Somos la mayoría silenciosa. Los que nos hemos vuelto previsibles para evitar tener más enemigos de la cuenta. Gente muy particular, sin embargo, a la hora de retratar su espíritu. Gente que está sola y espera. Gente a la que saludan en el ascensor y despierta confianza sin andar sonriendo demasiado. Es la que asiste a todos los asados de confraternidad y la que no esconde el vino bueno. Es gente que separa a los belicosos, que no duda en acercarse a los accidentes a dar una mano ni en prestar unos pesos al que está en el naufragio, ni en llamar a la radio por alguna cosa que indigna, ni deja de creer en los misterios y en mitologías caseras. Gente que está sola y resiste. Somos los que hemos votado equivocados a sabiendas. Los que no gustan de las multitudes cuando van para el mismo lado y los que saben los distintos lados que tienen las personas. Somos los que hemos inventado o adquirido artefactos inútiles, viajes imposibles, cuentos estúpidos y lo seguiremos haciendo. Somos los que no sabemos contar chistes en las fiestas. Somos los que no claudican fácilmente pero que amainan su entusiasmo si hay traición. Somos el fruto equivocado de dioses con dispepsia y los ángeles caídos sin siquiera haber levantado el vuelo. Somos a quienes ignoran a la hora de los premios, pero a quienes llaman para una confesión. Los que ayudan al ahogado y los últimos en irse de la evacuación. Hemos asistido a entierros y velorios aun cuando odiamos esas ceremonias sólo porque nos han pedido que estemos allí. Hemos tragado sapos, comidas rápidas, placebos, malos gobernantes y horas muertas sólo porque había que hacer algo que no fuera la inmovilidad. Somos los que lloramos en los cines y siempre llevamos monedas sueltas para pagar la culpa de tener un poco. La misma que nos mueve hacia Greenpeace porque en nuestro pasado hemos interrumpido alguna cadena alimenticia y derrotado algún bello animal hoy en extinción. Somos un alfabeto para locos y muchos nos creen cuerdos. Somos a veces el felpudo de Dios y en otras Dios nos ceba mates. Somos ciclotímicos, indecisos, festivos, angustiados, solidarios. Somos cómodos y ruines en pequeñeces; sin embargo viviríamos como ascetas y seríamos capaces de ofrendar la vida por un motivo valedero. Somos los que esperamos una buena causa, el amor perfecto y un más allá pero en la tierra. Somos los dadores de ánimo y los que creemos que las felonías templan nuestra paciencia. Somos sabios pero no podemos demostrarlo: somos pudorosos en nuestros vaticinios. Conocemos el alma humana como pocos, sabemos de sus agachadas y sus virtudes, confiamos aún y sin embargo olvidamos llevar con nosotros suero antiofídico. Muchos cuentan heroísmos de sobremesa: nosotros mantenemos reserva sobre los nuestros. Muchos fracasan en nimiedades y son admirados por el valor desplegado: nosotros hemos subido y después caído de pendientes aún más altas y en secreto nos hemos lamido las heridas sin nadie cerca para consolarnos. Muchos dicen ser un mojón de integridad, honestidad e hidalguía: nosotros callamos para evitar que nos tilden de envidiosos porque a veces intuimos el fraude cercano.
Odiamos en silencio, nuestro pudor supera las broncas. Hemos regresado con el ojo mocho por defender otros destinos pero hemos atribuido el golpe a una colisión casera. También amamos en silencio pero cuando decidimos hablar ya es tarde. Nos conformamos a veces con hacer tiempo en la vida y ello nos enrojece de rabia. Queremos ser distintos que nuestros resignados vecinos pero copiamos sus fórmulas y sólo nosotros sabemos que no estamos entregados aun. Nos engañamos para no matarnos. Nos camuflamos para evitar las estridencias de las alabanzas. Nos plegamos a otros sabiéndonos mejores; que dentro nuestro no hay un apacible cordero sino un samurai a la espera. Tomamos cafés con imbéciles haciéndonos los distraídos porque hay que comer mientras que esperamos que los rayos de una justicia esquiva los partan para siempre. A ellos, los que afean el paisaje y hacen la vida más gris.
Soñamos con un regreso a la naturaleza pero somos alérgicos a los mosquitos. Somos cautivantes con nuestras derrotas y es el humor negro lo que nos redime de crucifixiones. Somos almas en tragedia y bufones ante la desgracia. Somos políticamente correctos y equivocadamente liberados. Creímos en el peronismo, en el bien común, en el psicoanálisis y hasta en Fito Páez hasta que entendimos cómo es todo. Creíamos en tantísimas cosas que pasaron a ser sólo cosas. Somos machistas y feministas a la vez. Somos homosexuales sin serlo; retrógrados sin caverna; perdonavidas que son perdonamuertes. Leemos a escondidas libros sobre horóscopos y miramos novelones y pornografía y oímos música no permitida. No somos la madre de todos los prejuicios, pero sí sus parientes cercanos. A veces creemos haber nacido en el cuerpo equivocado: tendríamos que vivir cerca del mar y escribir a nuestros amigos sobre el pigmento de los corales y las bocas de los tiburones azules.
Pero somos de acá. Esta es nuestra migraña y nuestra cabeza feliz, nuestra frontera y nuestro horizonte sin fin, nuestra taquicardia y nuestro fervoroso corazón. A veces en la noche sentimos pasar un tren y nos oprime el alma algo poderoso con gusto a escarcha y noche. Quisiéramos no estar más con nosotros, huir, ser otros, olvidar que somos la mayoría silenciosa, que estamos solos.
Y que no entendemos si ya es tarde para todo o será que todavía no hemos empezado.4 de Noviembre de 2004