Ex dueño de supermercados Tigre.
Francisco Regunaschi se hacía llamar Pancho y regenteaba desde su sillón la presidencia de la Cámara de Propietarios de Supermercados de Rosario y el Gran Rosario.Un título extenso que le habrá sonado a ínfulas de virreinato.
En 1989, en pleno saqueo, se quejaba de la ausencia de mano dura contra la comunidad hambreada y, más adelante, convertido en el príncipe de las góndolas, inauguró el primer super en la ciudad. Tigre le puso, vaya a saber basado en qué regias imágenes feudales criollistas.
Impartía justicia como un terrateniente, con un sistema de premios o castigos. Era el patrón y sus hijos, los patroncitos. “Sería incapaz de hacernos una macana, si es como un padre para nosotros”, murmuraban los incautos. Pero no se pagaban las horas extras pues eran el estímulo con que mostrar la adhesión al régimen.
Sucede. La gente tiene fe y cree que el que tiene más es el que más sabe. Y que por su abundancia es imposible que nos falle. Los Tigres se multiplicaron en la city con un hambre depredador inigualable. Se impuso el no descanso dominical. Pero aún las bestias saciadas se cansan. Vaya a saber si fue su desencanto por tomar conciencia de que habría de empujar mucho para enriquecerse más velozmente, la añoranza de plata dulce o la pérdida de fe empresarial, lo que lo llevó a vaciar paulatinamente sus cuevas: deudas acumuladas ex profeso, venta de herramientas y maquinarias, acaparamiento de insumos ocultos sin pagarlos, el silencio impuesto hacia sus asalariados, la creencia de poder vender sus activos al estómago extranjero y vivir sin estar condicionado nunca más al olor del sudor laburante o si la leche se excedía de precio.
Lo cierto es que don Pancho eligió vivir de rentas, excluido de la actividad: el sueño espúreo del inmigrante atroz, la bellaquería del vivo argentino, el liberal vaciador, el asesino invisible en cuotas. Mientras, los empleados, algunos expatriados con el retiro voluntario u otros desfondados o cansados de aquella vida, se fueron exiliando en otras changas. Otros, los sobrevivientes, cansados del rigor y en vista que perderían todo si no apostaban al menos algo, se empezaron a movilizar, juntándose de a cinco, de a diez.
Carlitos Ghioldi, ya un referente en el Sindicato de Comercio, vio el rayo en la oscuridad y se puso al lado. Cuaderno de bitácora en ciernes, estuvo a la cabeza y fue detallando la lucha en “Crónica de un conflicto en curso”, prolijamente, intuyendo que escribía la historia. Desde el prólogo, Osvaldo Bayer los saluda y se emociona. “Proeza de los hijos del pueblo”, resume en un lenguaje reminiscente, libertario. Lo cierto es que pasaron bajo el puente el concurso preventivo de acreedores, la Marcha de las Máscaras —con caretas de tigres debido a la persecución policial—, las gomas ardidas cerrando las calles, los retiros voluntarios, la flexibilidad laboral del traidor Menem y el paralizado De la Rúa, el apoyo a todo tipo de lucha similar hasta arribar a la apertura de un sitial con calidad de proyecto comunitario, y posteriormente Centro Cultural, Biblioteca, Teatro, Comedor Estudiantil.
“Jamás había visto una obra con actores o una muestra de escultura”, dice un trabajador. “Decidimos esta elección de vida para poder mirar a los ojos a nuestros hijos”, dice otro y el tercero alarga, sintetizando: “Acá se aprende a luchar”. Hay unos viejos cuadros apoyados cerca del baño, el televisor encendido y es mediodía. Entran los gorriones al comedor como si entrasen a un santuario: nadie los corre mientras saquean miguitas. El estofado es barato y rico. Guardan en la heladera, como en las viejas fondas, la bebida abierta con el nombre de su dueño. Y los cocineros, a veces, no te piden el vale de caja para darte la comida. Creen en lo que uno dice. Vienen de las trincheras, del frío, de la inclemencia, la enfermedad y de una patria horripilante, la de la cruz y la espada, que les diera la espalda. Sin embargo, no están ofendidos: hoy tienen esto pero saben que nadie los gobierna, solo ellos.
Esperan la Ley de Expropiación para Uso Temporal, lo que les garantizaría ser dueños de lo que los irresponsables abandonaron. “Elegimos no decir la frase Empresa Recuperada, sino Establecimiento puesto en marcha por sus propios obreros. Es más largo pero refleja la no voracidad empresarial. No somos nuevos propietarios, somos gente en lucha” resume como lo permite su verborragia Carlitos, mientras vestido de negro va y viene por las escaleras, puesto que, debajo, en la entrada del Centro Cultural, se están remodelando stands flamantes. Hay en el aire un olor a pintura estimulante, que es el perfume del posible bienestar y la victoria.
Paradojas. Nació como un tigre, quiso ser golondrina y terminó comido por un horóscopo leonino, escapado de la cárcel de los sinsabores, un 27 de julio, fecha en que abrió para siempre lo que en Rosario se conoce como La Toma, Tucumán 1349. Debería ser declarado Monumento Histórico Viviente.
La Toma. El chorro de un pequeño gran triunfo, porque la corriente del cambio va entre las piedras, parece estancarse a veces, pero nunca se detiene.