Por pudor se mezcló entre la gente



* Sube la pendiente natural de la vereda por Maipú hacia San Lorenzo y se sorprende en una vidriera, encorvado como un alpinista ?La vida tendría que tener más de estos altibajos terrenales, así no se notan a simple vista los defectos corporales.

* Cuando alguien cierra el mensaje a su celular con un "bs" que significa besos él deduce que en Buenos Aires el epígrafe resultaría una redundancia abreviada.

* Recibe invitaciones por correo para hacerse crecer el cabello. Alguien le comentó que hay un método que consiste es extraer pelos del culo, de la zanja oscura, para implantarlos pues crecen más firme. Aún no sabe si es una joda o qué. Por las dudas, ayer mientras se bañaba tomó un espejo y se examinó el trasero: Comprobó que de ser necesario tiene de sobra: Luego se avergonzó por ser tan crédulo. Y más aún cuando su novia le preguntó qué había estado haciendo con su espejito que dejara olvidado sobre el borde del bidet.

* Martín le dicen, o Luis algunos. Cualquier nombre que le pongan él acepta pues el suyo es intraducible. Cantonés chino. Lo hicieron de un equipo fantasmal: Tiro Federal y a él le gustó el emblema del tigre pues de donde proviene constituye un animal sagrado. Pero lo que hace no tiene nada de sagrado: Cuenta y recuenta las botellas de vinagre y al llegar a la heladerita con quesos siempre comprueba que le faltan trozos pues se los distraen demasiado algunos clientes veloces ?!Chirizos!, explota en su media lengua. Y refunfuña, pretendiendo decir "chorizos". ?¿Chizitos? ¿Qué pasa con los chizitos?, le contesta la cajera, burlona y parapetada detrás de la registradora gris que conserva su perfume y su aburrimiento.

* Una vez al mes, por motivos laborales se reúnen algunas horas para intercambiar ideas y proyectos en un bar de Barrio Martin: pero hablan de él, terminan haciéndolo. Son ex novias suyas. El lo sabe. Lo que le da mayor aprensión no son las infidencias o que lo destruyan en el recuerdo sino porque tiene la poderosa sensación de que se juntan a hablar como de un difunto.

* Vió a una señora momificada, pero encorvada caminando con cara de mona y progmatismo ?mandíbula saliente? que se le cruzó en la peatonal y llevaba en brazos como ofreciendolo a un bebé de quien no quiso fijarse en el aspecto. Temía encontrarse un feo cuadro de Goya. A veces contempla sin maldad lo espantoso del mundo y se arrima a preguntas tales como? ¿Por qué la alguna gente tiene hijos? ¿Para qué?. Se averguenza un poco pero olvida rápidamente.

* Descubrió en la multitud con la detección certera de rayos X a una ex compañera de la primaria, deteriorada, casi senil y le dió un vuelco el corazón. Por pudor, se mezcló entre la gente y se cruzó de vereda. La sorpresa fue mayúscula: Ella había hecho lo mismo y en sus ojos vió la fingida sorpresa que tenía Lucrecia Bernardi, que así se llamaba, al encontrarse cara a cara.

* Encuentra los parecidos de una gran familia invisible. Sube al colectivo una chica y detrás un señor mayor: por el perfil, el aire similar deduce que son hija y padre respectivamente. Pero no sucede lo que preevé. Ella pasa la tarjeta y él la suya. Y se sientan separados. La genética no existe ni existe el presentimiento, menos aún el golpe de visión. O bien todas estas cosas hermanadas que no dejan de asombrarlo. Somos una interminable manada mutante y a la vez iguales, muy iguales quienes no se hablan entre sí por miedo a que las devore un lobo ancestral.

* La doctora es joven alta, atractiva y levemente andrógina. Se han hecho amigos. El juega en el consultorio, le pide medicación exótica y se pesa distrayéndose con la balanza: Le cuenta chistes, enigmas; ella sus experiencias de guardia. De pronto, en un alto de la charla mientras le mide la presión, ella se confía. ?Vos que sabés tanto, tenés que ayudarme?. El atiende ?Preciso algo para el alma, algo que me cure. El se conmueve y se decepciona. Le da la mano y se apena por la soledad que suele haber tras los títulos y los guardapolvos blancos.

* En televisión hay un coro de hipoacúsicos dirigidos por una señora que ladra, destrozando sucesivamente Merceditas y el Ave María. Será un coro de señas, sordos plenos pero ignoran que quien las conduce es una burra que las conduce al naufragio auditivo. La gente, tal vez se conmueve más, pero él siente un hormigueo de verguenza en el pómulo que lejos de causarle gracia lo apena. ?Hay que avisarle a esta gente, se dice. Y toma la dirección del coro. Cuando era chico fue a cantar para los ciegos y le rayaron con unas pezuñas de peludo la guitarra flamante. Y sintió, con culpa, una leve repugnancia que no supo identificar y menos aún poner en palabras.

* El cortejo fúnebre pasa despacio por el Parque Independencia pero a la vez como una exhalación tortuosa. Distingue a un gordo morocho al volante que preside y que llena toda la ventanilla con su corpachón; detras otros autos y cerrando la fila tres taxis: Toda la gente va apretada, encimada, con la ventanillas cerradas por el frío. El único que viaja cómodo es el muerto.

* Hablando de muertos, el portero limpia todas las mañanas un rectángulo de mármol, marrón veteado, recién puesto. Es cerca de la cortada Verano, al sur. Parece el lateral de un gran panteón. Dentro, ?era el piso seis? en otra década de sangre joven el supo acostarse con una señorita que podía hacer revivir a los muertos. Pero ya esa loza y la falta de recuerdos la han sepultado y las únicas flores posibles son el rememorar aquellos melancólicos polvos del atardecer, mientras su esposo abría el restaurante.

* La felicidad es leve, poderosa, menguante e inhallable. Se la puede descubrir acccidentalmente, impalpable pero rotunda. Es una felicidad sin testigos que le va a durar todo el fin de semana: Dos chicas al pasar; la más bonita lo miró de lleno al cruzarse en la entrada de una tienda. Son esas miradas que liberan del dolor de sienes y la ausencia de besos. Salvan la vida. Por eso a la tardecita, mientras oía pesares se encontró sonriéndole a quien los contaba porque estaba recordando esa mirada. Lo han amado en segundos y sin testigo alguno. Le están narrando un infierno, pero la avenida Pellegrini se parece a la puerta de un Edén.