La lengua de Sábato

Jueves, 25 de noviembre de 2004
Yo debería tener unos diecisiete o dieciocho años y comenzaban los días de plomo. Ignoraba mucho, pero presentía demasiado. Mi amigo Juan ya estaba en la leonera por ejercer su libertad. Vi una molotov caer sobre un micro y un operativo de uniformados. La gente hablaba y decía que lo que vendría habría de ser mejor. Mi estupor cabía en mi mal presentimiento: esos que asomaban sombreados tras las espaldas de los gobernantes debían ser definitivamente peor que los que estaban. Una ecuación simple, propia de una juventud inspirada en una bohemia arrancada de los libros, el huir a tiempo de la casa familiar, dormir con esperanzas y bajo otro cielo.

Yo venía leyendo mucho y desordenadamente. En esa edad uno no está para sutilezas y busca lo escabroso, lo definitivo. "Informe sobre ciegos" me sobresaltó. Luego continué con "El túnel" y "Abaddón el exterminador". "Uno y el universo" no lo entendí. Todo exudaba una angustia existencial en estado puro. Dramaturgia del dolor con fondo de un telón porteño y criminal. Locura perfumada con glicinas y gases lacrimógenos. Pasadizos de miedo, monstruos habitando bajo una piel falsamente inofensiva, mujeres caníbales.

Eso era Sábato para mí. Tal vez un escape, el saber que había alguien allí, en algún pasillo escribiendo para mí, lo que yo sentía y temía. En una revista oficialista con coristas vestidas de comandantes y editoriales antisubversivas lo descubrí. Había estado almorzando con el dictador Videla, discutiendo de los meandros de la cultura y lo terminaba considerando "un general democrático". Hoy, tras una treintena de años lo he vuelto a ver en los noticieros locales, saludado por la calle, besado por jovencitas emocionadas, conducido por una lazarilla que le dicta las respuestas al oído. Un viejito tierno que pide visitar la casa natal del Che y fotografiarse con la camiseta de Central. Y que abran las puertas del teatro El Círculo para que vaya "el pueblo" a vivarlo. Un anciano que mira concluyente y serio cómo lo aplauden, mientras que recibe de manos de Saramago una distinción. Fue piadoso el premio Nobel: omitió todo aquel asunto de la comida junto al presidente de facto con elegancia. Kirchner llegó tarde a saludar a sus Majestades: él ya está crecidito y no ignora que los Reyes son los padres, por tanto no confía en ellos. El es quien gobierna y no el Sr. Riojano, de lo contrario una apabullante tormenta se hubiese abatido sobre la ciudad en lugar de este sol obstinado y obediente que asomó durante todo el Congreso de la Lengua. O tal vez, hubiese destrozado el protocolo con sus horripilantes vestimentas. Son sólo conjeturas de uno que no participó de reunión o ponencia alguna.

Rosario está ahora en boca del mundo y sus artistas aún siguen penando por los impuestos altísimos a la hora de armar una obra, recital o cumpleaños de quince. Es buen momento para que se extingan (iba a poner "aniquilen", pero sabrán ustedes por la historia reciente, lo hecho por Luder, el Brujo y la Señora con el uso puntual de esa palabrita).

Ernesto Sábato no estuvo en el recital de cierre en el Monumento a la Bandera. Me hubiese gustado dedicarle una canción. Detrás del escenario estaba el playón junto al río en donde se alzaban los camarines para los artistas. Uno era una obra en construcción, desordenado, con agua tibia y un par de sanguchitos mustios. Pertenecía a los locales. El otro, el de los visitantes, tenía un pomposo living con ambiente africano, velas, frutas e incensarios. Hasta Sábato hubiese protestado por la injusticia, pero ya estaba lejos volando hacia sus Santos Lugares.

Mientras afinaba mi instrumento repasaba las imágenes: habían caído lágrimas en sus ojos viejos, le temblaban imperceptiblemente los dedos. Con mi arrogancia de médium de cabotaje supe lo que estaría pensando. "Jamás obtendré el Nobel, yo que he hecho ingentes esfuerzos por parecer ético; jamás podré escribir cosas nuevas; jamás conocí ni conoceré la felicidad; fui egoísta, cruel y ambicioné demasiado los premios, las alabanzas. Tuve mal carácter y tiranicé a quienes pude querer algo. Soy un esclavo de mi oscuridad, una criatura de la noche igual a los personajes que describí. Pero aún me gustan los homenajes y huelo el bronce, aunque ya es tarde para todo".

Mientras miraba la tarde con su luz terrosa sobre las islas recordé sus pinturas oscuras tan anticipatorias de las calamidades que se habrían de desatar con más furia que nunca sobre Argentina. Su angustia removedora de pintura vieja, su rabia legítima, su prosa excelente. Todos atributos que me regaló allá, cuando yo asomaba a la vida y ya descreía de lo que veía, porque lo que veía era sólo horror. Ignoro cómo se me cruzó por la cabeza el señor Blumberg y cómo lo reuní en el mismo salón mental junto a Sábato. Debe ser el dolor destilado en alambiques parecidos. Blumberg acusó al pibe Bordón de drogadicto tras ser asesinado por policías, pero luego se retractó y les pidió perdón a sus padres. Ernesto Sábato se reunió con dictadores, pero luego se redimió patrocinando la Conadep. Compensaciones de la historia que me dejan un gusto de amargor en las comisuras.

El presidente llegó tarde a saludar a la monarquía, Rosario estalló de cultura y se palpó la sensación exultante de estar en el centro de algo, finalmente. Y yo, tras los ajetreos del festejo, tuve una larga y oscura pesadilla. Atravesaba un túnel, ciego y embarrado de pena; una mano me tendía la salvación y me abducía a la luz cotidiana. Era la mano de Sábato, un tronco sarmentoso tatuado de hermosas palabras. Tenía la forma de un corazón como los que dibujan los amantes. En él estaban encerradas las palabras felicidad, justicia, humildad, humor y coraje, pero borradas por la sal del tiempo.

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