvo presuntamente porque manoseó a una mina, que justo, justo era la socia del choro, ¿me seguís? -Clarito. ¿Y qué hizo además el gordo? -Nada, se dejó detener y anduvo a los gritos proclamando su inocencia, luego boletean delante suyo al agente que lo tenía haciendo declaraciones por abuso deshonesto en la vía pública, todo muy confuso. Encima huye.

Miró el techo que bien concocía y lanzó una bocanada. Luego el gesto de Belgrano en un cuadrito y el ciprés del patio del que sólo se podía ver parte de su follaje -Es un pichi. Debe haberse hospedado en el hotel más piojoso y vuelto a él. Un miembro de una banda no hace eso. Además no anda por los bares cagado de hambre metiéndose una tarta en el bolsillo del saco, sin arte. Yo lo ví. Es un papelonero con mala suerte. -¿Vos lo viste? Ah.. ¿Por eso estás acá? ¿Eso pasó?. Llaman a la puerta, entra el agentito colorado que al ver a Mendiolaza se pone más colorado -¿Usted es homosexual, señor? Cada vez que me ve se ruboriza, espero que sea de odio. -!No señor! y se cuadra. El Colo suspira. -Vaya Martinetti, el comisario no pertenece ya a la Fuerza y tiene un consagrado sentido del humor, retírese. -Con tipos que se ponen nervioso de nada es seguro que los sospechosos mueren en el traslado por algún tiro que se le les escapa. -Dejá de cuestionar todo, que así te fue, alarga el Colo mientras lee el papelito insignificante que le alcanzó el agentito.

-El tipo es de General Villegas. Sin trabajo fijo por ahora. Laburó de mil cosas y jamás tuvo una entrada. Tiene esposa y dos hijos. Ahora le pregunto que hace en la zona y lo largo pero lo voy a tener vigilado. -Dejalo que es tan boludo que se vigila solo. Mira la habitación a la que jura no volver a entrar nunca jamás y agrega: -No hace falta preguntarle nada. Debe ser separado y está huyendo de la Justicia matrimonial no de algún delito. Y está en la zona buscando trabajo. El Colo se cruza de brazos, mira a los ojos tratando de estarse serio -¿Y cómo sabés tanto de un pobre infeliz?. -Olfato de perro viejo y mal culeado: ¿Sabés por qué el agentito ese que achuraron lo tenía en un callejón en vez de llevarlo directamente a la comisaría si lo estaba acusado públicamente de acoso?. El Colo no quiso arriesgar.-¿Porque se habían enamorado?.-Me extraña: se dió cuenta que no tenía un pedo que ver y lo intentaba coimear. En eso se produjo el choreo y el agente corrupto por cincuenta mangos recibió lo que merecía; el cuetazo de un 38 corto.

El Colo enmudeció y buscó un camino alternativo. -Ajá, y además del acertijo genial, ¿cómo carajo sabés que lo bajaron con un 38 corto? -No se va a reventar una joyería ni con un 22 que queda chico si hay kilombo ni tampoco con una bazooka que queda grande. El 38 va justo, amigo. Se largó a reir sinceramente y aplaudió de gozo. -¿Por qué abandonaste esto gil? Si seguís siendo el mejor, te lo juro por ellos, dijo señalando la foto enmarcada de plástico. ?Soy el mejor pero tengo los riñones de plomo de tanto correr en vano. El Colo se tomó unos instantes e inquirió como quien hace la pregunta final con que desbaratar al participante. -¿Y cómo adivinaste que el tipo efectivamente estaba buscando trabajo por la zona? -Ah, por adivinación de vidente...Coincidimos esta mañana en el bar y noté que dejó de lado el diario completo para empezar a marcar en birome la página de avisos, ¿elemental, no?. El integrante de una banda criminal no anda buscando trabajo ni robándose comida torpemente, según creo. Buenos días, amiguito detective.

Al Colo, en cuanto se quedó solo, le entró un torbellino de bronca. Tomó el interruptor. -Soy yo, dejen ir al gordo boludo, ese tal Aldo Zampapiglietta. Decile que lo salvó uno que pasó y declaró su inocencia. ¿Apellido? Qué se yo, poné cualquiera. Mirando el Cristo de bronce agregó: -Escribí que el tipo se llamaba Cruz y fue el mejor sargento de la policía.

Aldo mira el río


Está metido en la noche de perros, hocico bruno al norte desde donde ventea el ruido de la civilización que le llega amortiguado en los chapones del puente cercano que retumban como sobre un tapizado de algodón por el peso de los neumáticos de los camiones rodando indiferentes camino a Santa Clara con fondo de las luces verdosas del puente y los fanales que a cada hora, ostentando que llegan del mar abierto, cursan el trámite del horizonte pidiendo telegráficamente entrada a puerto, a casita que llueve, bajo una llovizna gris, no queremos nadar en lo pútrido del río y quien sabe a expensas de qué monstruosa cosa que se levanta del fondo de estos remansos de pavor que no conocemos, gritan callados los marinos de Africa o de la Rusia que desde sus literas se asoman a ver el porque están detenidos en medio de la nada y perciben solo la orilla que se adivina tras el pantallazo sobre las copas de los arbolitos y la autopista por donde pasan camioncitos de juguete y algunas lucecitas tenues. Una de ellas, es la del almacén-pensión que ahora, justo en este instante es la que se apaga para que Aldo, fumando, mirando por el ventanuco, se vuelva a percibir triste de nuevo. Ignoran que ese hombrecito daría su vida por estarse en alguno de esos barcos, con caracolas en los estantes, una mesa rústica, coñac y barbados compañeros de un truco interminable, mientras se huele la amistad, se habla de cosas añoradas y aconteceres extraños, de las fatigosas enseñanzas y la agradable indiferencia por la espera para entrar al puerto, cortejando el empinado bosque que se adelanta o se levanta allí mismo, cerca de la ribera como un muro y todo no termina de ser porque pesa una nada y la nada se disuelve en un sueño sin vigilia puesto que la llovizna casi no moja y uno puede salir a cubierta a fumarse algo. Aldo lo hace en calzoncillos agarrado a la baranda, tirando el humo hacia abajo, para que suba y busque el orificio cuadrado del patio y se lleve los sinsabores, el malestar de araña que le está picando la barriga y más arriba donde se supone late el corazón, cuando le oprime en algunas de estas noches en que deambula por el pasillo alto.

-Soy un paria, se sorprende pensando. Paria, viene de parir, por ende soy un mal parido, deduce alarmado pero no por ello con la certeza de que hay un error flotante en algún lado de su historial llano que le provoca rebelión y no sabe bien la causa. Le sucede seguido: Está viendo la nada, dejándose llevar de las fatigas cuando le empieza a subir un vapor, un calor que es rabia presa en una jaula y que no sabe como descomprimir. Nunca ha sabido. En movimiento es distinto, se puede uno sacudir, pero en quietud se oye pensar. Recuérdase jugando a la pelota, gritando por un partido de truco o hasta shoteando tenuemente un disparo de casín y aquello le otorga al movimiento un relajado enojo traducido en la concreción de un logro, tapiando la ira de no saber porque se embronca.

Allá lejos suele haber un patio con las baldozas enjabonadas y las piernas de su madre con la escoba odiosa repasando todo; el olor a flit, el padre oscuro llegando para deglutir y dormir la siesta. Con eso solo le alcanza. Un cuadro de soledad, de abismo familiar. -Nadie habló conmigo nunca, se dice, maravillado por el horror. Y la frase es arrolladora, matemática: Un muerto, un pibe muerto se sabe que fue. ¿Dónde? ¿Dónde estuve y quién fui? ¿Cuándo fue que me velaron? ¿Quién me hizo nacer para después ni hablarme? Padres mudos, padres fallecidos, padres sin voz, padres que tendrían que haberse ido antes que el mismo naciera. Padres míos, padre nuestro, amén. Baja la cabeza y entiende que es un sólo un chico solo, al borde de una baranda, mirando pasar barcos como aquel otro, el que veía pasar carros rumbo a la ciudad céntrica y la premonición que debía escaparse escondido en uno de ellos, como ahora que fuma y tira el humo que se arremolina en la bajante de la escalera como antes lo hacía el ollín de la estufa a kerosene entre las batientes de la ventana y él era el negado a salir y ver la vida, solo porque sus padres clausuraban pronto la estancia para oir la radio y el mundo afuera se ponía tormentoso de a poco, era otoño y oía cantar una ronda infantil que lo martirizaba

-El puente va a caer, va a caer....somos lo soldaditos que venimos del Perú...hu,hu,hu. Rondas, juguetes truncos, café con leche, pan con manteca. -Alguien me va ayudar a sacarme este gusano negro que llevo, se dijo sonriente por una vez en la huida,...alguien. Se quedó mirando el río infinito que se hizo un telón oscuro sin él darse cuenta y entonces bostezó y sintió dentro del tumulto de cosas horrorosas algo parecido a la calma de no ser nadie, de no saber nada y de no tener pasado. -Es como andar sin pensamiento, se dijo, como en el tango. Y antes que esa sensación poderosa lo abandonara se metió en la cama del hotel para dormirse acompañado, por fin, de una idea envuelta en algo parecido a la ternura.

Mendiolaza en la noche azul


La noche gira alrededor del bar y lo envuelve hasta depositarlo contra un reservado, de espaldas a la puerta por profesión, enmascarado tras los vidrios viselados: algo que le permite ver sin ser visto. No hay ya cacería, teme que lo confundan con un animal viejo en las pasturas porque la muñeca que ya viene a sentarse en su mesa es delicada y bella, ostentosa y desenfadada, lo que evidencia su edad menor, por más pinturas que se ponga en la cara. Sonríe y es una iluminación. Ante esa certeza Mendiolaza no puede evitar un entrecerrar los ojos para evitar encandilarse. Le sugiere se siente. El mozo atraído como un insecto ante aquella ofrenda a la que no ha dejado de mirar se acerca prontamente sin sacarle los ojos de encima. -?Un coñac del bueno para mí, un jugo para ella y lupas para vos así mirás mejor, ¿te parece? Andá, andá, le dice con un imperceptible girar de dedos. Ella advierte todo pero no entiende. Se queja: -?Yo quería una copa de vino.

-?Sos chica para tomar alcohol.

Lanza una risotada que se atenúa cuando advierte que ha producido un chasquido imprevisto en el aire. Llega el mozo de ceño cerrado. "Mirá -- empieza Mendiolaza--. Yo busqué verte no porque seas hermosa y trabajés de prostituta. No voy a descubrir nada, ni quiero nada de vos".

-?Ya me di cuenta: la otra noche no le gusté.

-?No, todo lo contrario: estabas como para matarme si no te tocaba, pero elegí la muerte, digamos. No me gusta sentirme indigno, ¿se entiende?

El mozo anda por allí cerca, él se interrunpe, luego lo llama y se pone de pie cuando llega.

-?Si no te vas en dos segundos te voy a clavar entre los ojos esta cucharita, ¿estamos? Y da un pequeño empellón con la uña de su índice, como quien empujara una mosca muerta al piso.

-?¿Siempre tan peleador?

-?No me gustan los que escuchan, ni tampoco los que te manejan la vida a vos, ¿entendés adonde voy? Odio a los vivos, a los metidos y a los proxenetas.

"¿Los que?", alarga ella con la pajita en la boca.

-?Nada, te cité para decirte que te cuidés y que tengo algo mejor para vos, un trabajo decente. Ella gira como un girasol en la noche; azul en su vestidito caro, azul los ojos delineados, azul la punta de sus tetitas bajo el corpiño que asoma azul en los breteles. ¿Entonces de modo que así es la vida? ¿La empuñadura falsa de un paraguas para una lluvia que no acaba nunca de caer? ¿Esto? ¿Un raspado corazón de viejo que pretende salvar a la chica y en lugar de caer en la cueva de los malandras a tiro limpio le aconseja como a una virgen y le consigue trabajo? ¿Esto es la vida? Esta quietud exasperante de vigilar la oscura entraña sucia que hace obligarla a desfilar como mascarones de proa en otro desfile de cartón a la belleza para entregarse a viejos inmundos, a malditos hijos de puta que habrán de celebrar por otra cosa después, no por haber pasado en el medio de estas dos piernas y haber rozado la belleza para siempre. La belleza, la belleza. Hay quienes susurran el horror, el horror, antes de morirse y entran también en la belleza. La belleza, el honor, el perfume, la cabriola de la bala que debe buscar el ojo del águila que hace comer carne descompuesta a estas delicias de la vida. ¿Y por qué entonces proteger? ¿Quién soy? ¿Dónde caigo? ¿Dónde mierda caemos todos sin nadie que ponga una red? Mundo hijo de puta, Colorado de mierda, vida, mierda, vida, nada sirve en esta simiente fatigosa. Pero la observa y recompone el gesto.

-?¿Que pensás?, dice ella.

Termina él de hacerlo, vuelve al mundo real y azul que los circunda. Ella bebe; está muy seria. Debería estar en el colegio ahora, uno nocturno y esperarla un novio verdadero a la salida en su moto que los llevaría hacia la casa de extramuros donde ella vive, santamente alegre y un día se habrán de casar. Ella levanta el mentón, le toma el dedo meñique y se lo lleva la boca para besarlo.

-?No hay nada que hacer, mi general: debo mucha plata y mi familia, imagínesela. Es tarde para armar todo de nuevo. El mira lejos por la ventana azul, evita mirarla hacia el azul profundo que emana la figurita preciosa de Klim que se levanta frente a él como un milagro.

-?Además,esta noche también está paga gracias a su amigo. ¿O no se dio cuenta de quién es el director técnico del equipo?

"Colorado, hijo de puta", responde él por dentro. Ella sigue: un equipo grande, muy grande compuesto de chicas muy chicas, ¿caza la onda? Ahora bien: si usted habla, me matan. O lo matan. Déjeme darle solo esto, y le da un besito adormilado a perfume, suave en el medio de los labios. Luego la noche giratoria se la termina llevando afuera, donde desaparece cruzando la calle, subiendo a los techos, hacia la estelita de brillos que deja caer la segunda estrella que se ha animado a salir en esta noche de perros.

La Mary, sacudida por la vida real


Ha sido la esposa de Aldo Zampapiglietta. Está en cuclillas de frente a la ciudad del tercero H, interno, desde donde se puede ver un pedacito inconcluso de ciudad, con sus perreríos en la terraza, las antenas de fierro movidas por el otoño y las luces de las torretas altas con su apariencia engañosa de aeropuerto. Está en perspectiva de espiar todo esto que bien conoce de memoria pero en este momento algo la distrae: se está dejando visitar el trasero por vez primera. Su mentón, producto de la inclinación paulatina ya está reposando en el apoya brazos del sillón que fue verde allá hace tiempo con el casamiento y los días largos con el Aldo y su furia concentrada por no poder escapar de sí mismo. Todo esto lo puede advertir La Mary, porque piensa en ello ahora, mientras siente el empuje que le suena a niebla difusa, como de agrisada está la habitación en el living de su casita magra. Todo es indoloro pues el galán, un cableador de televisores a quien ha tomado como amante hace un mes, se le atrevió, previo consentimiento de ella tras el muestreo de un frasco de Johnson y eso la terminó persuadiendo. Entonces él, un guerrero penetrador de cimientos, paredes, vigas, paneles y chapones lo está haciendo con una tranquilidad de sabedor, mientras percibe con un regocijo que le empieza a retumbar en el pecho que el mentón de la Mary está reluciente de sudor porque ella se está mordiendo los labios pero no hay dolor, mas bien una reconcentración y una expectativa por adivinar cuando va a empezar la conmoción pues así le han contado que sucede y así lo ha entrevisto en su propia carnecita de pimpollo lacerada por los arrestos impropios de su ex esposo, quien en medio de la propia impericia y la natural torpeza de cinco vasos de Royal Comand y una cena intensa, pretendió a los postres imponerle su montura de macho y no logró porque ella se cerraba y porque él, ofendido con el mundo, con su esposa, con su miembro que se había bajado, abandonara el asunto y fuera a la cocina a servirse otro whisky y luego encender el televisor para ver a Racing. Ella, La Mary, sin los chicos en su casa, siente además, el dedo pétreo del Carlos el cableador que la empieza a acariciar por delante y entonces sí, descubre sus tetas en el reflejo del vidrio, siente el olor a sudor y fragancia a Colbert y comprende que no precisaba más que esto para empezar a ser íntegra y conocer lo que significa el culminar. Una noche oblicua, distinta, sin palabras, que se va enderezando según pasan las horas y que comienza a entrar vertical dentro de su ser como si una lanza delicada la tocara en un lugar inadvertido que no pude explicarse ni menos aún situarlo, porque se sabe, las mujeres transcurren una tierra inconclusa donde el olor a cría, la cocina y el detergente amortiguan todos las demás sensaciones y las ganas, sumergidas bajo esta barcaza de hierro pesado como lápida, se hunden en el secaplatos. La Mary, seriecita, oblicua y sensual de caderas bajas, imperfecta como una modelo realista, envuelta en las sábanas cruza el living sin hacer ruido y trae para ambos la botella de whisky que el Aldo abandonó cuando huyera de la madriguera para perderse vaya a saberse en que circuitos de pereza, hastío y depresión que rodean como una maldición al Hombre Separado. El, que ha comprendido que quedarse inerte es la muerte y moverse es la inquietud de lo que sobreviene al deceso. ¿Huir hacia adónde? ¿Con qué armas? ¿Con que convicciones? ¿Con cual dinero? ?-¡Eh, muchachos!, nos grita Aldo, ahora apoyado en el borde como de musgo del casín mientras los demás apenas lo escuchan porque está hablando demasiado fuerte de algo que se debe contar reciamente en voz baja, en confesiones de mesas marrones, con naipes y café filtrado con una caña. No así, despellejado y monstruoso, descarnado de tal forma que da pena, somnolencia y ganas de borrar de un golpe esa figura trágica, un poco bebido contando sobre su pasado de ayer, de acá a la vuelta y encima tener que soportar como se imagina la nueva vida de su ex, a quien todavía quiere pero ya siente que es tarde para todo.

La verdadera María está allí nomás a algunas cuadras, mientras regresa del living y como una jovencita y madre sirve en una tacita de té el whisky que le da en la boca a su hombre, mientras los chicos duermen tranquilos, y ella siente que su casa la cobija y que por primera vez vuelve a tener veinte años y el mundo mañana, cuando claree y el cableador mágico haya desaparecido y los chicos llevados al colegio, la lluvia, esa compañía que había abandonado en medio del caos del matrimonio volverá a ser su amiga.

Pero esto Aldo no lo sabe ni imagina y sigue con la cantinela, mientras afuera ha empezado a garuar y ya nadie, ni el fantasma de su propio cuerpo enmohecido en el espejo, lo escuchan. Pobre Aldo, ya sin nosotros siquiera que hemos vuelto a nuestras casas a guarecernos y el retornará al Hotel San Carlos como un perro a quien cualquiera que pasase puede hasta tirarle una patadita de desprecio, de vergüenza para querer olvidarse de ese dolor en carne viva; pobre Aldo que ha caído de repente y nadie sabe porque lo ha hecho, porque de ser un tipo común se ha mutado en esa forma horrorosa que lleva el nombre de Aldo, el que dejó a La Mary.

Aldo Busca Trabajo


"...Ahí está la bandera chilena que más que ondear una estrella azul parece el resultado de un piedrazo, chilenos facistas que le prestaron las pistas para que se reabastezcan los aviones ingleses en Malvinas; chilenos feos de minas más fuleras todavía, porque no se vuelven a sus chozas y a aprender un curso de cómo hacer mapas sin querer cagarnos, mentirosos, porque no se caen todos al mar..." Aldo está parado frente a la empresa, con un cansancio en los riñones con un odio y un frío milenario hacia esa situación de estarse en la esquina a punto de solicitar el empleo en la empresa que resultó trasandina y que él, movido involuntariamente por el rencor, la oscuridad del miedo a no trabajar y la humillación que representa, se la ha emprendido contra todo lo que le signifique un rencor valedero y le impida pensar en el suyo propio, el de verse vencido de antemano porque hace mucho ya ha puesto en el tablero las fichas y las jugadas erróneas. Flamea junto a la Argentina, allí en el hueco entre el río y la ruta. Aldo ahora la mira pensando en aquello de la energía positiva y hasta la ve linda, prolija y vehemente, una amiga en el desierto que le tiene que dar cobijo. ?-Vamos, se dice y entra en la boca del monstruo. Hay en la entrada un diagrama de acrílico: venitas azules, diagonales rojas, flechas grises, nomenclaturas y túneles. Está en un hormiguero. Y lo están llevando hacia las pupas y posteriormente hacia el encargado mayor de las obreras y los soldados, donde se irá adaptando para recoger y garantizar el insumo de hojas nutricias y habrá de vigilar por ellas a cambio de un jornal flaco
Pasillos de verde agua, fosforescencias en una pista cercana, tambores internos que rebozan un líquido azulado y atravesar lo que parece haber sido una cancha de básquet para ingresar de nuevo a un pasillito con luz del día y allí a cinco metros la salida el molinete donde un guardia, sin mirarlo, le está permitiendo la salida. Ha conseguido el puesto. Ahora debe tener una guarida. -?Habrá hoteles en este pueblo de perros, se pregunta. Y va hacia la parada de micros, de donde descienden cerca de una docena de operarios que rumbean para el portón por donde el acaba de salir. Un olor ondulante pero firme a caliza, a amoníaco, le recuerda su barrio de Refinerías y siente un puntazo leve de angustia. Arriba el cielo se ha cerrado y empieza el torpe atardecer sin matices, sin horizonte, sin vida. El almacén luce oscuro, en esa hora incierta en que las luces aún no se encienden. Aquí mismo, le responde el viejo que atiende a su pregunta acerca de donde poder hospedarse. Separa las cortinas de tiritas de nylon y le muestra un ancho patio tapiado, una escalera gótica y arriba en un pasillo cuatro puertitas de color naranja. -?Elija la que quiera que estan todas vacías. -?¿Tiene baño privado? se escucha decir. Y se siente un idiota. "Este viejo mono no debe saber que es un baño". -?Claro, pues, le contesta. La 3 tiene, pero le va a salir un poco más. No importa, cierra Aldo y extiende los doscientos sobre el mostrador. Al rato, arrollado en la cama matrimonial, no sabiendo si morirse o dormir mientras la televisión le devuelve una novela siente al viejo que en vez de tocar a la puerta parece escarbarla. Suavemente, le susurra
-?Aquí le traigo, amigo. Y Aldo se ve después en aquel espejo rectángulo del cuarto devorando el sanguche y metiendo el hocico en el tazón de café con leche y siente invariablemente que el mundo ha pegado otro giro y ha salido esta bola misteriosa que lo deposita donde está, envuelto en una manta ruana, lejos de todo, comiendo como un cerdo y con unas ganas inmensas de ponerse a llorar hasta que se borre el mundo que lo tiene agarrado desde que se empezó a desplazar en defectuosos territorios donde no existen ni el hogar, ni la familia ni los amigos.
Hay un azul de metileno dentro del iris de los pájaros; el se sienta en una sillita de paja, hace frío pero está bien: siente que bajo la piel le circula algo caliente: la pintura pugna por salir y se estrecha en el cuello del pote. Lo empuja, salta sobre unas mazorcas ya dibujadas y aquello lo enoja. De pronto el cielo se rompe en un gris de hueco, en un gris de comarca volcánica bajo un cielo que él sabe asfixiante y que se denomina el fin del mundo. Lo sabe, toma como puede la pintura que se le cae en el barroso surco de los carros. Está solo y se avecina una tormenta o algo peor: la muerte en pleno graznando bajo la silueta de los cuervos que le empiezan a poblar el cuadro entero. Entonces, ya es Van Gogh fulminado por el desastre; se despierta transpirado, extrañando no al sueño de artista sino que inexplicablemente se le ha diluído la caja de pinturas que le había prometido al hijo mayor la tarde en que se tuvo que ir, de desaparecer de aquella vida con la Mary. Y ahora, ya no sabe que es peor, si continuar, regresar o estrolarse desde un puente. --?No, se dice, bajando de la cama para entrar al bañito helado... Todavía falta, todavía falta. Afuera, sobre la claraboya el cielo se ha puesto azul noche y por el efecto del viselado se asemeja a los cielos del holandés con sus luces y soles nocturnos, girando, girando como girasoles que buscan el mostrador de la noche igual a borrachos en la larguísima noche de los hombres divorciados.

Abonizio - Clínica de letras en Gálvez.

En marco del Ciclo "Gálvez Suena" y organizada en conjunto por el Municipio de la Ciudad y Gálvez Music, se llevó a cabo en el Liceo Municipal, la Clínica de Letras de Canciones a cargo de Adrián Abonizio.
Ante una muy buena concurrencia, el eex integrante de la Trova Rosarina y autor de importantísimos temas musicales, brindó una gran capacitación, coronada con un show de alta calidad
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Abonizio en Sabina Bar


El 16 toco en Sabina Bar, canciones propias, sin improvisar desde las 22 hs. Te espero.... Adrián

Recital del trío Abonizio - Sáinz y Aberastegui en Santa Fé


El Trío que integran Adrian Abonizio, Sergio Sainz y Rodrigo Aberastegui brindarán un concierto este sábado, a las 22:30hs, en el Solar de las Artes. Estos tres reconocidos músicos rosarinos grabaron en el 2006 el exquisito disco " Cualquier tren a ningún lado", que fue nominado al premio Gardel 2006 como el mejor disco de folclore.

Adrián Abonizio: es uno de los pilares de la trova rosarina por ser el autor de la mayoría de las canciones que grabó Juan Carlos Baglietto, transformados en éxitos rotundos para la historia del rock nacional y con un sello muy particular que sólo se lo pudieron dar artistas de un movimiento del interior que revolucionó toda una generación a través de temas como "El témpano", "Dios y el diablo en el taller", "Mirta, de regreso", "Canción de mate cocido" y muchos más..Su historial discográfico cuenta con cuatro discos, más una infinidad de participaciones en trabajos de otros artistas y no menos en la autoría de temas para otros cantantes de diferentes estilos musicales.

Noticias


  • En agosto,septiembre y octubre retoma los cursos de taller de canciones en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia.
  • Adrián está filmando una pelicula de Burman llamada" La Suerte esta en tus manos".
  •  Sigue con el programa de radio Nacional "Esta noche te acompaño" los martes en AM y presuntamente en junio por Fm.Que más tenemos un Abonizio a full, igualmente los fans seguimos esperando los dos nuevos CD.

Imágenes de Tristes Lobizones




Imágenes de la presentación del la novela" Tristes Lobizones" presentado en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, ante una concurrida cantidad de seguidores.

La última carta Náutica


Cuando la Tía Náutica murió yo andaba cerca de los veinte y me encargaron la tarea de buscar la documentación en su casa de la calle Rubiroa. Ya se sabe, no se entierra a nadie sin papeles ni carnet al día de la prepaga que la tía, tan ordenada, venía abonando puntualmente para ganarse el hueco de portland en que consistía su módico cielo a plazos. Abrí la casona empeñada en derramar sol y gatos por todos lados. Revolví el placard, me tomé unos mates. Y encontré esto, en un sobre celeste escrito a máquina:


"Dicen que ahora las chicas no se cuidan como antes. Se van con cualquiera apenas les crecen los pelos de la chucha. No hay más vergüenza. Ni pudor.
Mamá no nos dejaba ni ir a la esquina solas. O con Atilio, que nos acompañaba, o con ella. O con el Raimundo. Pero solas no. Una no sabía lo que le podía pasar. La gente iba a pensar mal. Estas no tienen madre, que andan sueltas como hilo sin carretel.
Mamá nos enseñó a almidonar las sábanas, los manteles, las camisas.
Los muchachos iban a la Base. Ellos eran hombres. Ellos tenían que estar impecables. Salían a trabajar en los talleres navales. El sábado a los bailes. A pescar a Villa del Mar; los domingos. Nosotras íbamos al cementerio con Mamá. A limpiar la tumba de Papá. Que en paz descanse. Las mujeres en casa. Las chicas decentes no salían solas.
La Maruja campaneaba por la ventana. Le gustaba uno que pasaba todas las tardes... Cuando lo veía venir, salía al jardín. Barría la vereda. Cortaba flores. Canturreaba bajito. Y lo miraba... A mí también me gustaba. Pero no tenía el coraje ni el desparpajo de esa bruja. Cada tarde se abría más el cuello. Era pechugona la atrevida. Tenía unas tetas desbordantes. Que se desesperaban por saltarse. Parecían dos enormes racimos de uvas, que competían por el sol. El tipo se paraba a decirle piropos. Y se le acercaba cada vez más... Ella se reía con una risita espesa, que me chorreaba y me hacía mojar la bombacha. Una puta. Eso era la Maruja. Yo los espiaba.
Mamá embelesada con la voz de Alfredo Alcón.
El comedor en penumbras parecía engullirla, mientras se tomaba unas copitas de anís.
Esa tarde el tipo empezó a abrazarla. A mí la piel se me hizo seda. Espiándolos. Me latían los tajos, la lengua, las sienes. Hasta el pelo, parecía que esperaba.
Un hombre. Un maldito hombre tocando mi cintura.
Un ardor de deseos me mareó y me puse a gritar.
Yo, no soy como la Maruja, soy chata. Igual que la abuela Amparo. Pero mis pezones se habían parado como olisqueando el aire.
Ella, en cambio, era como la Abuela Fortunata.
Fue esa tarde pálida de otoño, que la Maruja se fue.
Mamá no se había dado cuenta.
Ahora que estoy vieja, sola y encerrada como siempre, a veces, vuelvo a sentir olor a hombre.
Y lloro".
La tía Náutica nunca se casó y pasó por la vida con la levedad de su cuerpo espumoso sin hacer un ruido, alegre en soledad, gastando en cuentagotas los ahorros de un padre capitán ballenero y una mamá irlandesa. La tía Náutica vivió cerca del mar pero odiaba el viento helado, sólo lo visitaba en primavera y allí pintaba unos cuadros medio espantosos con gaviotas y caballos. Fuera de ello tocaba el piano, mantillas en los muebles, porcelanas, olor a alcanfor: una delicada empresa de vivir con naranjas en invierno, malvones y durazneros en verano; una flor de cálido aliento sin sofocar, una flor sola en su plantío, abierta discretamente. La Tía Naútica fue la más bella, desapercibida e invisible de la familia.
Tomé los papeles y aparecí en el funeral. Le entregué las cosas al tío Aurelio y me fui a la esquina a tomar café con caña. Decidí no verla.
¿Por qué tardaste tanto? Ya casi se la están llevando, me reprendió con sus bigotazos y su aspereza de lobo jubilado.
Porque me estaba despidiendo de ella, mi amor de siempre, desde los catorce hasta ahora en que decidió irse sola, dejando escondido un relatito fugaz e intenso de sus fervores, de su sangre en ebullición.
Pero no dije nada. La ví pasar camino al cementerio como un contraste en todo aquello tan negro: una luz en movimiento iba dentro de ese coche y no lo sabían: abrazos, siestas perfumadas nuestras que nunca nadie habría de enterarse y que se habrían de hundir con ella en su océano de portland como los ingenuos barcos que pintaba solamente para mí.
* En colaboración con Mónica Oliver.

De como echamos a los carros


Llegaban cuando se les ocurría. Al menos para uno que no tenía los días de llegada agendados; sólo las viejas sabían la entrada del mamotreto andante portador de verduras, pescado,enseres.
-?Hoy es lunes, pasa el pescadero. Su sonido era fiero, descalabrado y arribaba precedido del vocear empecinado que se anticipaba unas cuadras. Había de todo: imágenes inclementes como el de las yeguas apaleadas o de las otras: hermosos animales sanos entrando a la cortada con flores entre las orejas y al silbador carrero de buen humor, despacioso y gentil. Las primeras sufrían la tiranía de un amo rudo que derivaba por lo general en mercadería mala. Las segundas eran olorosas y vendían, tras sus ancas, un generoso mercadeo. Eran los carreros famosos por sus piropos y sus capacidades en el arte de la esgrima: usaban látigo que hacían chasquear en el aire, pero bajo el asiento los acompañaba una pértiga de hierro o un basto de madera pesada, lista para actuar cuando algún auto osaba pasarles muy cerca de las varas.Las bestias, bostezaban u orinaban sin pedir permiso. Y a veces en medio de ventas propicias ahuyentaban por un rato la clientela con el revolotear de moscardones en su fragancia a herrumbre intestinal. Para nosotros los carros eran un ejército venenosamente organizado: suspendían el partido de fútbol y hasta se aposentaban cerca del arco impidiendo la concreción del gol. Estaban de carreros el tano Lumbrizi, el Mirasol, una español lechero que fue estragado por la pulmonía; el Ruso, un petiso encallecido de mal carácter, tullido y bizco. El criollísimo don Amancio; cauto, meandroso, con un pucho apagado en la boca que mercaba con medias reses robadas y frutas de descarte al mayoreo. Todos ellos eran nuestros adversarios: gritaban mucho, nos ensuciaban la cancha con bosta o meada y detenían el juego. De nada valían nuestros torpedear de terrones sobre el animal para que huyera, ni aquellos petardos que descargamos cerca de sus patas y que nos valieron una patada en el culo a uno de los nuestros que acabó herido en el hombro. Pero los caballos ni así se movían; parecían de fierro, mecánicas bestias respondiendo solo al amo. Nunca los íbamos a ver en dos patas o tirando de apuro el carro o saltando y cortando las bridas. No, se mantenían firmes pese a nuestras bombardas. Eran alcahuetes y esclavos, los pobres.
-?Hay que tirarles unos fósforos al kerosenero para que los demás aprendan, dijo una tarde Toledo, desesperado porque ese día se estaba convirtiendo en goleador y hubimos de suspender el match por la llegada de uno. Pero justo él era amigo nuestro así que desechamos la oferta subversiva. Habíamos visto hacía poco la lucha de cuadrigas romanas en la tele gracias a Ben Hur y aquellos trastos nos parecían mucho más vergonzantes, como la imbecilidad del mundo adulto, sus bellaquerías, flor y nata del universo cruel que sabíamos se habría de abatir sobre nosotros. Había que resignarse y esperar a que se vayan. Entonces vimos el cuadro. El verdulero alcanzándole el bolso lleno a una vecina mientras le pasaba sus manos por las tetas. Ella inmutable sonreía como si nada. Era la madre del Yani la manoseada pero nunca se lo dijimos. Tampoco nos importó porque ella le había gustado y no era la primera vez; buscábamos un algo indefinible para justificar nuestra ira acumulada. Pero el Mal, el Repelente Mal, opera sobre las almitas insignificantes con maestría de jugador y nos sopló al oído la idea. Era una alternativa como para no aquietarnos: hacerle llegar al esposo de la mamá del Yani que el verdulero le hacía eso. El cornudo era un monstruo pelado de dos metros, trabajador nocturno y con fama de asesino. No fue más que escribir la nota y garrapatear con carbonilla la pared de la casa. Al otro día, contemplamos horrorizados cómo el verdulero era atropellado a trompadas por el marido engañado. Entonces oímos como una bendición la frase atronadora del padre de Yani: -?¡Y no pasa más por esta calle ningún otro carro! ¡No me dejan dormir tranquilo! ¡Al próximo le arranco la cabeza con esta! Y enarboló una pistola que llevaba al cinto. Recogieron los pedazos astillados del verdulero que fue cargado en su propio carro a modo de paseo funerario y depositado en el Hospital Carrasco. Las señoras tuvieron que ir hasta la calle de la vuelta para poder comprar.
Efectivamente no pasó mas carro alguno. Solo oíamos, de vez en cuando a modo de aliento por nuestros goles, las biabas que le propinaba el gigante a su esposa infiel.

"Esta noche te acompaño" por Radio Nacional





Adrián empezó un programa los martes a la noche en Radio Nacional, de 22hs. a Ohs.-a veces en FM y otras en AM-que se llama " Esta noche te acompaño"
Acercate al dial y decime que opinás?.

Los tropiezos de un hombre separado


Estaba contrariado y con dolor de estómago - su cagadera perpetua- pero había ordenado café. Antes, en el hotel San Carlos, había repasado sus bolsillos y calculó le alcanzaría para una semana más, pagando la estadía y una sola comida diaria. Empezaría a robar entonces: módicos choreos sustanciales y prolijos; un cacho de queso en el super de los gallegos; una porción de tarta expuesta allí mismo y llevarla camino al baño donde pasaría desapercibida en la maletín, previamente envuelta en una servilleta para limpiar culos, en esa postal donde los extremos parecían tocarse: boca y ojete, como le gustaba a él.
Pero ahora estaba nervioso: no había ido a la comisaría a declarar por la ausencia del hogar que seguro la esposa le había metido y lo estarían buscando. "No sea cosa que me confundan con uno de la banda que choreó y se llevó puesto al cana. Todos me vieron la puta que los parió y encima casi me la pegan a mí; debería ir a presentarme ya mismo".
La moza lo miró erguida en sus tetas. "Café por favor". Ella mismo fue quien llamó a la comisaría; lo había reconocido porque estaba en el callejón y lo había visto en el revoltijo. "¿De dónde conozco a esta mina yo?", se dijo. Cuando advirtió que era quien lo miraba con fijeza en al altercado de la tarde justo entraron dos canas y se vinieron directamente hacia su mesa. No pudo tomarse el brebaje. "Voy, voy, no me toquen --aclaró--. Y no hagan revuelo". "Acompáñenos y no nos dé ordenes que es peor, vamos levántese muy despacito. ¿Está armado?".
Maldita confusión, maldita la suerte de estar en el lugar equivocado. Mendiolaza, el ex comisario, que repasaba las carreras en la mesa del ángulo advirtió el hecho y el velado empujón del cana rubio. "Un sospechoso de algo", se dijo. Aunque con esa cara de pejerto... Lo vio irse queriendo mantener la dignidad y que nadie note que se lo estaban llevando. "Todos somos iguales", pensó Mendiolaza, que empezó a divertirse con la escena. Al tipo se le cayeron unas monedas y al meter la mano en el bolsillo para sacar no sé que cosa la enganchó con un pedazo de tarta que evidentemente se llevaba de recuerdo. La moza cayó como un rayo. "¡Qué desgraciado resultaste! Te robabas la comida!".
No, es de otro lado.
Ella examinó el logo. "Qué casualidad: dice Sur Café. Llévenselo antes que lo escupa. Primero le toca el culo a una señora que se para a ver el tema del robo al banco, ahora viene acá y se roba lo que después tendría que pagar yo". Los canas le pegaron otro empujón. "Dejá la porción sobre la mesa". "Y que pague el café", alargó ella, perfecta en su papel de redentora. Mendiolaza pasó de divertirse a ponerse serio. Dentro de su fuero justiciero algo le dijo que el tipo era un pobre diablo, que los canas se agrandaban con un infeliz y que la Bella era una alcahueta humilladora. "Pobre tipo", se dijo mientras desaparecía por la puerta de vidrio y entraba al patrullero. "Además tiene cuerpo y cara de papa".
Llamó a la moza: "Este café que me sirvió, querida, estaba frío y el borde la taza bastante sucio (pasó deliberadamente el dedo como quien hace un acto carnal por el borde), pero a pesar de servir mal igual la felicito". Ella, ofendida y con los colores en la cara respondió de un brinco: "¿Por?". "Porque resultó una ciudadana ejemplar y buchona, por eso". Las tetas, de furia, casi le saltan a la cara. Mendiolaza, ex profeso, encendió un cigarrillo. Ella lo conminó a apagarlo. "Eso quería. Verte más enojada, corazón. Traeme el pedazo de tarta que dejó el tipo, parecía estar buena y un café mejor servido". Tiró la última bocanada y apagó el Clifton sobre el platito.
Esto, mejor narrado, fue lo que nos contó el gordo Aldo, que a su vez es lo que le contó Mendiolaza cuando lo sacó de lástima de la comisaría, en la época cuando empezó con las tribulaciones de un tipo separado. "Ustedes, que todavía son pendejitos, piénsenlo bien antes de acollararse --sentenció con amargura- . Se llena la vida de sinsabores y malos entendidos". Y salió a los corretajes. Era el año 1972 y la aventura de Aldito con sus tropiezos y remiendos recién estaba empezando. Lo vimos irse: parecía salido de una película de Chaplin.

Cachetadas y flores


Era el muerto vivo más perfecto que habíamos visto. Sobresalía entre muchos otros cadáveres vivientes por su longilínea figura capaz de inspirarnos cuentos de miedo. Un difunto con gravedad cero en su negocio, con hojitas desprendidas de sus pistilos en el aire, mientras despachaba las flores para su entierro que parecía no concluir nunca, destinado a oficiar de asistente a su propio velorio. Era lo más parecido a un espantapájaros pero bien vestido, acodado en su mostrador, mirando pasar la vida y los días con una resignación de viudo, de enlutado por su alma impropia en esta tierra de bárbaros alegres y felices a la fuerza que traíamos sólo por el impulso de ser jóvenes, burlarnos de la muerte y estar enamorados de algo que nos bullía en la panza. Fue un domingo de marzo y andábamos a la deriva por el Parque: el lago central, un manchón de verdín, el laguito anexo donde jugábamos a llevarnos a nuestra cama a la dama desnuda de piedra pintada de blanco que yacía dormida desde que teníamos uso de razón, esperando vaya a saber qué príncipe valiente que la sacara de su encantamiento y la hiciera mujer de carne y hueso.
Ni nos convertimos en sapos, ni pudimos sacar a la dama de su encantamiento. Comenzaba así, ese largo destierro de ilusiones, que se nos había filtrado en las largas siestas de verano, en la que alguna tía, ilusionada ella todavía, nos leía cuentos de príncipes, dragones y centellas.
Como dentro de un decorado de frisos del cementerio, por detrás pasó El Florista caminando con unos gladiolos en la mano. Llevaba un sombrerito alto que le confería a su figura el estilo de un poste rematado en un gorro frigio. No entró a la necrópolis como esperábamos y ya cerca del zoológico dio a sentarse junto a una chica que lo estaba esperando en un banco.
Pensándolo bien, el zoológico, es otra forma de cementerio. Pero eso no interesa, ahora. Ella lo estaba esperando. Vestido floreado. Desodorante y perfume del kiosco de Doña Rosalía. Lo más bonito eran sus zapatos amarillos. Los zapatos amarillos que reían, desde el movimiento ondulado de su balanceo. Junto con sus piernas regordetas. Toda en ella era como inflado. Desbordante. Nada fea. Algo en sus ojos titilaba con vivacidad. Sentados, uno al lado del otro, como para sacarse la foto del recuerdo, componían un cuadro irregular. La delgadez usurosa, palidecía avergonzada, ante la rubicunda figura estentórea, sin avaricia de carnes.
La vieja de los gatos quedó tiesa, embadurnada de asombro, como si estuviera presenciando una jugada celestial impredecible. Un raro encastre de formas, donde lo filoso repica campanadas sobre lo mocho. Pelea fantasmal, que compartimos con la mujer, que ya no parecía tan agobiada. Y creo con nadie más.
Tal vez algún minino, desde lejos, lo vio también, desde el sol de sus ojos amarillos.
No tuvimos mejor idea que las piedritas con la cerbatana. Había que tener puntería. Pero para eso estábamos todo el tiempo tirando. Blancos móviles. Nos acomodamos con disimulo, entre canteros, bancos y una canilla.
Fue inquietante ver al estilizado enano de jardín, romper su rutina de ramo envuelto en papel brillante. Se desarmó un escenario que parecía inmóvil y nos sorprendió con esta alternativa de reencuentro con la carne, lo vivo, el deseo.
Algo nos decía que debíamos malograr la historia. Cupidos del diablo. Los gladiolos eran rojos. Y nosotros también. ¿Cuál más rojo, más sangriento, más vivo?
Ah, el amor. Nosotros odiábamos el amor. Era asqueroso, lleno de saliva, ternura y pérdida de tiempo. Eso que asomaba por el aire estaba allí, delante nuestro, oliendo a calas viejas, retiro de monjes, aguas de cantero. El amor hedía, olía mal y nos incomodaba. Impedía la actividad, la guerra libre y nos congestionaba el pecho con algo incómodo: eso, eso horrible, temíamos, lo sabíamos, alguna vez nos ocurriría.
Nos concentramos en la curva ondulante del trasero de ella. No era difícil acertar. Y no tuvimos piedad, ni indulgencia.
La respuesta no tardó. Ella, no parecía tan ágil, sin embargo se levantó como una foca y se echó al mar... Corriendo vino hasta nosotros, que estábamos silbando bajito, como perro que pateó la olla, y yo que estaba más cerca disimulando inocencia absoluta, sin avivarme recibí dos bofetones, que me dejaron la cara marcada.
? ¡Para que aprendan a no molestar una dama!
Lo más sorprendente fue cuando el florista me abrió la boca y me encajó el ramo de gladiolos.
El flaco sombra de alambre jamás se olvida cuando me ve pasar y se ríe, el boludo, ya casado. Desde entonces, me dicen... Florero de gorda.


* En colaboración con Mónica Oliver

El dueño de la pelota


Me presento, soy Jorge, Jorgito. Ahora tengo casi cincuenta pero en mi relato estoy situado en los diez, los doce, pongamos. Vivía enfrente del parque, mi abuelo tenía el kiosco. Me sacaban a la mañana temprano o en la tardecita. En aquella época no había rehabilitación o mi familia era muy bruta. Mamá trabajaba de enfermera en el Monroe y nunca estaba, entre las guardias y los novios. "Tengo derecho a rehacer mi vida", gemía y me hablaba como si yo fuera un adulto más. Me fui acostumbrando a ver, a escuchar. Casi que no hablaba. La radio gigante, con estuche de cuero, me acompañaba. Yo sintonizaba tangos y fútbol. Y los radioteatros, pero los ponía bajito al oído para que no piensen que encima de tullido había resultado maricón.

Corría la dictadura de Onganía y el parque estaba despoblado... No comprendíamos las razones, pero la policía montada no nos dejaba jugar al fútbol en ese lugar. Nosotros teníamos seis, siete u ocho años y - sin saberlo- éramos "la resistencia". La montada entraba al parque al galope destruyendo el pasto que decían defender, y ante sus ojos un picado se transformaba instantáneamente en "las fuerzas realistas".
Tenían su infantería, compuesta por unos señores de mameluco, que en el medio de las imaginarias canchitas plantaban, una y otra vez, arbustos espinosos, arbustos que nosotros, una y otra vez pero por las noches, arrancábamos de cuajo.
Estaban obsesionados con nosotros... claro, nunca nos habían podido sacar la pelota y encima le dejábamos los arbustos arrancados como piquete.
Cuando los ruidos de corceles y de acero se dejaban oír, con nuestra brigada nos desparramábamos subiendo hasta la copa de los eucaliptus, y cuántas veces se terminaron quedando horas amenazándonos para que bajemos.
Habíamos construido una casa en uno de ellos, de los eucaliptus, y allí nos reuníamos a conspirar y planificar nuestras tácticas y estrategias. Pensábamos en trampas para los caballos, en tensar un alambre a la altura de los jinetes y hasta en la osadía de ir al cuerpo a cuerpo, pero nos dimos cuenta de que desgastarlos progresivamente y dejarlos al ridículo sería el mejor método. Llegamos a torearlos y burlarlos desde los caballitos de la calesita... Los atacábamos con barriletes y les tirábamos con unas pelotas de goma falladas que nos daba Don Gerildo, el dueño de "La Pulpo".
Increíblemente, los tipos llegaron a odiarnos por cosas como estas, y no podían hacer otra cosa que asustarnos. Su triste victoria sólo era sacarnos la pelota a nosotros, no cualquiera, una "Pintier" que en esa época valía oro.
Fue Ernesto el que un día me invitó. Entre todos los pibes cruzaron el carrito conmigo adentro y lo pusieron cerca del arco de la calesita para que viera mejor. Casi los mata mi abuelo, pero no importa. El gesto fue lo principal. Y las ganas mías de jugar que me hicieron saltar pis en el pantalón. Después vino la noche, la helada, mi neumonía pero no importa: el día se había llenado de gloria y casi casi había estado jugando a la pelota con ellos.
Nos retiramos por un tiempo del campo de batalla y volvimos a la cuadra a jugar al "1 y 2", también "al cabeza"; pronto nos aburrimos y volvimos al parque a dar la batalla final... Le dijimos a los de Vidal que por fin aceptábamos el desafío, pero en el parque. "En el parque no viene la montada, ya nos dejan", les dijimos. Se armó el desafío pero con la "Pintier" de ellos. Les estábamos pintando la cara y, como previmos, la montada apareció por sorpresa. Me la dieron a mí, como estaba planeado; la levanté y de volea se la puse en las manos al del primer caballo que la atajó sorprendido. Salimos todos corriendo y vimos cómo la caballería reculó y volvió con "su trofeo". Nunca más regresaron. Habrán creído, como siempre, que nos habían robado la pelota.
Después nunca mas lo ví: un día, en la época de Isabel alcancé a cruzarlo en la esquina pero me saludó triste. Después supe que lo andaban buscando. Y que lo cazaron. Nunca le supe agradecer que me llevara a la casa de la puta, que me hiciera comer higos recién cortados de la planta, que me repasara el cuaderno del colegio y que compartiera muchas cocas colas que él mismo le compraba a mi abuelo para tomarlas conmigo. Y jamás lo vi limpiar el pico de vidrio cuando yo se la pasaba.
Ahora Ernesto se fue. Heredé el kiosco, armé una canchita enfrente con arcos siempre bien pintados y cerco perimetral.
Hace un mes, durante el juicio al que asistí de testigo declarante, pude devolverle todo de un solo saque: limpiar su memoria, sacarlo a la luz, ver la cara de los dueños de la pelota con las esposas puestas porque creyeron que silenciándolo a él, robándosela, iban a poder con nosotros, los enfermos, los rengos, los callados, los que nunca pudieron hacer un gol y se quedaron silenciados hasta hoy.

* En colaboración con Ernesto Garabato.






Taller con Abonizio

Noticias: Drexler / Abonizio



Más músicos con Drexler


En la película "la suerte en tus manos", de Burman

El 6 de junio comenzará el rodaje de La suerte en tus manos, la comedia romántica de Daniel Burman que protagonizará el uruguayo Jorge Drexler junto a la argentina Valeria Bertucceli. Norma Aleandro y Luis Brandoni harán participaciones especiales. Además, firmaron contrato con BD Cine -productora de Burman y Diego Ducovsky-, los músicos rosarinos Juan Carlos Baglietto, Silvina Garré, Adrián Abonizio y Rubén Goldín (harán una participación musical en el final). Drexler encarnará a un hombre convencido de que para no sufrir en esta vida hay que vivir pareciendo ser otro. El encuentro con el personaje de Valeria cambiará esa perspectiva.

Te acordás hermano?

Una foto del recuerdo siempre vigente, testigo fiel de dos grandes historias rosarinas, que marcaron un antes y un despúes en la historia del Rock Nacional. Regalo de Rubén a Adrián vía e-mail, que quiso nuestro amigo compartir con todos sus seguidores.  

El triunfo


Apenas había pasado el mediodía. El sol de este verano prematuro en combinación con el pavimento transformaban la calle en un infierno.
-Me había detenido la luz roja de un semáforo ajeno e inmutable. A mi derecha paró un coche. La sonrisa grabada en el rostro del conductor me robó la atención. Quizás por culpa de la insolación, me puse a imaginar el motivo de su sonrisa en soledad. ¿En que estará pensando?, ¿Será feliz? -me pregunté.
Al lado mío hay un tipo que me mira: son esas observaciones banales mientras se espera el cambio del semáforo, pero lo reconozco. Sí, exactamente. Es el que me llevó la novia, el que me dejó afuera. Marcelo, Marcelito, con sus remeras Penguin y su autito colorado. Veo que cambió: al menos ahora tiene uno azul, impecable pero berreta. Conserva, el perfil canchero que le destrozaría de un mazazo. Increíble que piense en esto: calma, doctor, calma, no es para tanto. ¿O si?
-La luz verde lo alejó velozmente de mi lado. Mientras avanzaba fui observando los rostros que estaban a mi alcance. Como hipnotizado por la idea traté de adivinar algún signo de felicidad en ellos. ¿Quién será el ganador? ¿El del auto importado, el de la bicicleta, el chico, el del aperitivo en el bar, el de traje y maletín, el que discute acaloradamente por celular?
No me puedo quejar: llevo una vida impecable, sin una rotura de la malla. Todo en su lugar y con prudencia: no me emociona nada pero debo hacer como si. Nada me gusta del todo pero debo imaginarme un mundo vivaz. Me dan asco todos los buscadores de fe y salud con quienes me encuentro casi a diario pero debo transmitirles algo de lo que sé fingir que todo es posible, que la sanación es legítima, que nuestros pensamientos buenos nos sacarán del pozo del infierno al mediodía. El amor es la cuenta en el banco y la amistad estarse junto con otros embaucadores en la cima, y la negrada abajo, sabiéndonos que en realidad somos actores, excelentes autores de guiones aprendidos de memoria. ¿Acaso está mal?
-Hace muchos años, una pitonisa de adolescencia me dijo: "La felicidad no existe", y agregó: "Lo máximo a lo que podemos aspirar es a un instante interesante, alegre pero efímero. Sólo eso".
Arranqué, puse segunda y lo dejé atrás como avergonzado si me llegó a reconocer. Un doctor, caramba, y el otro, a juzgar por su autito, apenas un laburante, un luser: me extraña doctor que esté pensando en asesinarlo, y tan solo por una pollerita. !Vamos! Hágase hombre de una vez, la vida te cambia, el rencor es doloroso y vano ¿Acaso no es lo que enseño, yo, el Doctor del Espíritu en mis clases de Formación Profesional para el Exito? Me extraña, vamos que ya lo tiene en el espejito como a media cuadra. ¿Ah, lo va a esperar? ¿Resolvió entonces el conflicto? Bueno, veamos. Pongo punto muerto anticipando lo que vendrá, je y el coche se abre a la derecha para dejar el paso al bulto azul que viene detrás. Esperemos. Hay una mariposa en el parabrisas, golpeo el vidrio: me ponen nervioso estos bichos del pleistoceno que tendrían ya que haber desaparecido. Fuera, fuera.
¿Será así? ¿Qué es la felicidad? ¿El sí de una mujer, el dinero, el camino allanado en lugares donde abundaban las piedras, un éxito deportivo, las manos de un niño, algún logro laboral, la cristalización de un sueño, todo esto junto?
Ahí viene. Vino. Ni lo rocé, conozco el lugar en este mediodía de sol de bronce fundido, no pudo maniobrar y se dio pleno, justo contra los barrilones, con solo dar un volantazo para que se asuste y al girar se tope con la valla de hierros. Bajo la velocidad: ni un alma en la calle, sin testigos, sin nada, ahí estás ganador, robador de novias, esto es el sol, el verdadero sol de muerte, el infierno que me propiciaste, el de la vergüenza ahora se te vino encima, con ese retorcerse de fierros, chapones y fuego de donde no vas salir más que en una bolsa para la morgue, che galán. Lo que hiciste a un Profesor de la Sensibilidad como yo no se le hace. ¿Entendiste como es el mundo?
Una bocina irritada me devolvió al mundo. Volví a sentir el calor. Por suerte ya estaba a pocas cuadras de mi casa en donde me esperaba mi flamante pileta de lona para brindarme el rato de felicidad que me toca.
Ahora me meto en el club; tomo un trago, saludo, festejo y a la noche, con el aire encendido, una buena pipa y la familia lejos prendo el noticiero para verlo arder. ¿No era un valiente arrojado en brazos de ideales e injusticias mundanas? ¿No era el acaso el que se la llevó e hizo que la hicieran bolsa por guerrillera? Bueno ahí tenés: a veces ganamos nosotros. Pero no aparece, busco en la guía, doy con su número y atiende él, con su voz tranquila. Corto, tiro el whisky y voy al despacho: en la cajita están las pastillas que hoy no tomé. Nadie debe saber que lo hago. Que de lo contrario veo, sueño, imagino cosas, mentiras horribles del pasado, sombras de sombras que me rompen la cabeza y no me dejan vivir feliz y en paz con mi triunfo.

*en colaboración con Marcelo Contreras.