Letra de: Dormite Patria















Dormite patria sobre mi camisa
olvidate pronto de los que te pisan
dormite patria que la noche es fria
y hay un viento blanco sobre la avenida.
Quiero llevarte como cuando era otro
y te lucia flamante sobre el guardapolvo
todavia no habia crecido, y estabas prendida
a mi solapa blanca ,como un papelito

Dormite patria que los corazones
te haran de almohada para los pulmones.
Dormite patria que suena la radio
y alguen que te nombre lo dice cantando
quiero llevarte porque siempre es invierno
y no tenes un techo y estan los lobos sueltos
Malena, Carlitos Gardel y los caudilloslas madres de los pañuelos
y los hijos de mis hijos.El que vende flores yo que canto esas canciones
esas chicas de las tiendas los que arreglan los motores
te vamos a hace una ronda
que abarque todo el mapa y entre provincia y provincia
no habra limites ni nada.
Dormite patria como mi enamorada
llevo tu corpiño atado en mi lanza
el ultimo aliento la cancion que me queda
es que seas distinta a la que vi en la escuela.
Quiero llevarte como cuando era otro
y te lucia flamante sobre el guardapolvo
todavia no habia crecido y estabas prendida a mi solapa blanca
como un papelito.Dormite patria que en la cuadra aqui cerca
suena ya la murga para que te duerma
Dormite patria pero dormi conmigo
para que la muerte se lleve al domingo.

Letra de : Azules



Son azules los cuadernos, hechos de papel araña
azules son los cabellos, en la piel de los fantasmas
son tan azules los huesos en los mares de difuntos.
Azules las medialunas que se comen en Neptuno
azules son los tapados de los ciegos del invierno
cuando mudan de pelaje sabiendo que ven por dentro.
Azules los comisarios ,los dientes de los moriscos
la aleta de las sirenas y el orín de San Francisco
Azules tus ojos negros como azules son las redes
que en un fondo de areniscas ,azules vuelven los muelles
Azules las alambradas, las bielas y los pistones
y azul es el fin del mundo que cabe en esta birome
Azules los relojeros cuando en su casa mortuoria
las agujas son matungos sudando azul en la noria
azul el cordón de vida los higos si están maduros.
Los jazmines de los libros y la lengua del bromuro
y explico que soy azulcianótico de cansancio
cuando escribo en el papel azul del enamorado.


En ésta foto cedida por Adrián muestra una habitación donde se escribió más de una de éstas bellas canciones. Cobijo de musas

Letra de: Todo es Humo



A veces me parece tengo la verdad
Y es la punta de un cometa
A veces en los ojos tengo gusto a mar
Y es sudor apenas
A veces tengo miedo de mirarte
Y que desaparezcas
Todo lo tengo dura un segundo fugaz, fugaz.
Y a veces me entretengo en contar las estrellas
Y no duermo nunca
Cuando la ciudad se estira yo despertare
Antelare que la luna.
A veces tengo miedo de mi mismo
Por lo que me prometí
Todo lo tengo dura un segundo fugaz, fugaz.
A veces me encuentro en fotos de ocasión escuela nocturna
La noche y el deseo de escapar de todo, no termina nunca
A veces me parece estar a punto de develar los misterios
Después comprendo que no hay nada como este momento
Todo lo tengo dura un segundo fugaz, fugaz.
Fugaz, fugaz. Fugaz, fugaz. Fugaz, fugaz. Fugaz, fugaz.
Fugaz, fugaz. Fugaz, fugaz.

Cuando se lanzó el CD se obsequiaba con el compac un billete como éste 10.000 australes sin ya ningún valor, significando que hasta el dinero es Humo y se esfuma.

Letra de: La Carta de un ladrón



Quiero segar los campos y detener las mareas
Para que no sufras tanto el día que yo me muera
No soy santo del camino ni ladrón que desconoce
Que no nos matan las balas,
Tan solo algún mal de amores
Dicen que perdimos todas las esperanzas
La ilusión es un río que moja solo las plantas
Y que estamos perdidos, rendidos casi sin fuerzas
Y que andamos fugitivos en nuestras propias leyenda
Pese a todo te quiero amor
Lo que digan de mi es un error
Y si el desierto es mi tumba
Y mi amistad la botella
Tiro una al mar ,
Yva con ella mi amor
Diciéndote que esta no es
Solo la carta de un ladrón, la carta de un ladrón
la carta de un ladrón
Nunca conocí el riesgo que te da libertad
Y elegir el silencio y cuando poder hablar
No soy santo del camino, ni ladrón que desconoce
Que no nos matan las balas,Tan solo algún mal de amores.
Pese a todo...
Solo la carta de un ladrón, la carta de un ladrón
la carta de un ladrón

Letra de :Corazón de barco


Tengo el corazón en dos mitades
que apenas pueden sostenerse, la derecha tira al viento
y la izquierda tira redes.
Y al abrir los ojos de mañana
cuando comprendo donde estoy
veo que el mundo cabe en mi cama
pero me creo lo que no soy.
Corazón de barco, furia reprimida,
marea alta, con las velas cortas
si lo que importa no es esta vida.
Corazón de barco, todo lo abandonas
será tu origen de bosques lejanos
eso de andar buscando lo imposible.
La abulia de los domingos clava su arenal en mi,
estoy desnudo, solo recuerdo el astillero donde nací.
Y me hago daño sabiendo que alguien vendrá desde la orilla
me creo libre, pero dependo que ella se suba a mis costillas.

El Capitán Abonizio en charla técnica


Homenaje a Carmelo



El Gran Pez es una canción que escribí cuando se estaba muriendo mi papá.Va en un disco que se llamará "Embarcaciones".El Gran Pez es una película de Tim Burton que refleja fielmente la admiración y el rechazo de alguien por su padre, cuyo único pecado fue el haber sido demasiado fantasioso.Yo tuve un papá así.Por eso el tema.Va en mayúsculas lo de Padre Celestial-el que está arriba-, Padre Padrone-otra película, creo que de Buñuel sobre la esclavitud en tiempos franquistas-y Padre Mía, en femenino, ya que las deidades contienen ambos sexos.
Escribir sobre mi viejo puede ser largo y tedioso para otros, para mi es fascinante.Porque el lo fue.Fue cruel y honrado, brutal y generoso, sabio y despistado.Esquizofrenia amorosa que heredé.Mi papá tuvo muchos errores, pero tuvo intuición; jamás me puso trabas a nada y si bien le puedo achacar que me dejó "solo" también me enseñó a fortalecerme en soledad.No significa que tuve un ejemplar aprendizaje, sino que me ayudó a escribir el prólogo de un buen libro, espero que largo, donde yo lo debo escribir en solitario y cada hoja intentará ser la más legítima. Con eso me alcanzó.No me dio libros ni intectualidades vanas.Me dió la libertad de elegir, me dió un consejo atinado y otro desopilante.La vida me lo hizo de carnadura humana, sin poses y eso es magnífico, real, y ayuda a consolidarse.También me dió el absurdo, la posibilidad de entre soñarme con pavadas, entreteniéndome sin televisiones, solo con visiones.
Eso tienen que hacer un padre, no impedir, no cerrar puertas y dejar correr como si uno fuese un río o mejor para el caso de este tema, un pez, un Gran pez, hermoso y libre.
Ojalá yo lo logre con el mío, con mi pececito.
El Gran Pez


Yo nací de todos los padres que hay en la vida
Padre Celestial, Padre Padrone y Padre Mía

Yo escuché canturrear la canción más lunar en la tierra elegida
En una canción no se hace la vida pero la obliga

Padre
Padre del ojo ausente y la vigilia
el árbol , el fruto y la furia indebida
Padre perdono tus penas tus hojas cansadas sin clorofila
¿Quien soy yo para hablar del Gran Pez, la dulce mentira?
Alguien habrá de juntar tus ramas caídas
Alguien habrá de juntar mis ramas caídas

Yo no pesqué el Gran Pez lo pescó mi papá con sedal homicida
Y esa noche su carne comimos y así sin querer yo me hice caníbal

Padre el que enseña y ofrece sabiendo que hay peces que tiran y tiran
Y cuando un padre decrece su boya es madera del fin de una vida


Años A


Recital en El Alma Bar


Entrada al recital Alfabeto de locos



¿Como se hace? por Adrian Abonizio



Jueves, 03 de marzo de 2005
¿Cómo se hace?

Cada vez estoy más seguro de mis inseguridades. Si algo sé es que dudo. Si algo conozco es la herrumbre de la brújula, las riendas torcidas de mi cabalgadura, la mellada espada de mi saber. Cada día urdo la trama de mi retórica detrás de donde espío al enemigo que acecha. Cada vez soy más elocuente y escribo mejor: debajo de las palabras uno puede ocultarse con la inmunidad que da el oficio. Aquí va mi testimonial: un amigo de la infancia me hizo empeñar el sueldo y la fe, pero siento que lo ultrajo al decirle que me ha traicionado, pues aún lo quiero. Y humillarlo a él es hacerlo conmigo y con nuestro pasado de hermandad. Lo peor es que él lo sabe y actúa en consecuencia. Soy así de idiota. Cuando tropiezo me pregunto, con sinceridad infantil: ¿cómo se hace, cómo es, cómo era, cómo será? ¿Cómo decir que no a una reunión de ex alumnos sin que crean que soy arrogante? ¿Cómo expresarles que tengo impresión de que vean lo que ha hecho el tiempo con nosotros y que ya no somos los actores en aquella escenografía de errante y sospechada felicidad, tan irreal como antigua? ¿Cómo hacer para eludir esa charla con una ex novia que propone vernos para repasar lo actuado y uno carece de la gallardía de confesar que aquello nunca fue realmente importante para nuestro corazón? ¿Cómo explicar el amor hacia una divisa sin caer en las frases "es un sentimiento, una pasión, algo distinto"? ¿Cómo dar el pésame o una mala noticia utilizando las palabras correctas?

Qué difícil es todo. Qué fobia a la mala praxis espiritual que he desarrollado. Ay, que pavor ancestral de intuir que uno no sabe hacer nada más que lo instintivo, como el comer y el digerir; el amor físico y algunos rudimentos de la caza diaria. Amar sin presentir. Soy así de idiota. No poder evitar mirar a unas señoritas con quienes, de concretar algún encuentro amatorio, nos darían cadena perpetua como pena leve. El no dejar de sentir culpa por el pavor ante ese morocho mal entrazado que en la esquina nos pide algo, una moneda, un cigarrillo, pero no la vida. Sospechar que una obra de arte que los críticos ponderan como sublime resulta ser un bodrio, pero no opinar. Ni poder burlarnos de ese taxista verborrágico y sabiondo que aconseja cómo vivir y no atrevernos siquiera a decirle en la cara (que vendría a ser su nuca) que no lo soportamos. ¿No sería mejor confesar nuestro pánico al dentista, a los perros bravos, a las alturas o las profundidades y a las películas de terror para niños? ¿No sería más sano dejar de lado nuestra torpe elegancia, nuestro rosario de mentiras piadosas, nuestro patético escudo perdonavidas?

Muchos me creen un arrogante, otros un pusilánime; no soy ni uno ni lo otro: soy apenas uno que no sabe como actuar en ciertos casos. Se me presenta un señor de hábitos y pretende darle la extremaunción a un pariente que está al partir de donde no se vuelve. ¿Cómo disimular que estoy aturdido por el absurdo de que alguien crea ser intermediario de turismo en semejante viaje? ¿Cómo poner cara de entendido ante las explicaciones de nuestro mecánico que engorda sus honorarios pues intuye que uno apenas sabe que el auto tiene una varillita para medir el aceite y un laberinto de cosos y cositos extraños? Sólo a mí me han elegido para levantar las copas en un casamiento o aniversario y tener que desear buenos augurios que todos sabían no se cumplirían. He comido en restaurantes mucho después de haber trabajado en la cocina de muchos de ellos y para no contrariar la invitación comí disimulando la repugnancia. He entrado a concesionarias a preguntar precios de bólidos inalcanzables y a pesar de la mirada despectiva del vendedor seguir adelante cual Isidoro Cañones dilapidando fortunas. He sido sometido a entrevistas laborales en donde invariablemte debía ser agradable, sabiendo que sería imposible y que ya estaba perdiendo el puesto de antemano. He sido conminado a opinar sobre algún trabajo artístico a requerimiento de su inoportuno autor y no me he atrevido a expresar que jamás había asistido a algo tan horripilante. He asistido a reuniones de bien pensantes donde estaba mal opinar a favor de un poquito de pornografía, la mano dura de Perón o la belleza de las canciones melódicas, temiendo que a uno lo arrojen por el balcón. Alguna dama me ha inquirido en su alcoba por sus formas o su celulitis o su ropaje y en todos los casos he dicho que estaba todo en su lugar y combinaba con armonía, a pesar de ver panoramas de derrumbes. He sido abordado por un enjambre de pibes angelitos que venden porquerías en las mesas y a todos les he comprado por temor a que me vean como insensible. He tenido pensamientos funestos sobre nuestros rivales en la cancha, tales como quebraduras expuestas, descuartizamientos por perros policía, ahogamientos en el pozo, más luego, arrepentido, hasta les he deseado que nos hagan un gol.

Ay, amigos, me siento un idiota con buenos sentimientos, cobarde, mediador sin temple, esquizo del amor y del odio, verde para grandes batallas, viejo para las pequeñas. Apenas un rudimento de hombre. Siento pena por mí pero más por la especie humana. Hay que mentir, fingir con crueldad, aparentar denuedo, pasión y generosidad, tal vez me vaya mejor. Habrá que tomar con suficiencia los elogios infundados; con falsa humildad la gloria que nos adjudican y no nos pertenece; usar la condescendencia en los triunfos equivocados. Me irá un poco mejor y no tendré que andar balbuceando sobre el cómo se hacen o se dejan de hacer las cosas que no sé llevar a cabo, esta nota incluída, esta falsa modestia.

Culpemos a los otros por Adrián Abonizio

Culpemos a los otros jueves, 11 de noviembre de 2004

Hablemos de quienes hacen de su vidas un ejercicio práctico: echar la culpa a los demás de todo, sin reparar en gastos. La viga en el ojo propio. Pero un ojo de aire culto, responsable, único. Empiezan por algo grande y frondoso: nuestro país. Ellos han leído, están muy informados y se creen librepensadores. Saben del granero del mundo y del faro de América. Todo junto mezclado y en conserva. Eramos ricos y se acabó el queso, luego nos endeudamos, dilapidamos la herencia y nos rendimos ante la banca apátrida internacional. ¿Quién propició todo esto? Ellos son inocentes. Han nacido en una familia de inmigrantes enaltecidos por la prosa libertaria. Tienen un pasado obrero, un alma comunista, un origen barrero. Ellos han aprendido la historia. Juzgan con dedo acusador a los políticos y a los militares, incluidos el general Perón y la Evita capitana. Ah, si el pueblo comprendiera, se dicen. Esos desprotegidos en la estafa; los de felicidad escamoteada, los hermanados en solidaridad, los unidos del sur a quienes violaron en el cuarto oscuro. Y hablan del pueblo argentino tan conmovidos como turistas perpetuos. Algún día se liberarán, deducen. Mientras, omiten el pago en término y las reuniones sindicales en su empresita. Atormentados por una pena dulce se rasgan el pecho, lloran en los altares de sus amantes, en los confesionarios psicológicos y hacen de esta dramaturgia un buen libreto. Leen a Benedetti, se conmueven con la sensiblería arrogante de Sábato, escuchan a Víctor Heredia o a Silvio Rodríguez, se orinan por Cuba y, finalmente, luego de un paso fugaz por acuerdos, alianzas y alguna presidencia de mesa, en rencorosa resignación por haberlo intentado todo se dedican a lo suyo. Envidian a los combatientes de Sierra Maestra, pero ellos lo hubieran hecho mejor. Los desaparecidos fueron muy valientes, pero les faltó estrategia. Los líderes usan mucha demagogia. Y así continúan para sus adentros. Yo estudio a estas especies y me sube por la lámpara de la sangre como una luz de piedad. No tengo odio, solo hastío por la brutalidad de doble moral, por sus miserias de alcoba y sus terrores que disfrazan de ideología. Ellos me miran con desdén sugiriendo alguna lectura vivificante y no dudan de mi lucidez: dudan de mi pragmatismo. ¿Para qué mortificarnos si los demás hacen todo al revés? El país se les escapó en algún momento o habrá hablado como oráculo cuando ellos dormían y nadie les avisó. ¿Que la ciudad está sucia, llena de ratas y basura tirada? Obviamente, la culpa es de los demás, los que descuidan lo que es de todos, se indignan; mientras, vacían el cenicero del auto distraídamente mirando la franja marrón del río y oyen noticias desde una emisora bien pensada. No se puede ni ir a tomar un café tranquilo; a cada momento entra un pibe a pedirles una moneda. ¿La culpa? De los padres que los dejan a la buena de Dios, de esta sociedad pauperizada que los encarcela en el vino y la coyuntura. Entienden su malaria congénita pero se indignan: no los dejan abstraerse en sus meditaciones. Siguen ahora con las drogas. Tienen un hijo que anda en cosas raras: la responsable es la sociedad corrupta en modelos y los maestros sin ideas preventivas. Nunca le faltó nada y ellos en su papel rector ya les han prevenido que así, de ese modo suicida, les están haciendo el juego al imperialismo de los alcaloides y a la dominación extranjera. Comprenden su necesidad de ruptura y la búsqueda de tribus alternativas. Han intentado sobornarlos con regalos para que dejen las malas juntas, pero nunca les han hablado al alma del cachorro. Continúan con el sexo: su hija tiene un montón de cortejantes y ningún esposo. La retan, la ofenden, pero no pueden apartarla de la idea fija. Ella está embarazada. Comprenden la revolución hormonal: le han dejado en su dormitorio un video sobre el tema hace unos años. Jamás se sentarán a hablar del asunto hasta que ella no lo pida, porque respetan en exceso su libertad. Pero la terminan dejando sola. Les echan la culpa a sus esposas, presas de un modelo femenino estereotipadamente pasivo y complaciente que fue lo que impidió la enseñanza del autocuidado. Mientras, digieren aun la noticia que, ella, su “compañera” como les gusta decir, se escapó con un tipo más próspero. Seguro que el modelo burgués de una terapia de grupo o una sociedad capitalista y de consumo le están llenando la cabeza. Y cuentan toda esta letanía sin anestesia, al borde del ridículo y el cinismo. Son peores que los que critican. Se comprometen pero de mentirita. Su solidaridad es un enervamiento de ficción. Dicen ser de izquierda y actúan como de derecha. Creen ser sensibles y son bestias; van a cagar como se dice, en la casa del vecino. Una noche cualquiera matan a tiros a ese taxista que les frena delante suyo: él se la buscó. Los quince años de prisión son culpa de la Justicia enferma de este país colonial. Los mete presos a ellos y libera a los mafiosos. Son víctimas del sistema. Enferman como héroes en el exilio. Una vez muertos, la culpa es de Dios, ese opiáceo de los pueblos, por derivarlos a este corredor oscuro sin una luz decente. —Dios, ese ateo, rabian por debajo y lo acusan de hereje y si fuera necesario de judío. El solo, tiene la culpa entera de sus males. —Y así le va, dicen mientras descienden sin parar hasta el fondo del pozo de los tiempos por el peso de la piedra ilustrada que habita en sus corazones

Carnavales de alegría por Adrían Abonizio

No es verdad que los carnavales me ponen melancólico por lo que tuvieron de felices. No constituyen un pasado emblemático de alegrías pasadas ni fervor póstumo. No eran más que la vigilia de las armas en una semana de vértigo y novedad. Mi única melancolía fue comprender, en el amanecer de las cosas, que la pena verdadera estaba en el primer fracaso amoroso, la sordera de un país caníbal y que habría de caminar mucho y mal todo aquel no nacido en cuna de oro. En la escuela obligatoria y en la familia desarmada. La patria de la inocencia. La patria de las cosas mágicas. La patria del anochecer en que uno se dormía protegido por el retumbar de las comparsas que ensayaban en los barracones. Los carnavales no igualaban nada: mostraban lo que éramos.

Eran una droga poderosa: uno podía sangrar en una pelea que el Rey Momo lo curaba. A uno se le podía morir un tío que el carnaval lo amenguaba. O un padre hastiado molernos a patadas o mordernos un perro rabioso o caer por goleada que el carnaval todo lo sanaba. Ser chicos era una maldición de indiferencia. Lo único nuestro y poderoso era el juego de agua en la siesta, en que uno olvidaba masturbarse o mirar canal cinco, para salir a mojar chicas. Recuerdo que se evitaba gastar agua en las feas y ese estigma me duró hasta hoy: cuando puedo voy hacia una y le declaro un amor de paso como para redimirme. La impiedad y el sarcasmo, el erotismo, la victoria o derrota estaban en los carnavales. Algunos les ponían a las bombuchas piedritas o venenitos de paraíso para que doliera; otros pintura para que manchara y los más osados orina para que oliera. Yo despreciaba esas prácticas pero al tener una puntería endiablada, me solían contratar los más grandes como mercenario a cambio de fotos porno. Cuando me hastié del contrato vil (diez víctimas por una foto de la Sarli) escapé y allí, en el atardecer con olor de glicinas y el recio sudor que exhalaban los mayores que se habían estado corriendo con cubos de agua, descubrí la hilera de cantores que esperaban su oportunidad de inscribirse para trepar alguna noche al escenario. Cantaban cosas tremebundas, horrorosas, lúgubres, pero al ser carnaval la gente perdonaba esas letras mortuorias, esa vergüenza ajena mientras llovían serpentinas sobre sus cabezas engominadas de artistas y resonaban los compases fúnebres de sus vidas de tango.

Nada importaba, la gente era bestial pero feliz; los ignoraba o compadecía con aplausos, nada importaba y esos tipos habrían de ser prontamente olvidados en las postrimerías de una bacanal inocente y con luz de amanecer, sin sexo ni borracheras de cuchillos y en una claridad de patios mojados con la evocación de besos que no fueron. Mirábamos a esos cantores. Los veíamos pasar derrotados y pese a que veníamos de una carnicería y éramos curtidos soldados de línea, jamás se nos hubiera ocurrido burlarnos. ¡Ah esos cantores amateurs caminando la plaza del barrio cabizbajos, tomando agua de los bebederos porque no tenían ni para una gaseosa y regresaban a sus oscuros barrios metiéndose en la noche de los vencidos! ¡Ah, esos gorditos tímidos, esos flacos venosos, esos colorados refunfuñantes! Esa sí era una Señora Melancolía; era la derrota, la auténtica derrota de un pueblo. Lo comprendí después, cuando uno ya no vería jamás las cosas desde afuera. Una noche fuimos al desfile y pasaron mascaritas, marcianos con cabezas de engrudo, parsimoniosos carros con guirnaldas, triunfadoras gentiles de dientes blancos, reinas del disfraz perfecto, candomberos falsos con hollín en las caras, negros ficticios, todos seguros de sus vidas y el podio que los aguardaba. Entre la gente, cubierta su cabeza con una bolsa de nailon dura, andaba un tipo que besaba en la boca a los hombres. Aquello me sacudió, algo siniestro se estaba incubando bajo las farolas y yo lo había descubierto: era el margen, la pobreza, la miseria. Eran los cantores sin laureles, las feas a quien nadie mojaba ni sacaba a bailar, eran los mariquitas que debían esconder su cara.

Allí, en ese espacio perfumado, con estrellas simulando bombitas sentí que me alcanzó un rayo y me abrió una herida con la comprensión cabal de mi destino: jamás sería como los triunfadores, jamás me compraría un traje luminoso y jamás estaría del lado de los ganadores. Lo supe ahí, como supe también que escribiría para redimirlos. Eso marcó mi vida y signará mi muerte. Y la gente habla tontamente de los carnavales como con melancolía tenue, como la postal de un cielo perdido y maravilloso. Melancolía legítima en suma, pero no entienden la mía y es razonable: la gente en general elige a los ganadores, pero ignoran que la sombra que proyectan sobre ellos es de falso oropel, de un agua florida descompuesta y de un Rey Momo que se les está riendo en la cara desde siempre. 8 de Febrero de 2005

Somos por Adrián Abonizio


Somos la mayoría silenciosa. Los que nos hemos vuelto previsibles para evitar tener más enemigos de la cuenta. Gente muy particular, sin embargo, a la hora de retratar su espíritu. Gente que está sola y espera. Gente a la que saludan en el ascensor y despierta confianza sin andar sonriendo demasiado. Es la que asiste a todos los asados de confraternidad y la que no esconde el vino bueno. Es gente que separa a los belicosos, que no duda en acercarse a los accidentes a dar una mano ni en prestar unos pesos al que está en el naufragio, ni en llamar a la radio por alguna cosa que indigna, ni deja de creer en los misterios y en mitologías caseras. Gente que está sola y resiste. Somos los que hemos votado equivocados a sabiendas. Los que no gustan de las multitudes cuando van para el mismo lado y los que saben los distintos lados que tienen las personas. Somos los que hemos inventado o adquirido artefactos inútiles, viajes imposibles, cuentos estúpidos y lo seguiremos haciendo. Somos los que no sabemos contar chistes en las fiestas. Somos los que no claudican fácilmente pero que amainan su entusiasmo si hay traición. Somos el fruto equivocado de dioses con dispepsia y los ángeles caídos sin siquiera haber levantado el vuelo. Somos a quienes ignoran a la hora de los premios, pero a quienes llaman para una confesión. Los que ayudan al ahogado y los últimos en irse de la evacuación. Hemos asistido a entierros y velorios aun cuando odiamos esas ceremonias sólo porque nos han pedido que estemos allí. Hemos tragado sapos, comidas rápidas, placebos, malos gobernantes y horas muertas sólo porque había que hacer algo que no fuera la inmovilidad. Somos los que lloramos en los cines y siempre llevamos monedas sueltas para pagar la culpa de tener un poco. La misma que nos mueve hacia Greenpeace porque en nuestro pasado hemos interrumpido alguna cadena alimenticia y derrotado algún bello animal hoy en extinción. Somos un alfabeto para locos y muchos nos creen cuerdos. Somos a veces el felpudo de Dios y en otras Dios nos ceba mates. Somos ciclotímicos, indecisos, festivos, angustiados, solidarios. Somos cómodos y ruines en pequeñeces; sin embargo viviríamos como ascetas y seríamos capaces de ofrendar la vida por un motivo valedero. Somos los que esperamos una buena causa, el amor perfecto y un más allá pero en la tierra. Somos los dadores de ánimo y los que creemos que las felonías templan nuestra paciencia. Somos sabios pero no podemos demostrarlo: somos pudorosos en nuestros vaticinios. Conocemos el alma humana como pocos, sabemos de sus agachadas y sus virtudes, confiamos aún y sin embargo olvidamos llevar con nosotros suero antiofídico. Muchos cuentan heroísmos de sobremesa: nosotros mantenemos reserva sobre los nuestros. Muchos fracasan en nimiedades y son admirados por el valor desplegado: nosotros hemos subido y después caído de pendientes aún más altas y en secreto nos hemos lamido las heridas sin nadie cerca para consolarnos. Muchos dicen ser un mojón de integridad, honestidad e hidalguía: nosotros callamos para evitar que nos tilden de envidiosos porque a veces intuimos el fraude cercano.

Odiamos en silencio, nuestro pudor supera las broncas. Hemos regresado con el ojo mocho por defender otros destinos pero hemos atribuido el golpe a una colisión casera. También amamos en silencio pero cuando decidimos hablar ya es tarde. Nos conformamos a veces con hacer tiempo en la vida y ello nos enrojece de rabia. Queremos ser distintos que nuestros resignados vecinos pero copiamos sus fórmulas y sólo nosotros sabemos que no estamos entregados aun. Nos engañamos para no matarnos. Nos camuflamos para evitar las estridencias de las alabanzas. Nos plegamos a otros sabiéndonos mejores; que dentro nuestro no hay un apacible cordero sino un samurai a la espera. Tomamos cafés con imbéciles haciéndonos los distraídos porque hay que comer mientras que esperamos que los rayos de una justicia esquiva los partan para siempre. A ellos, los que afean el paisaje y hacen la vida más gris.

Soñamos con un regreso a la naturaleza pero somos alérgicos a los mosquitos. Somos cautivantes con nuestras derrotas y es el humor negro lo que nos redime de crucifixiones. Somos almas en tragedia y bufones ante la desgracia. Somos políticamente correctos y equivocadamente liberados. Creímos en el peronismo, en el bien común, en el psicoanálisis y hasta en Fito Páez hasta que entendimos cómo es todo. Creíamos en tantísimas cosas que pasaron a ser sólo cosas. Somos machistas y feministas a la vez. Somos homosexuales sin serlo; retrógrados sin caverna; perdonavidas que son perdonamuertes. Leemos a escondidas libros sobre horóscopos y miramos novelones y pornografía y oímos música no permitida. No somos la madre de todos los prejuicios, pero sí sus parientes cercanos. A veces creemos haber nacido en el cuerpo equivocado: tendríamos que vivir cerca del mar y escribir a nuestros amigos sobre el pigmento de los corales y las bocas de los tiburones azules.

Pero somos de acá. Esta es nuestra migraña y nuestra cabeza feliz, nuestra frontera y nuestro horizonte sin fin, nuestra taquicardia y nuestro fervoroso corazón. A veces en la noche sentimos pasar un tren y nos oprime el alma algo poderoso con gusto a escarcha y noche. Quisiéramos no estar más con nosotros, huir, ser otros, olvidar que somos la mayoría silenciosa, que estamos solos.

Y que no entendemos si ya es tarde para todo o será que todavía no hemos empezado.4 de Noviembre de 2004

Cine de Super Acción por Adrían Abonizio

Recuerdo haber sido chico y sentirme muchos a la vez. Recuerdo pedir un vaso de agua (no llegaba a la pileta de la cocina) y empinarlo de un sorbo con gesto suficiente a pesar que ese trago ardía. Recuerdo limpiarme la boca con el antebrazo. Recuerdo estar lleno de polvo del desierto y dispararle a mi madre por la espalda. Luego que la bala atravesaba el cuerpo del villano, un killer discreto como yo, ordenaba whisky para todos y que siguiera la música. Recuerdo haber visto huir a mi perra hasta un caserón vecino porque se negaba a tropezar caracoleando como los caballos de los cowboys, mientras era apedreada. En Mundo Insólito describían a las tortugas marinas gigantes relatando que ni una bala de fusil podría atravesar sus caparazones. Tomé el Maheli 5 y 1/2 de aire comprimido y la perforé: más que apenado por la tragedia estaba ofuscado por el embuste. Al tiempo el olor cadavérico me delató pero mi mamá adujo una cierta inimputabilidad que me salvó. Corzo, un gordito retraído, cayó al otro día a un zanjón y se rompió una pierna: habíamos visto en la pantalla cómo un pibe rubio, pero en blanco y negro, se estrellaba contra unas rocas empujado por un amiguito.

También por esos días aparecieron unas series sobre Hombres Mosca que se deslizaban por los edificios para destripar cajas fuertes: con el Chino trepamos el frente inmaculado de los Cusumano, dejando las huellas de nuestras manos y pies en el lugar del crimen. No había nadie en esa casa pero el dueño nos buscó durante una semana. Cosa de chicos, dijeron muchos y el caso fue archivado.

Otra peli era sobre la maldición de la Momia, con Boris Karloff, así que secuestramos a la hermanita del Tony, la vendamos con una sábana, usamos su cuna invertida a modo de sarcófago y la embutimos en el ropero a esperar que resucitase. Los gritos atrajeron a los guardias que tomaban el fresco en la vereda, así que disimulamos y dijimos cualquier cosa: al fin y al cabo resultó ser una momia chapucera, bastante alcahueta. Con la Laurita intentamos una violación que copiamos de la serie La Ciudad Desnuda, pero nadie supo cómo hacerlo. De Los Tres Chiflados, Moe era el elegido: pegaba, ordenaba y se parecía un poco a Hitler. Todo iba bien hasta que al Cady se le saltaron dos dientes y no vino a jugar más. Todas estas escenas que imitábamos ocurrían en lejanas comarcas o en decorados fastuosos, de allí que reproducirlos le confería a la acción la gracia de un film dentro de otro.

Un atardecer copiamos como pudimos una toma donde una pandilla espía a una chica bañándose a través de una banderola en una terraza zigzagueante de neones. Ella tenía las tetas blancas como las amantes de los hampones pero allí las podíamos ver completas. La función terminó cuando el Flaco Paludi pisó mal y se vino abajo. A ella le dieron algunos puntos en la cabeza y al Flaco le sacaron muchos vidriecitos del estómago. Si hasta lo visitamos en el hospital como habíamos observado que hacían los camaradas de guerra entre sí y le dejamos a escondidas un paquete de Colmena. La señora no dijo nada: ella sabía que habíamos visto cómo un tipo semidesnudo que no era su esposo huía por los fondos. De ahí en más nos dejó mirar por la claraboya todo lo que quisiéramos.

En todas las de Cine de Súper Acción indefectiblemente los malos eran los árabes, los indios, los africanos de la selva, los mejicanos. Morían cientos de ellos antes que el héroe cayera herido antes de pronunciar la frase convenida: "Es solo un rasguño" y una mujer tan hermosa como anhelante le daba agua en la boca y lo cuidaba cambiándole de vez en cuando unos trapos húmedos puestos sobre su frente ardida en fiebre. Con nosotros nada de eso ocurría. Eramos blancos, ganadores, una fija completa, pero cuando volvíamos del campito nadie nos socorría. Llegábamos rengueando, con las camisetas rotas y algún ojo morado, pateando la pelota con distracción, como si arrastráramos la cuadriga de un ejército derrotado. Ellos, los demonios negros de las calles de tierra, los de habilidades envenenadas y alegría salvaje; ellos los sucios negros piojosos eran los causantes de nuestra penuria. Y los imbéciles adultos repetían la frasecita como si nada. "Y, son cosas de chicos". No, no eran cosas de chicos, eran cosas de negros de mierda ; eran cosas de seres monstruosos y gigantescos; eran desgraciados a los que los peronistas que pintaban con brea las paredes pidiendo por el Líder, denominaban excluidos, marginales. Y que nosotros padecíamos hasta la humillación más asquerosa. Ellos los defendían, pero claro, ninguno había sido escupido ni barrido a patadas por ellos. ¿Acaso Perón impidió que nos robaran la bandera y la pelota? ¿Dónde estaba el General cuando a Tiburcio lo llevaron detrás del cementerio y después de hacerle aquello lo dejaron encerrado en un panteón? ¿Volvió en su avión negro a descargar metralla dentro de sus cuevas inmundas cuando me cortaron el dedo meñique? No, no, no. Solo sé que enloquecí después de aquello y que vendado y todo asesiné gatos, ahorqué canarios, llené de bosta las ropas en las terrazas, oriné sobre los autos estacionados; largué a los cielos mi furia vengadora, mi rabia impropia de niño, mi traición de película, nuestra derrota. Aquello fue el final. Las madres no hallaron un culpable visible y juramentadas en Supremo Tribunal de Guerra comparecimos y fuimos castigados en consecuencia. Recibimos la condena ceremoniosamente, con las cabezas gachas. Pero la sentencia nos causó gracia: nos obligaban a no juntarnos en barra durante un mes.

Sólo nos permitirían ver Cine de Súper Acción. 13/01/05

A dúo con Abonizio


Interior Cassette Los Años felices



Tapa interna del cassette Los años Felices de Adrián Abonizio .

Abonizio con Amigos


En la Siesta Fantástica (Radio)


En voz baja por Adrián Abonizio


Diario Rosario 12

Música de Pelicula


Animales en la trampa por Adrián Abonizio


Diario Rosario 12

Abonizio en "El Altillo"


Bariloche Mon amour por Adrian Abonizio



Diario Rosario 12

Falta de emociones por Adrián Abonizio


Diario Rosario 12

Recital con Goldin en Pasaje del Sótano


Recital en el Anfiteatro Municipal


También Guionista con Postiglione y Molina


Recital en Hipódromo de Rosario


Imágen de archivo


Recital por Lalo en La Comedia


El sueño terminó por Adrián Abonizio


Recorte Diario La Capital - Rosario Ataca


Recital en Villa María - 2007


Entrevista Diario La Capital - Abril de 2002



Recorte de Abonizio enviado por fans



Recorte enviado por un fans

El Che fiel por Adrián Abonizio

Opinión20 de junio de 2008
CRONICAS ROSARINAS

El Che fiel
Por Adrián Abonizio
“Tengo unas fotos hechas postales de Zapata y del Che entrando a las ciudades conquistadas: son para recordarme si alguna vez tendré esa valentía”, susurra ella. Y enumera los gestos duros de los mexicanos, los sonrientes de los cubanos. Estamos en Rosario. Mi hijo habla del “Checobara” señalando el mástil de fierro erguido en la esquina natal de Entre Ríos y Urquiza. —“Está muy alto”… ¿De qué figurita es?”—.
Zapata tiene una mancha de café encima. Está erguido, lo van a fusilar, pero aún no lo sabe. Ernesto luce en la esquina, cien veces retratado en un afiche a triple paño: rocker de la humanidad, sexual y lejano. Alguien le ha pintado los colores auriazules de Rosario Central. No está salpicado de sangre propia y ajena como lo imagino. También está desprevenido con la muerte. Tiene spots, luces sagradas, liturgia, cáliz hecho de balas. Invita a la inauguración de una estatua a sí mismo. Fue hace una semana. Faltó el Bebe Contemponi para convocar a un Pepsi Rock.
Escribo en la portátil. Muchas veces me he preguntado ante un error propio “¿El lo hubiese hecho mejor?”. O “Si él estuviera acá, esto no pasa” ante la carnicería patria. Luego, paso a imaginarlo vivo y gordo, con ochenta. ¿Sería igual? ¿Se le perdonaría su rudimentaria estrategia, los ataques ciegos, la traición de los habitantes de la Higuera, su regreso para salvar a los heridos? ¿Los errores, su humanidad?
Era un tipo de avanzada con fallas. Miro a sus seguidores y medito qué grado de claudicación los ha convertido en cholulos. Una imagen de súper héroe papá, un culto hecho por fieles de catacumbas. Un tatuaje. Una bandera. Un padre indómito, hippie y de gatillo justiciero. El bando de irse a morir lejos para que no vean nuestras canas, para que no huelan el olor del miedo con que hedemos, para que se ignore que envejeceremos y habremos de dar piedad en los geriátricos y la caridad se nos encallará en la barca de nuestros huesos añosos.
Vivir rápido, morir joven. Lugar común de los lugares comunes mientras atardece cerca del río de Rosario y los adoradores, la gente común, los detractores, los curiosos vienen a verlo hecho estatua, pacífico pero porfiado en mirar hacia un futuro que siempre nos queda demasiado grande y lejos. Como una prenda incómoda. El Che y un gran miedo. El no llegar ni a la altura de sus borceguíes. No es miedo bestial de las derechas antiguas, es el miedo entrañable de quienes nunca habrán de ser como él. Medito por el opuesto. ¿Se mutarán en enemigos al no poder estar a su altura? ¿Lo negarán en el patíbulo? Ser traidor antes que espectador. El Che, un terror que hermana, así se habría de llamar mi film. Y los extras seríamos todo un planeta entero. No faltarían sponsors. Llevo en la guantera el fotomontaje de mi amigo, el dibujante Manuel, sobre aquella marca de cigarrillos. Borrando el “ ster ” y la “d” final, se puede leer Che Fiel . El humor como salida ingeniosa para no angustiarse.
Los políticos apoyan el gesto, los artistas cantan, las viejas piden pan. Un cuadro del Medioevo (Morales) con la infantería decorativa, tachos humeantes, los merodeadores con souvenirs, los clowns. ¿Por qué estuvieron los funcionarios en el acto y no hace años? Es benigno salir en las fotos cuando la endemia no contagia y el mal se ha tornado inofensivo: no temáis, ya es imposible quedar pegados a subversión alguna. “El Che vuelve a su tierra” rezan las frases surrealistas. Hasta el apóstol más salvaje con la canonización se vuelve inocuo. ¿Y qué otras cosas se le pide al santo patrono más que buenas lluvias, bendiciones, salud y paz?
Hay más de cien agrupaciones que apoyaron el homenaje, el menaje-bazar. Otras lo condicionaron. Una pancarta me conmovió: “El hambre es un crimen: Queremos trabajo y ternura para todos”. Mientras De Angeli se deja arrear como vaca mala por Gendarmería, los 4.000 jovenzuelos latinoamericanos acampaban en la oligarca Sociedad Rural y por los altoparlantes se oían como en una catedral himnos patrios guevaristas. D’Elía llegaba al Monumento y se alejaba escupido. Arrecia el miércoles 18 de junio y se anticipa un acto en Plaza de Mayo, a Miguens le tiran huevos, Duhalde es el cuco del golpe, Cristina señala al Congreso y Charly compone esta pesadilla desde el loquero.
Miro hacia el quemadero de las islas entrerrianas. Hace una semana que la estatua se yergue. Como en la lápidas se me ocurren las frases: “Lo tuyo duró poco pero fue bueno” o “Te bastó una revolución para entrar en la inmortalidad” o el absurdo “!Así cualquiera!”. Con un colega recorremos el predio a la semana del acto. Pienso. “!En qué soledad nos has dejado!! No tenemos estrategias, no tenemos fe, ni horizonte!”. —Sos vos—, se ensaña cuando hablándole bajito como en un funeral le enumero mi presunción de fracaso. —Sos vos, pero tenés razón: estas cosas no hay con quien hablarlas—, termina a modo de consuelo, mientras dispara flashes en lugar de tiros. Una mujer enuncia: “Y… un poco se parece al Che… está medio amanerado, no?”. Nariz fina olfateando al oeste, donde el sol se pone, hace una semana que está emplazada. “No somos nada” me digo imprevistamente. Cuando regresamos al auto, mi hijo, quien ha estado jugando contra los vidrios con un muñeco disney, nos increpa la tardanza.
La estatua que durmió en vigilia, habrá de sufrir, alternadamente, lluvia de flores y de salivazos; graffittis variopintos, resurreción y castigo. El fotógrafo amigo me enseña en el monitor al Barney que en brazos de mi hijo parece darse un abrazo fraternal con Ernesto de fondo. Desde Cuba, Granados, su Sancho Panza, advierte: “Estos homenajes sirven para pensar que las utopías son posibles”. Cuatro extranjeros se sientan a los pies del héroe. Hace frío y vuela aún la parva de papelitos guevaristas.
—¿Ya terminaron con el Checobara?, repregunta mi hijo.
—No, mi amor, ni siquiera hemos empezado.