Dedicatoria Cualquier tren a ningún lado


El Puente por Adrián Abonizio


Recorte diario La Capital de Rosario
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Dedicatoria de Todo es Humo


Foto Abonizio

Interior de Cd Todo es Humo

Baglietto Abonizio

Foto interior del Cd Todo es Humo

Dedicatoria tapa cassette Los Años Felices


Dedicatoria Libre Aguafuertes


Abonizio, Fandermole y Goldín en recital Buenos Aires


Foto Abonizio

Interior de Cd Todo es Humo.

Dedicatoria del Libro Casa de Fieras

Fué a la salida del Auditorio Fundacíon, mucha gente se quería acercar, si bien no era la primera vez que me acercaba a él, siempre ocurre que uno se pone un poco nervioso, recuerdo que me preguntó a nombre de quién lo firmo, y lo de dije a nombre de Daniel y él con el bullicio puso Adamiel.

Letra de : Te dí, te dí , te dí de Adrián Abonizio

TE DÍ, TE DÍ, TE DÍ

Te dí, te dí,
No sé lo que te ti,
Un terremoto o un mar te dí,
Solo sé que al lado de vos,
Todos somos, más chicos que
Tu amor
Una porción, de feliz te dí, escrita por que sí,
Si una canción te abrió, ésta te abrirá,
Nunca será, más grande que tu amor
Hay un alma que te extraña
Hay un alma subterránea
Que es la tierra donde crece tu amor
Donde crece tu amor
No sé lo que te dí, luego escribí ésta canción
Te dí, te dí,
No sé lo que te ti,
Un terremoto o un mar te dí,
Si una canción te abrió, ésta te abrirá,
Nunca será, más grande que tu amor
Hay un alma que te extraña
Hay un alma subterránea
Que es la tierra donde crece tu amor
Donde crece tu amor
No sé lo que te dí, luego escribí ésta canción
Luego te dí
Si una canción te abrió, ésta te abrirá,
Nunca será, más grande que tu amor
Hay un alma
Hay un alma
Que es la tierra donde crece tu amor
Donde crece tu amor
No sé lo que te dí, pero escribí ésta canción
Luego te dí

Autor: Adrián Abonizio

Letra de : Echesortu de Adrián Abonizio

ECHESORTU

Heredé de mi padre, la cabeza optimista,
La galera del pobre, trucos de ilusionista,
Los dos fuimos ladrones, asesinos sin sueldo,
Él mató para comer yo robé amor ajeno

Heredé de mi padre, al actor fatalista,
Sabiendo que el Universo, es un cuento de risas,
Y una luna de invierno, y pescados volantes,
Alfabeto de un loco y de un niño gigante,
Liberado por la locura, sin cura y sin gobiernos,
Él sabe bien que el infierno lo lleva dentro uno mismo,
Canta como un alud o como un ataúd,
Éstas son las cosas que me alejan
Y esto solo a mí me interesa.

Heredé de mi padre, una cierta ternura,
La chuequera imposible y los días con luna,
Yo crecía con descuido, por eso nunca pensaba,
Que le haría una canción, si no le importaba nada,
Ferroviario de bares y con vales de caja,
Lo esperaba en la casa, la monotonía,
Pero ella intuía, que no queda salida, más que crecer,
Aunque demostrarlo, no podía bien.
Viejo idealista, larga prisa, te quemó la sonrisa,
Y el premio, de que tu hijo sea importante,
Vale más no engañarse, y esa es tú pregunta,
Y éste es mi homenaje, a tus dudas,
Pon las dudas a mis dudas,
Son las tuyas, sólo que vos lo guardas,
Y yo tengo la suerte de poderlo cantar.

Conoce tanto a la gente pero una vez a él también lo engañaron,
Éstas son las cosas que me acercan
Unidos por el mismo cansancio
Atrapado por la locura, sin curas y sin gobiernos,
Él sabe bien que el infierno, lo lleva dentro uno mismo,
Canta como un alud o como un ataúd,
Éstas son las cosas que me alejan y esto solo a mi me interesan
Éstas son las cosas que me acercan y esto solo a mi me interesan.


Autor: Adrián Abonizio

Letra de : La puerta

LA PUERTA

Cuando no puedas si quiera llamar,
Cuando se borre la línea del mar,
Cuando no puedas si quiera escribir,
Y no necesites falsear tu matiz,
Acordate de mí
Yo ya pasé por un trance peor,
Se borra la tierra y el cielo es peor,
Cuando te compren solo por monedas,
Y tú enredadera se cubra de hollín,
Acordate de mí

No persigas, no persignes,
No permitas, ni prohibas,
No permutes la partida,
No te partas ni me pidas,
Que me fije solo en dolor,
Si repasar el libro que dice...

Cuando no puedas si quiera llamar
Un espejismo pudo ser tu mal,
Alimentando, un títere en vos
Con la comida del envenenador, ahora vomítalo

.
No persigas, no persignes,
No permitas, ni prohibas,
No permutes la partida,
No te partas ni me pidas,
Que me fije solo en dolor,
Si repasar el libro que dice...

Autor: Adrián Abonizio

Anecdotario Nº 4 : Ningún tren a ningún lado

Los trenes visitan siempre las mismas estaciones y conocen hasta el cansancio que harán con sus vidas de fierro y en cuna de yuyos, durmientes y señales impálidas habran de culminar su periplo.

Nosotros preferimos cualquier tren a ningún lado, porque es mejor partir sin saber adonde a esperar por el viaje predecible que termina oxidando todo lo que toca: rieles, campo, cielo, corazón.


Adrían Abonizio


(interior CD Ningún tren a ningún lado) con Sergio Sanz


Anecdotario Nº 3: Cuando escribí Mirta

Trabajaba en una pujante, hoy una extina, empresa de transporte.
Tenía turno nocturno y escondía una guitarra en mi casillero. Allí era considerado por mis patrones como un boludo, porque sabían que "andaba en la música" y porque además, tenía el desparpajo de usar lentes oscuros mientras cobraba en la caja.
Volví temprano y el tema me salío como un chorro, en el living de mis viejos.

Tenía la casa en venta y mientras era mostrada a una pareja, yo, con una pierna frenaba el ingreso de los posibles compradores, hasta tanto poder terminar el tema. El Mundial 78 estaba cerca.

Escrito en el cuerpo por Adrián Abonizio

Jueves, 18 de noviembre de 2004
El buen escritor no se distingue de cualquier humano. No tiene cuernos dorados, no es luminoso, ni ostenta una corona radiante. Es muy parecido a un cualquiera. En eso reside su poder: la invisibilidad, el don de pasar desapercibido. Está tomando café y sonríe ante el logo del Congreso de la Lengua. "Hay un millón de pibes analfabetos en Argentina que si ven esto confundirían a esta e minúscula con un muñequito". Luego habla como si estuviese solo.

"Escribir es un privilegio y una maldición. Es una espada que está hambrienta de nuestro cuerpo y que siempre cae parada de punta sobre la tierra mientras nosotros yacemos debajo. Escribir cansa y a la vez alarga la vida. Nos llena de protagonismo en un mundo de abanicos intermitentes, candilejas mustias y adioses sagrados. Es el protagónico de la soledad: solos en la duermevela, solos en la madrugada, solos en la altura o bajo la garúa o la nieve. Escribir conduce la electricidad y el rayo; apaga las tormentas de arena con reflejos de otro viento que la amaina. Amansa las fieras y las reaviva, surgidas de un fuego fatuo que provocamos al infringir la ley primera: no hay que mover de sus casillas secretas a los fantasmas. Escribir angustia, exalta y diagnostica, enferma, salva y ahoga. Perfuma, aburre y mata. Perfora y tapa. Ahuyenta y atrae, enloquece y cura. Escribir es como mirar la noche sin testigos, como dormir en el campo, o alumbrar un pozo de animales peligrosos o hacer ruido en medio de una casona repleta de asesinos durmiendo. El escritor quiere pasar desapercibido pero no puede: sus letras lo apabullan y hacen el ruido que el no quiere oír. El escritor ha traído hijos al mundo y debe luego alimentarlos. Por eso es que los escritores son padres a la fuerza para comprobar en carne la verdadera simiente y no la abstracta, la de las oraciones que reclaman con más fuerza el fin de su orfandad. Hay escritores que no son valientes y se caen, podridos del árbol. No hace falta escribir denuncias para serlo. La valentía es algo horizontal, imperceptible no vertical y llamativa. Cada uno sabe donde le empieza a picar la cobardía. Un buen escritor se da cuenta de todo eso, sólo que debe disimular para no enloquecer o hacerse matar en extramuros. Hay escritores que no son valientes y simulan serlo. Hay otros que son en exceso y nadie lo sabe, ni ellos mismos. Pena sobre pena hace la vida lastimarse. Alegría sobre alegría hace que uno viva sonriendo y se agobien las comisuras. El buen escritor no quiere ni una cosa ni otra: quiere todo, todo junto y mezclado. El sabe que cuando está cerca de algo y luego se aleja y luego vuelve a acercarse si ha desarrollado la capacidad de caza a la espera sobrevivirá. A pesar del insomnio. El impaciente es devorado por la luz del amanecer y tal vez con él se mueran un rosario de buenas intenciones. El escritor es un silencioso pescador enamorado del sedal o del pez: debe contar con una paciencia infinita para hilar o matar. Solo él atrapará ese animal, solo él lo matará, solo él lo podrá dar a comer a sus vecinos si así lo quisiera".

No lo puedo seguir, se lo digo. Hace un gesto leve de fastidio y sigue: "El buen escritor anda en un territorio de sombra con encrucijadas en los caminos. Letreros de chapa que conducen a posadas funestas o a hoteles de diez pesos, caminos sin salida, pantanos, gramíneas que esconden espantapájaros o mochuelos fúnebres o mozas de bosque de novelas dispuestas a compartir manjares. El escritor cuando es benévolo muchas veces deja inconclusa una frase por socorrer a alguien. Luego se arrepiente. El buen escritor cuando es egoísta puede dejar morir a su mejor amigo que no dejará la presa. Luego, el remordimiento se amengua con una tapa fragante y de reciente edición. ¿Cómo distinguir uno del que no lo es? Pregunta incómoda. Solo puedo decir que los escritores sudan otro olor, que están acá tomando café con nosotros pero no lo están. No fingen de distracción, son la distracción misma. Son el empeño, el coraje, la traición, la locura y la fe enorme de caminar en las nubes cuando abajo apenas si se llega a pagar los impuestos. ¿Son los escritores llamados para algo? Habitualmente nadie los convoca, ni los redime, ni los calma. Los ignoran, los estafan, los ocultan. A veces ocurre que un buen escritor logra la anticipación con la gente y esa gente lo elige como a un gobernante. A veces es la misma gente que ruega bajito que se muera para poder llorarlo. O que se exilie para entenderlo. El buen escritor debe conocer este juego maldito: te amo pero te odio, quiero tu destrucción y tu gloria. Debe cuidarse más que nada de sus lectores. Que no lo ablanden las alabanzas, ni las preguntas llamativas, ni las mujeres o los hombres hermosos: debe entender que son diablos aburridos que los quieren despistar. Un buen escritor sabe que no existe para nadie pero es eterno. No importa que pinten sus frases en los muros o que alguna oración suya sea recitada por gente impresentable. El escritor siempre debe estar en otro lado, pero armado. No es conveniente salir a la calle con tanto loberío. Tanta comadre. Tanto escritor de sobrecitos de azúcar dando vueltas. Ahora que está el Congreso de la Lengua el buen escritor debe aprovechar el momento: hay tanta gente culta ocupada en el evento que el buen escritor debe estar alerta para tratar de conquistar las mujeres de esos otros escritores con asistencia perfecta, salvo al lecho. Y si, por algún hechizo le otorgan un premio no está permitido rechazarlo ni criticarlo: solo cambiarlo por efectivo en alguna casa de empeño". Luego, como si yo saliera de la nada me consulta sobre el precio del café.

Fumando espero de Adrián Abonizio

Jueves, 17 de febrero de 2005
Los escapes de los autos hacen fumar a toda una ciudad. Los de los aviones al cielo. Las velas de los santuarios a las deidades. Tengo recuerdos de fumadores notables: sastres reflexivos barriendo sobre el paño cenizas involuntarias, apostadores de juego divertidísimos, madams perturbadoras, flacos anarquistas de corazones enormes. Todos rodeados de humo, oliendo a oficios de gente hermosa en un país posible. Estos son los recuerdos de mi vicio, abrevados en la historia y en la poética. Yo necesito fumar para pensar. Y cuando pienso, resuelvo que debería dejar de fumar, pero al instante, cuando estoy pensando, tan encantado de mi pensar estoy, que prendo otro cigarrillo. Volví a hacerlo una tarde en que estaba pescando, en paz con Natura y me sentía tan saludable que lo festejé encendiendo una brasa. Así de paradojal es la vida del fumador. Han instalado en mi un placebo para sufrir menos, una artificialidad sensorial, una droga fácil, un espíritu viajero y sensual, un modelo de universo insatisfecho solo reparable en la plenitud del humo. Al menos así lo creemos, quienes, confiados y certeros, vamos al desastre pulmonar como quien accede a un podio con guirnaldas, besos en las mejillas y aplausos. Estamos condenados al éxito del fracaso: éxito pues no le dejaremos a la Parca que se abstenga de ejercer su oficio y fracaso porque en definitiva le allanamos el camino y pagando, además.

-¿Cómo? ¿Vos fumás? ¿Y tu hijo?, interrogan espantados.

- Bien, contesto; allí en su cuna, protegido de consejos. Estoy en el camino del tabaco. Una ruta serpenteante y brumosa con carteles donde asoman los Bogarts de impermeables y las Ritas Hayworth en el lecho, siempre con un faso entre los labios. Un James Dean sombrío y una Laureen Bacaall lloviznada y despectiva por el mundo imperfecto. Un sendero de luces nocturnas y diurnas a la vez; una verdadera arteria congestionada, valga la redundancia. Claro que empecé a fumar por debilidad y por hartazgo, para demostrar algo que no tenía: placer, equilibrio, armonía, esperanzas, futuro.

Fumar era lo prohibido. Se fumaba porque sí, porque éramos nocturnos y no dormíamos, porque el sol era un enemigo y ejercíamos el arte impuro de ser jóvenes chimeneas y hacer deportes, mientras todo se deshacía en trabajos de esclavos y obligaciones morales que nunca cumpliríamos. Dicen que el tabaco atrae a otras drogas: nosotros no las conocíamos y éramos tan pobres que de haberlas seguramente nos la hubiéramos comido. Dicen que el tabaco engendra otros vicios; yo creo que es al revés: los vicios secretos e infames como son la hipocresía, el desamor, la violencia de las ideas medievales, son las que impulsan a hacer lo opuesto. Por aquello de la transgresión. Lo saben las companías tabacaleras que cuanto más adviertan sobre los males de sus productos, mucho más se querrá burlar la ley y el orden. Pero son disquisiciones que no me interesan. A mi lo que me importa es fumar. Cargando con mi paranoia criolla y errática, creo que muchos ven al fumador como a las brujas los inquisidores. Ejercen su horror preventivo por moralistas, por anorgásmicos, por cobardes, más que por cuidado del prójimo. No se lamentan por el aire viciado en pulmones ajenos sino por pánico a manchar de impurezas los suyos; defienden lo que saben es el bien propio con garras de buitres y ponen caras de asco ante el menor vientecito de tabaco.

Pero, amigos, en el fondo desconfío de tantas virtudes iluminadas y descubro al cuáquero que presiente al Demonio en cada sombra. Para darles un poco la razón considero que fumar es un placer y es un castigo. Que proferimos males y recibimos otros; que hacemos pagar al resto por el nuestro y que somos fumarolas de peste, ekekos insoportables y que con cada bocanada nos vamos tostando por dentro, cual un pequeño infierno anticipado. La gente fuma porque está sola a veces y otras para festejar la compañía. Fuman por odio y por amor. Se fuma para estar apacible y degustar un manjar inenarrable. Se fuma con rabia y se exhala odio. Se fuma para molestar y para marcar un territorio .Se fuma para pensar como yo, y terminar creyendo que el tabaco alberga propiedades filosóficas.

Voy a ser explícito: me gusta el sexo, me gusta tenerlo, salvo cuando me lo ofrecen como carnaza sobre el mármol. Me gusta el tabaco, su aroma, su emblema, no así cuando lo siento como una irreverencia. ¿Cómo entender esto? ¿Como diagnosticarlo? Se podría llamar "fumador responsable" a aquel que fuma sin molestar. Lo llamaría estilo. Pero, cavernarios e imprudentes como somos decidimos que todos se retuerzan tosiendo porque decidimos morirnos con gusto a humo en las papilas y el resto está obligado a compartirlo. Y ahora, apagando la última colilla reflexiono: ¿Son esas personas empeñadas en curarnos el vicio las mismas que harían campaña para legitimizar el uso y aprendizaje del preservativo? ¿Son las mismas que bregarían porque se sepa donde está situado el clítoris o que parte del glande resulta más placentera? ¿Son quienes aceptarían la prevención o la supresión de hijos no deseados? ¿Son quienes difunden la matanza de perros y las desforestaciones? ¿Son quienes advierten sobre los pecados de los clérigos, las tuberculosis por hambre, el oro en las estatuas sacras y los charcos podridos de los suburbios? ¿Serán los mismos que necesitan que no se fume, y tampoco se beba o se toque música o se haga el amor? Si me equivoco, mis disculpas. Si quieren polemizar conmigo, encantado. Los voy a esperar fumando.

La lengua de Sábato

Jueves, 25 de noviembre de 2004
Yo debería tener unos diecisiete o dieciocho años y comenzaban los días de plomo. Ignoraba mucho, pero presentía demasiado. Mi amigo Juan ya estaba en la leonera por ejercer su libertad. Vi una molotov caer sobre un micro y un operativo de uniformados. La gente hablaba y decía que lo que vendría habría de ser mejor. Mi estupor cabía en mi mal presentimiento: esos que asomaban sombreados tras las espaldas de los gobernantes debían ser definitivamente peor que los que estaban. Una ecuación simple, propia de una juventud inspirada en una bohemia arrancada de los libros, el huir a tiempo de la casa familiar, dormir con esperanzas y bajo otro cielo.

Yo venía leyendo mucho y desordenadamente. En esa edad uno no está para sutilezas y busca lo escabroso, lo definitivo. "Informe sobre ciegos" me sobresaltó. Luego continué con "El túnel" y "Abaddón el exterminador". "Uno y el universo" no lo entendí. Todo exudaba una angustia existencial en estado puro. Dramaturgia del dolor con fondo de un telón porteño y criminal. Locura perfumada con glicinas y gases lacrimógenos. Pasadizos de miedo, monstruos habitando bajo una piel falsamente inofensiva, mujeres caníbales.

Eso era Sábato para mí. Tal vez un escape, el saber que había alguien allí, en algún pasillo escribiendo para mí, lo que yo sentía y temía. En una revista oficialista con coristas vestidas de comandantes y editoriales antisubversivas lo descubrí. Había estado almorzando con el dictador Videla, discutiendo de los meandros de la cultura y lo terminaba considerando "un general democrático". Hoy, tras una treintena de años lo he vuelto a ver en los noticieros locales, saludado por la calle, besado por jovencitas emocionadas, conducido por una lazarilla que le dicta las respuestas al oído. Un viejito tierno que pide visitar la casa natal del Che y fotografiarse con la camiseta de Central. Y que abran las puertas del teatro El Círculo para que vaya "el pueblo" a vivarlo. Un anciano que mira concluyente y serio cómo lo aplauden, mientras que recibe de manos de Saramago una distinción. Fue piadoso el premio Nobel: omitió todo aquel asunto de la comida junto al presidente de facto con elegancia. Kirchner llegó tarde a saludar a sus Majestades: él ya está crecidito y no ignora que los Reyes son los padres, por tanto no confía en ellos. El es quien gobierna y no el Sr. Riojano, de lo contrario una apabullante tormenta se hubiese abatido sobre la ciudad en lugar de este sol obstinado y obediente que asomó durante todo el Congreso de la Lengua. O tal vez, hubiese destrozado el protocolo con sus horripilantes vestimentas. Son sólo conjeturas de uno que no participó de reunión o ponencia alguna.

Rosario está ahora en boca del mundo y sus artistas aún siguen penando por los impuestos altísimos a la hora de armar una obra, recital o cumpleaños de quince. Es buen momento para que se extingan (iba a poner "aniquilen", pero sabrán ustedes por la historia reciente, lo hecho por Luder, el Brujo y la Señora con el uso puntual de esa palabrita).

Ernesto Sábato no estuvo en el recital de cierre en el Monumento a la Bandera. Me hubiese gustado dedicarle una canción. Detrás del escenario estaba el playón junto al río en donde se alzaban los camarines para los artistas. Uno era una obra en construcción, desordenado, con agua tibia y un par de sanguchitos mustios. Pertenecía a los locales. El otro, el de los visitantes, tenía un pomposo living con ambiente africano, velas, frutas e incensarios. Hasta Sábato hubiese protestado por la injusticia, pero ya estaba lejos volando hacia sus Santos Lugares.

Mientras afinaba mi instrumento repasaba las imágenes: habían caído lágrimas en sus ojos viejos, le temblaban imperceptiblemente los dedos. Con mi arrogancia de médium de cabotaje supe lo que estaría pensando. "Jamás obtendré el Nobel, yo que he hecho ingentes esfuerzos por parecer ético; jamás podré escribir cosas nuevas; jamás conocí ni conoceré la felicidad; fui egoísta, cruel y ambicioné demasiado los premios, las alabanzas. Tuve mal carácter y tiranicé a quienes pude querer algo. Soy un esclavo de mi oscuridad, una criatura de la noche igual a los personajes que describí. Pero aún me gustan los homenajes y huelo el bronce, aunque ya es tarde para todo".

Mientras miraba la tarde con su luz terrosa sobre las islas recordé sus pinturas oscuras tan anticipatorias de las calamidades que se habrían de desatar con más furia que nunca sobre Argentina. Su angustia removedora de pintura vieja, su rabia legítima, su prosa excelente. Todos atributos que me regaló allá, cuando yo asomaba a la vida y ya descreía de lo que veía, porque lo que veía era sólo horror. Ignoro cómo se me cruzó por la cabeza el señor Blumberg y cómo lo reuní en el mismo salón mental junto a Sábato. Debe ser el dolor destilado en alambiques parecidos. Blumberg acusó al pibe Bordón de drogadicto tras ser asesinado por policías, pero luego se retractó y les pidió perdón a sus padres. Ernesto Sábato se reunió con dictadores, pero luego se redimió patrocinando la Conadep. Compensaciones de la historia que me dejan un gusto de amargor en las comisuras.

El presidente llegó tarde a saludar a la monarquía, Rosario estalló de cultura y se palpó la sensación exultante de estar en el centro de algo, finalmente. Y yo, tras los ajetreos del festejo, tuve una larga y oscura pesadilla. Atravesaba un túnel, ciego y embarrado de pena; una mano me tendía la salvación y me abducía a la luz cotidiana. Era la mano de Sábato, un tronco sarmentoso tatuado de hermosas palabras. Tenía la forma de un corazón como los que dibujan los amantes. En él estaban encerradas las palabras felicidad, justicia, humildad, humor y coraje, pero borradas por la sal del tiempo.

Letra de: Zamaba señorita de Adrián Abonizio

Zamba de los lirios, y de los laureles,
Que por no conocer maderas,
Ni las cuerdas hacen sonar,
Y ni se acuerda, que la vida sigue,
Que da lo mismo, cantar por cantar.
Zamba de los vasos, y de los oficios,
Que por no conocer un hombre,
Se refugia en el cuarto sola,
Señorita tejedora, que busca a mí,
Que yo la entiendo,..
Zamba, luz...de la oscuridad,
Ponele una pupila al viento,
Que el viento mire, nomás,
Cuando te encuentre desnuda,
No tendrá más que entrar....
La sombra en los parpados,
Preparas la mesa,
Los sonidos de la noche,
Te arrugan el delantal,
Y los perfumes de las naranjas,
Te hacen soñar con la humedad,
Y hablan por tu boca, Las enredaderas
Que libres por las paredes,
Se abren a las penumbras,
Las faldas verdes y sus vestidos,
Van lentamente, bajo la Luna.
Zamba, luz, de la oscuridad.
Ponele una pupila al viento,
Que el viento mire, nomás,
Cuando te encuentre desnuda,
No tendrá más que entrar....

Autor: Adrián Abonizio

La Sombra de mi guitarra de Adrián Abonizio

Canta corazón del día,
Que en la furia corre, su melancolía,
Y en la tierra roja el país deshoja,
su trabajo.
Infinitos laureles,
De algunas batallas, entre los andenes,
Me quedo esperando zapatos mojados,
Entre los trenes.
Me fui buscando el nombre,
De mi cuerpo antes de dormir,
Y al salir, una costa de neblina,
me esperará, cruzando el día,
Lejos de mí, hay quien muere ciego
Yo voy levantando mi guitarra, bajo un cielo negro,
Yo voy levantando mi guitarra, bajo un cielo negro.
El verde suave de breas,
Y en la bajada de la Costanera,
Recibe mi vida, la vida de otros,
Los que esperan.
Inmensa celda,
Repletas de aviones y máquinas nuevas,
Pero mi guitarra es una sola,
Bajo las Bandera.
Me fui buscando el nombre,
De mi cuerpo antes de dormir,
Y al salir, una costa de neblina,
Esperará, cruzando el día,
Lejos de mí, hay quien muere ciego
Yo voy levantando mi guitarra, bajo un cielo negro,
Yo voy levantando mi guitarra, bajo un cielo nuevo.

Autor: Adrián Abonizio