Reportaje en el Diario Los Andes de Mendoza

La pluma mayor de la trova rosarina

Adrián Abonizio: “El que escribe respira con distintos pulmones”

Referente de aquel colectivo músico-literario que despuntó en los ’80, es el creador de grandes canciones que hizo populares Juan Carlos Baglietto, pero también viene desarrollando desde hace varios años una silenciosa producción literaria que incluye tres libros y una labor poética de altísimo nivel.
La pluma mayor de la trova rosarina



Adrián Abonizio: “El que escribe respira con distintos pulmones”

Referente de aquel colectivo músico-literario que despuntó en los ’80, es el creador de grandes canciones que hizo populares Juan Carlos Baglietto, pero también viene desarrollando desde hace varios años una silenciosa producción literaria que incluye tres libros y una labor poética de altísimo nivel.

Adrián Abonizio. Una charla con el poeta, escritor y principal representante de la trova rosarina.
 sábado, 24 de abril de 2010

Así como los jueces hablan a través de sus sentencias, se podría decir que Adrián Abonizio habla por boca de sus canciones. “Mirtha de regreso”, “El témpano”, “Dios y el Diablo en el taller”, “Historia de Mate Cosido”, “Corazón de barco”, “Dormite patria”, y “Mami”, son apenas un puñado de las ya incontables historias que llevan su firma.

Todas ellas y tantas más, encontraron en la voz de Juan Carlos Baglietto el merecido éxito masivo, a la vez que sustentaron buena parte del repertorio de su compadre rosarino.

Fue en el despunte de los años '80, cuando junto a otros talentosos de La Chicago Argentina, Abonizio participó del big bang creativo que dio nacimiento a la “Trova rosarina”. una suerte de “equipo de los sueños” integrado por Baglietto, Fito Páez, Rubén Goldín, Jorge Fandermole, Lalo de los Santos, Fabián Gallardo y Silvina Garré.

A su vez, lejos de las luces de la metrópoli porteña, el hijo de don Carmelo Abonizio fue construyendo -sin prisa, sin pausa- un corpus poético de los más sustanciosos del país y al cual dosificó con sabiduría en más canciones, discos, crónicas, aguafuertes y relatos.
No hablar de su música sino de su Jeckyl literario fue la propuesta que se le hizo a este extraño conocido que recientemente editó su tercer libro, “Deportivo Pocho”. Publicado por Ciudad Gótica, está compuesto por una serie de relatos que reflejan “las luces y sombras de una Argentina que al ritmo del olor de potrero se fue integrando o desintegrando con un fondo de repiquetear de pelota en los baldíos o en las esquinas”.

En el mismo intercambio con Los Andes, el autor de “Cantándole a los vivos” anticipa su primera novela, “Hombre lobo rosarino”, territorio narrativo donde conviven el amor, los criminales y aquellos que buscan la fórmula para salvarse. Ah, y también habla de cómo avivar giles. En otras palabras, de cómo enseñar a hacer canciones.
-Con el antecedente de ser considerado uno de los grandes letristas de este país, sorprende que de tus cuatro libros hasta el momento sólo uno sea de poemas. ¿Apuntar en tus libros más a la narrativa, tiene que ver con despegarte del corset de la poesía musicalizada y darle a tu poética otra respiración, otras posibilidades?

-Es que escribir es un todo. Es como el que se dedica a pintar: tarde o temprano se las agarrará con la cerámica, con el grabado, etc., etc. Soy un escritor en todo sentido, más allá de la escala de valores. Lo demás, que mis libros no sean conocidos es cuestión del odioso mercado y del talento para construir una obra férrea que ilusione con que puede ser leído por muchos. El que escribe respira con distintos pulmones.

-En tus libros recuperás de alguna manera un género bien arltiano: las aguafuertes, la crónica, el relato con mirada propia. Algo que, repasando tus letras, no parece ir por veredas diferentes.

-Es cierto; leí ese género de manera casi fanática porque te obligaba a escribir algo sustancioso en un espacio corto, acotado y como al pasar. Luego, con el tiempo aprendí el aliento largo de una novela, por ejemplo. O la construcción y el repaso de un poema. En cuanto a la temática, la crónica es eso: ser testigo de algo. Y mucho de lo que se ve no es propiamente un mundo maravilloso.

-¿Qué puntos en común tiene “Deportivo Pocho”, tu último libro, con los anteriores y en qué se despega, si es que lo hace?

-Recién ahora voy armando una obra en paralelo con las contratapas que he escrito para los diarios. “Deportivo Pocho” lo es. Pero cuando las publico, en el fondo aspiro a que luego, cuando decanten en el tiempo, poder compilarlas. Aunque también tengo mi trabajo, el novelar, sin necesidad de que pase por la mirada previa del lector.

-Más allá de lo trillado acerca de las bondades -ciertas- de la Trova Rosarina, ¿creés que hay una cierta mística local que se traduce en tus textos y canciones, o simplemente uno cuenta lo que tiene a mano y hace cierto eso de pintar la aldea?
-La mística existe, pero se afirma con los hechos: no éramos “nadie” antes de ser Trova Rosarina. Luego “fuimos” y nos ayudó la previa del mito ambulante de que Rosario tiene una riqueza enorme. Pero, repito, antes éramos una nada y nos lo hacían saber, en el fondo, con intenciones que no prosperáramos. A sus apellidos nadie los recuerda, nuestras canciones están vivas. Creo que ganamos.

-¿Tenés o tuviste “escritores faro”, esos que marcan, que enseñan con sólo leerlos?
-Uf... una larga lista, no podría enumerarlos. Por lo general, uno toma, digamos a Onetti o Marechal, y se lo morfa para luego, como escritor de canciones, decidir: “Debo escribir como este tipo pero en formato canción; así de contundente debe ser”. Eso es. Nosotros leíamos esa clase de cosas, que derivó que nuestras canciones exhiban un lenguaje literario, poco frecuente si se quiere. Era un juego para mí eso de meter “literatura” donde sólo debía haber “letras de canciones”.

-La trastienda de las canciones es algo que desde siempre apasionó a los fans. ¿Por qué decidiste contar cómo nacieron las tuyas, cuando en realidad a la mayoría de los cantautores les molesta hacerlo, con el argumento de que se pierde el “misterio”?

-No creo que se rompa misterio alguno: las canciones salen de la atención que uno les preste a las cosas comunes, a las charlas, a las conversaciones ajenas, a las ideas absurdas que por minimizarlas muchas veces se pierden. Uno debe anotarlas, esté donde esté. Si cuento cómo y dónde nacieron algunas canciones puedo sonar desde idiota hasta escatológico. Y en eso no hay nada de misterio.

-Das un taller titulado “Hacer canciones”. No son pocos los que cuestionan, por ejemplo, la efectividad de los talleres literarios. ¿Qué tiene el tuyo que lo hace distinto o cuál fue tu objetivo a la hora de compartir gajes del oficio sobre la creación?

-Ignoro lo de los talleres literarios. Yo doy clases “avivando giles”, como dice el tango y sin que suene peyorativo.

Cuento y pongo en escena las dificultades que se tiene a la hora de escribir, cosa que se naturalice esa forma de trabajo y se haga costumbre ver a alguien componiendo, sin necesidad de que tenga que irse al Tíbet o recluirse para crear. Hay mucha fábula tendida como una trampa para que nadie piense por sí mismo. Y doy clases porque en ningún sitio se enseña ese arte de hacer canciones.

-Danos pistas de “Hombre lobo rosarino”, tu próxima publicación.

-Libro sobre lobizones en formato novela, que habla sobre el crecimiento desmedido en una ciudad donde los estímulos del “progreso” generan criminales y una escala de valores controvertida. En definitiva, habla del amor, de lo horrendo y de los modos que cada uno elige para salvarse de sí mismo.

-¿Cómo te llevás con internet? Lo de canalizar buena parte de tu historia en un blog (www. adrianabonizio.blogspot.com ), ¿fue idea tuya, para ganar un nuevo canal de comunicación, o no te quedó más remedio que subirte a la ola virtual?
-El blog lo hizo un amigo. Internet me sirve para poder escribir más: con la excusa de mandarle algo a alguien me obligo a escribir. Muchas letras salen de esos diálogos y hasta he compuesto vía internet. Pero uno mira afuera y el mundo es mejor tocándolo, oliéndolo.
Aunque más doloroso: internet sirvió para aplacar soledades y tapar heridas. De ser así, bienvenida.

-¿Por qué te quedaste en Rosario en lugar de anclar en el puerto mayor para irradiar más ampliamente tu obra?

-Viví en Buenos Aires más de diez años hasta que me cansé. Y volví por mi hijo y por la revancha de campeones. ¡Quiero el título mundial! ¡Quiero que Rosario vuelva a ser la usina que nunca cerró! Quiero que sepan y se entienda que lo que hicimos no es “historia”. O sea “pasado”. Es cultura, ni más ni menos.

-En general, tu obra -canciones y textos varios- tiene una fuerte impronta tanguera, cierta saudade urbana. ¿Cómo es y qué buscaste en tu disco de tangos, intitulado “Tangolpeando”, que aún no editaste?
-Busqué con naturalidad lo que soy e imagino: un tipo que leyó, oyó mucho de tango y cree saber qué hay que decir para escribir un tango. Me encuentro luego con la dificultad anacrónica de la falta de dinero para producirlo, pero ya es una guerra continua. O la continuación de un tango.
 Por Rubén Valle - rvalle@losandes.com.ar