¿Como se hace? por Adrian Abonizio



Jueves, 03 de marzo de 2005
¿Cómo se hace?

Cada vez estoy más seguro de mis inseguridades. Si algo sé es que dudo. Si algo conozco es la herrumbre de la brújula, las riendas torcidas de mi cabalgadura, la mellada espada de mi saber. Cada día urdo la trama de mi retórica detrás de donde espío al enemigo que acecha. Cada vez soy más elocuente y escribo mejor: debajo de las palabras uno puede ocultarse con la inmunidad que da el oficio. Aquí va mi testimonial: un amigo de la infancia me hizo empeñar el sueldo y la fe, pero siento que lo ultrajo al decirle que me ha traicionado, pues aún lo quiero. Y humillarlo a él es hacerlo conmigo y con nuestro pasado de hermandad. Lo peor es que él lo sabe y actúa en consecuencia. Soy así de idiota. Cuando tropiezo me pregunto, con sinceridad infantil: ¿cómo se hace, cómo es, cómo era, cómo será? ¿Cómo decir que no a una reunión de ex alumnos sin que crean que soy arrogante? ¿Cómo expresarles que tengo impresión de que vean lo que ha hecho el tiempo con nosotros y que ya no somos los actores en aquella escenografía de errante y sospechada felicidad, tan irreal como antigua? ¿Cómo hacer para eludir esa charla con una ex novia que propone vernos para repasar lo actuado y uno carece de la gallardía de confesar que aquello nunca fue realmente importante para nuestro corazón? ¿Cómo explicar el amor hacia una divisa sin caer en las frases "es un sentimiento, una pasión, algo distinto"? ¿Cómo dar el pésame o una mala noticia utilizando las palabras correctas?

Qué difícil es todo. Qué fobia a la mala praxis espiritual que he desarrollado. Ay, que pavor ancestral de intuir que uno no sabe hacer nada más que lo instintivo, como el comer y el digerir; el amor físico y algunos rudimentos de la caza diaria. Amar sin presentir. Soy así de idiota. No poder evitar mirar a unas señoritas con quienes, de concretar algún encuentro amatorio, nos darían cadena perpetua como pena leve. El no dejar de sentir culpa por el pavor ante ese morocho mal entrazado que en la esquina nos pide algo, una moneda, un cigarrillo, pero no la vida. Sospechar que una obra de arte que los críticos ponderan como sublime resulta ser un bodrio, pero no opinar. Ni poder burlarnos de ese taxista verborrágico y sabiondo que aconseja cómo vivir y no atrevernos siquiera a decirle en la cara (que vendría a ser su nuca) que no lo soportamos. ¿No sería mejor confesar nuestro pánico al dentista, a los perros bravos, a las alturas o las profundidades y a las películas de terror para niños? ¿No sería más sano dejar de lado nuestra torpe elegancia, nuestro rosario de mentiras piadosas, nuestro patético escudo perdonavidas?

Muchos me creen un arrogante, otros un pusilánime; no soy ni uno ni lo otro: soy apenas uno que no sabe como actuar en ciertos casos. Se me presenta un señor de hábitos y pretende darle la extremaunción a un pariente que está al partir de donde no se vuelve. ¿Cómo disimular que estoy aturdido por el absurdo de que alguien crea ser intermediario de turismo en semejante viaje? ¿Cómo poner cara de entendido ante las explicaciones de nuestro mecánico que engorda sus honorarios pues intuye que uno apenas sabe que el auto tiene una varillita para medir el aceite y un laberinto de cosos y cositos extraños? Sólo a mí me han elegido para levantar las copas en un casamiento o aniversario y tener que desear buenos augurios que todos sabían no se cumplirían. He comido en restaurantes mucho después de haber trabajado en la cocina de muchos de ellos y para no contrariar la invitación comí disimulando la repugnancia. He entrado a concesionarias a preguntar precios de bólidos inalcanzables y a pesar de la mirada despectiva del vendedor seguir adelante cual Isidoro Cañones dilapidando fortunas. He sido sometido a entrevistas laborales en donde invariablemte debía ser agradable, sabiendo que sería imposible y que ya estaba perdiendo el puesto de antemano. He sido conminado a opinar sobre algún trabajo artístico a requerimiento de su inoportuno autor y no me he atrevido a expresar que jamás había asistido a algo tan horripilante. He asistido a reuniones de bien pensantes donde estaba mal opinar a favor de un poquito de pornografía, la mano dura de Perón o la belleza de las canciones melódicas, temiendo que a uno lo arrojen por el balcón. Alguna dama me ha inquirido en su alcoba por sus formas o su celulitis o su ropaje y en todos los casos he dicho que estaba todo en su lugar y combinaba con armonía, a pesar de ver panoramas de derrumbes. He sido abordado por un enjambre de pibes angelitos que venden porquerías en las mesas y a todos les he comprado por temor a que me vean como insensible. He tenido pensamientos funestos sobre nuestros rivales en la cancha, tales como quebraduras expuestas, descuartizamientos por perros policía, ahogamientos en el pozo, más luego, arrepentido, hasta les he deseado que nos hagan un gol.

Ay, amigos, me siento un idiota con buenos sentimientos, cobarde, mediador sin temple, esquizo del amor y del odio, verde para grandes batallas, viejo para las pequeñas. Apenas un rudimento de hombre. Siento pena por mí pero más por la especie humana. Hay que mentir, fingir con crueldad, aparentar denuedo, pasión y generosidad, tal vez me vaya mejor. Habrá que tomar con suficiencia los elogios infundados; con falsa humildad la gloria que nos adjudican y no nos pertenece; usar la condescendencia en los triunfos equivocados. Me irá un poco mejor y no tendré que andar balbuceando sobre el cómo se hacen o se dejan de hacer las cosas que no sé llevar a cabo, esta nota incluída, esta falsa modestia.